La Llave de la Valquiria - Relato -

1. Un curioso encargo

Desmontar el mascarón de proa no estaba resultando una tarea liviana para aquellos hombres. La cabeza de aquel imponente dragón debía de pesar lo suyo, pero aquel era un ritual necesario cuando los drakkars fondeaban en el muelle, si no se deseaba molestar a los espíritus de la tierra, algo a lo que jamás se arriesgaría ningún hombre cuerdo. Las tallas de madera que gobernaban los navíos nórdicos resultaban desafiantes y soberbias, una buena imagen ante los enemigos en el mar, pero nada deseable para las divinidades en tierra.

Astryd llevaba un buen rato sentada sobre las viejas cajas apiladas de algún mercader, observando las complejas maniobras de los marinos e imaginando, especialmente, cómo resultaría embarcar en una de aquellas moles de resistente madera de encina. Había deseado hacerlo cada día de su vida y la respuesta siempre había sido la misma: «Solo eres una cría».

Apretó el puño, tratando de contener la rabia y evocó las palabras de su hermano. Bolthor había tenido algo más de fe en ella y en su capacidad para leer el viento y las aguas, el cielo y el rumbo de las aves migratorias. Aquello resultaría suficiente para compensar de algún modo su escuálida figura y la cojera que le lastraba su pierna izquierda desde el accidente que sufriera cuando era pequeña al caer de un caballo.

Suspiró al recordar la figura de su hermano y la serena sonrisa con la que se había despedido de ella en aquel mismo puerto hacía un año para no regresar.

El impacto metálico del acero cayendo a su lado la sobresaltó y fue incapaz de ahogar un grito que atrajo la atención de los hombres que trabajaban en el puerto.

—¡Por Odín, Balmung! ¿Qué haces? —espetó ella molesta ante las risitas de los marinos.

El enano carraspeó mientras observaba, embelesado, el enorme hacha que había descargado sobre una de las cajas, astillándola.

—¿Has visto esta maravilla? —preguntó, orgulloso—. Se la he sacado a Munin, el herrero, por apenas unas pocas monedas. Un tipo se le encargó y no regresó nunca a por ella. Ha tratado de venderla, pero esta preciosidad no corta, así que es muy difícil darle salida. Me ha costado convencerlo, pero...

—No corta... —lo interrumpió ella de mala gana—. Munin fabrica un hacha que no corta y tú pagas por ella. ¿Pretendías competir en estupidez con él?

Se puso en pie y empezó a caminar, alejándose de allí.

—En circunstancias normales resultarías muy graciosa —exclamó el enano, siguiéndola—. Pero esta vez tu ironía está justificada.

—No me digas...

—Tengo razones para creer que el hacha es una llave.

—¿Una llave?

Astryd negó con la cabeza justo en el momento en el que abandonaba el muelle y se zambullía en la concurrida plaza. En plena celebración por el Haustblót, el lugar se atestaba de mercaderes exhibiendo los mejores frutos de sus cosechas, bendecidos previamente por Freya y Frey.

—El hombre que la encargó le pidió a Munin que engastase esta piedra preciosa llamada solarsteinn —continuó hablando Balmung, al tiempo que zigzagueaba con dificultad entre los cuerpos que se deslizaban de un lado a otro—, un mineral que solo se... encuentra en un sitio.

Astryd se detuvo en uno de los puestos y evaluó con interés una gruesa capa de pieles curtidas.

—¿Dónde? —preguntó sin mirar a Balmung.

—En el Valhalla —susurró él.

—El Valhalla... —murmuró ella, arqueando las cejas—. Es decir que tu hacha, que no corta, ¿es una llave para llegar hasta el Valhalla?

—¡Shhhhhh! —exclamó el enano, azorado.

Paseó sus negros ojos a través de los allí presentes, pero nadie parecía estar prestando especial atención a su conversación con la chica.

Astryd continuó caminando y ni siquiera se detuvo ante las protestas del enano, que no lograba avanzar entre el gentío. Consiguió hacerlo, al fin, entre amenazas y la presentación de su hacha a la concurrencia para dar alcance a la joven, que ya se alejaba con rumbo a su casa.

—¡Muchas gracias por tu ayuda! —escupió, enfadado.

Astryd suspiró hondamente y se volvió.

—Balmung, lo siento, pero estoy cansada.

—Tampoco a mí me resulta particularmente agradable perseguirte por toda la ciudad, pero le juré a tu hermano protegerte y por eso, precisamente, te he traído esto. —Volvió a mostrar el hacha que había cargado sobre su hombro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.