El faro de la motocicleta apenas lograba iluminar la desierta carretera, hacia unos minutos que pasaba de medianoche y Johan planeaba seguir hasta el amanecer; no podía permitirse otra cosa considerado la situación de su adormilada compañía.
Un día caluroso incluso en el lejano norte que habían dejado atrás a mediados de mayo. ¿Por qué había arriesgado tanto?. New Hampshire era un lugar bucólico y tranquilo, con una tasa criminal muy baja. Johan llamaba demasiado la atención allí.
En la mañana, cuando los padres de Stella descubrieran que su hija había desaparecido, ¿Sospecharían de él?. No, no de inmediato al menos. Stella tenía solo 15 años y el 24... Y para ella, Johan era lo único que importaba. Haría cualquier cosa por él, y lo había ocultado demasiado bien.
Para cuándo el estúpido comisario del miserable pueblo o los padres de Stella supieran lo que había pasado, Johan se las habría arreglado para desaparecer con Stella al sur. ¿New York? Estaba más cerca que Florida y los Guzmán pagaban bien por una chica como ésta.
Al menos 14 o 15 grandes... Y los Guzmán sabrían sacarle provecho a su inversión. Lo único que tuvo que hacer fué ser gentil. Escuchar sus estúpidos sueños de niña acomodada. Atrapada esperando a continuar con la nada que era su vida y Johan... Johan la había rescatado de allí. Era tan bueno. Y le amaba, como ella a él. Al menos eso creía ella.
Stella nunca había visto el mar, y Johan le había prometido llevarla a la costa. Había pensado en Candle Cove desde el principio. Nadie sabía que existía realmente si no habías nacido allí. O si girababas el empaque de los congelados McCallaghan. Toda su producción de mariscos baratos provenia de las rocosas playas de Candle Cove.
La carretera seguía y seguía eternamente pero casi podía olerse el mar.
El movimiento frente a ellos fue demasiado repentino, Johan apenas vió fugazmente al animal. Maldito coyote. Casi terminan empotrados contra el árbol.
- ¿Estás bien? - Preguntó Johan dulcemente, Stella solo sintió un renovado amor por Johan, por su preocupación... Johan se preocupaba por su inversión.
Quizá podría renunciar a tres o cinco mil dólares. Si conseguía un hotel donde no preguntaran demasiado... Los Guzmán pagaban más por las vírgenes pero nueve mil quizá fueran suficientes para iniciar de nuevo. Y la chica tal vez los valía, solo debía procurar no ser muy rudo.
La cadena de había safado, de nuevo... Y ni tan siquiera podía ver al maldito animal. Johan estaba armado y descargarle un par de tiros le proporcionaría algo de tranquilidad, algo de paz de espíritu.
Stella se sentó al lado de la carretera. Se abrigaba con una chamarra enorme, pero tenía un profundo escote muy revelador. Johan pensó que de ese modo nadie preguntaría su edad. Y era un espectáculo digno de ver de cualquier modo.
La vieja motocicleta tardaría un rato para moverse. Había pertenecido a su padre, proveedor de estupefacientes en Florida años atrás, había encontrado su fin en un fuego cruzado con los de Medellín cuando Escobar aún no se había convertido en colador. Esos eran los buenos días.
Johan apenas conoció a sus padres. Tenía cinco cuando su padre murió y su madre había muerto de sobredosis en una fiesta en Beverly Hill's. No era la anfitriona, era una atracción. Al final se había criado de cualquier manera en un remolque con su tio por todos los estados, cada vez que llamaban la atención de la policía local, se largaban al siguiente. Hurto, venta y sobretodo tráfico de drogas. Eran unas joyas estos dos.
Pero hasta esos días pasaron cuando unos días atrás el tío de Johan fué atrapado con medio kilo de cocaína. Johan desenganchó la motocicleta y se largó al primer motel que encontró. De eso hacia unos meses.
Su estancia fue tranquila, no había mucho tráfico de mercancía (y Johan llevaba trescientos gramos en la motocicleta) así que estaba viviendo de sus ahorros. Pero conoció a todo un grupo de niñas imbéciles que nunca habían visto a un chico malo en su vida. Pero Stella era especial, era cándida, de rostro infantil y voz de niña... Y era la única que aún temblaba al ser besada. Las amigas de Stella también temblaron, pero mucho después.
Johan se cuidó de guardar en secreto esto último, al menos de Stella... Cuando todas se reunieran y compartieran experiencias, la verdad se sabría. ¿Irían con la policía?.
Allí estaba el coyote, tras el pino... Lo había oído. Johan desenfundó el arma escondida en su espalda. Una Thunder 380, comprada en New York hace un par de años.
Stella se limpió la saliva con el dorso de la mano. ¿Cuánto había dormido? Y ¿Dónde estaba Johan?. La motocicleta estába medio desarmada aún.
¡Bang!, ¡Bang!
Stella se levantó de un salto, ya había visto el arma de Johan, ¿Era eso lo que había sonado?. Retrocedió unos pasos a la carretera. Observaba el bosque, tratando de ver en la oscuridad.
Stella saltó a la motocicleta y comenzó a girar el manubrio, la luz amarillenta casi estaba apagada, pero la luz era apenas suficiente para apartar la oscuridad.
Una figura caminaba, despacio, con una mano en el pecho, vacilante. Stella corrió a él.
-¡Johan! - Stella ahogando un grito se detuvo en seco.
El pecho de Johan tenía un rasguño tan profundo en el pecho que casi se veían las costillas.
Una especie de gruñido, mezclado con un borboteo resonó detrás de Johan, en la espesura. Del jóven brotó entonces una risa maniática, animal... Y levantando el arma se voló la tapa de los sesos.
Al caer, Stella pudo ver la figura en el bosque. Y lamentó mucho no tener ella el arma en su propia mano.
La solución de Johan era la única razonable.
Candle Cove estaba a menos de una hora de Boston, por ello cuando el cadáver de Johan llegó a la morgue (el pequeño pueblo pesquero no contaba con ese tipo de instalaciones), el agente Morris ya se había presentado. No hacían trece horas del suicidio cuando el asunto había pasado a manos del FBI.