La llave de dos mundos: La destrucción

La destrucción

Relato 1: Nada es lo que fue

Diana regresaba de la universidad, cansada. Tiró las llaves en la mesa de la entrada y se desplomó sobre el mueble. Se quedó un rato sentada, con los ojos cerrados y la mente en blanco, como tratando de comunicarse con el universo. A veces lograba conectarse con David, pero no siempre lo conseguía. Ella pensaba que las interferencias se debían principalmente a los zatheanos, que siempre saboteaban las comunicaciones.

Diana era una de las llaves protectoras y debía estar atenta a las señales de alarma. Por eso, todas las noches dedicaba un buen tiempo a conectarse con el universo. En eso llegó su mamá, quien la sacó de su trance.

—Vamos a cenar, hija. Tu papá debe estar por llegar.

Diana se incorporó y fue a ayudar a su mamá con la cena. Llamó a Denise para que bajara, pero su hermana estaba encerrada en su cuarto, hablando por teléfono con su novio, Don.

Al poco rato llegó Daniel, terriblemente cansado y triste. El año anterior, el negocio de las mermeladas se había ido a pique y la situación familiar era muy difícil. Tan difícil que Dora había tenido que conseguir un trabajo, y hasta Diana trabajaba medio tiempo para ayudar en la casa. Daniel, por su parte, trabajaba de cocinero en un restaurante de pizzas, aunque soñaba con algún día abrir su propio restaurante.

Y es que Cardenales había caído en manos de los peores rebeldes de Zathea: los más despiadados y crueles de todos. La ciudad estaba bajo el dominio de un tirano llamado Canelón, que llevaba años en el poder. Diana estaba convencida de que no era un terrícola, sino un rebelde infiltrado. Sin embargo, sabía que sola no podía enfrentarlo. Canelón llevaba el tiempo suficiente como para haber llevado a Cardenales a la más cruel destrucción.

Los campos verdes se habían convertido en terrenos áridos, y toda la fauna había migrado a otras regiones. La situación económica era tan precaria que supermercados, hoteles y restaurantes habían cerrado, lo que llevó al fracaso del negocio familiar. Todos los hermanos de Daniel abandonaron Cardenales en busca de mejores horizontes. Algunos, como Duarte, los visitaban de vez en cuando. Pero todo era tristeza y desolación en la ciudad. Diana tenía la certeza de que Canelón y su grupo eran rebeldes de pura cepa, porque no era posible que existieran humanos tan malos.

A pesar de todo, la familia intentaba mantenerse unida y, entre tanta desolación, no perder el buen humor.

—¡Des, baja a ayudar! —gritaba Diana desde la escalera.

—¡Voy, Didi! Hablaba con Don. Viene después de la cena.

La casa de los Claver había caído en deterioro, y Diana se angustiaba cada día buscando formas de ayudar. Mocca, su gata, pasaba la mayor parte del tiempo detrás de la nevera, pero nadie le prestaba atención; todos estaban inmersos en sus propios problemas.

Tras la cena y una breve conversación, el matrimonio Claver se retiró a su cuarto, y Diana y Denise se quedaron en la sala. Al cabo de unos minutos, sonó el timbre. Era Don, que venía a visitar a Denise. Desde hacía casi un año mantenían una relación. Don solía visitarla casi todas las noches, y los tres jóvenes conversaban animadamente por un rato. Esa noche, Diana se sintió muy cansada y se fue a dormir. Don fue a la cocina por un vaso de agua, mientras Denise se quedó en la sala.

De pronto, Don vio a Mocca rascando la nevera con sus patas, como si tratara de sacar algo de allí.

—¿Qué te pasa, Mocca? ¿Qué se te perdió? —dijo, cargándola con cariño—. A ver, vamos a mover un poco la nevera para buscar tu juguete.

Pero al rodar la nevera, Don quedó espantado por lo que vio.

Toda la parte de atrás estaba cubierta de gusanos verdes fosforescentes que caminaban de arriba abajo. Mocca jugaba con uno que se había enrollado como una bola.

—¡Mocca! —gritó Don, espantado—. ¡Deja eso! No sabes qué es. ¡Denise, ven rápido!

Denise corrió hacia la cocina y, al ver la escena, quedó horrorizada. Ambos decidieron llamar a Diana.

—No sabemos qué son, así que vamos a manejarlos con cuidado —dijo Diana.

Una Diana más madura, segura de sí misma y decidida, recogió todos los gusanos y los puso en una caja. Eran como treinta, de distintos tamaños.

—Los voy a dejar detrás del árbol de mango, bajo el techito del banco. Nadie los verá allí hasta que yo pueda averiguar de qué se trata —dijo.

Y así lo hizo. Dejó la caja tapada, como para evitar que se escaparan, y tomó en brazos a Mocca, que quería quedarse con ellos.

—Vamos, Mocca. Debes mantenerte alejada de ellos. Parecen inofensivos, pero primero tenemos que saber qué son.

Todos entraron en la casa. Don se despidió. Diana y Denise se fueron a dormir, llevando a Mocca con ellas.

Afuera, en el jardín, la caja comenzó a abrirse… y uno de los gusanos empezó a salir.

Relato 2: Encuentran la llave

Diana se despertó sobresaltada. No sabía si lo de los gusanos había sido un sueño o una señal, pero una imagen nítida se repetía en su mente: un zumbido metálico, una fila de gusanos verdes rodeando su casa y una palabra que no entendía: Kov’ret.

Se levantó en silencio, tratando de no despertar a Denise. Mocca la siguió, inquieta. Salió al jardín descalza, guiada por una intuición. La caja seguía allí, pero la tapa se había movido. Solo quedaban veintisiete gusanos.




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