Capítulo 17.1 - Duelo de Di Ho Ku
Tiempo:
9:51 am, 23 de julio de 1694
Lugar:
Caminos de las serpientes, Sector Tres, Continente Ranmer
Diyo se encontraba en el camino de regreso con su pequeña mulla. Estaba repitiendo las palabras en noble que su madrina le había enseñado unos días antes, realmente no sabía muy bien porque tenía aprenderlas, después de todo el seguiría comercializando heno para los diferentes pueblos de su propio Sector. Todavía le faltaba bastante de aprender, pero le habían dicho que si quería comercializar con los principales duques económicos sería de gran ayuda el saber aquel idioma. Se había cansado de caminar así que sería mejor subir en dicha carreta y dejar que la joven y feroz Feb lograse llevar todas las pilas de mercancía.
Feb había sido el último regalo por parte de su único amigo, Brand. Él había dejado de hablar con Diyo por qué ya no podía ser amigo de un plebeyo. Los niños nobles, no estaban acostumbrados a aprender dicho idioma desde su nacimiento, mediante su formación también se los iba cambiando, no solo con el idioma si no, con modales y costumbres. Para cuando un noble pasaba a la adolescencia casi ya no reconocía el idioma con el que había nacido. Así eran todos, la última buena acción que había hecho Brand fue aquel regalo, después nunca volvió a verlo. Algunos decían que había que tenido que tomar el mando a poca edad, otros que solamente se la pasaba estudiando sin oportunidad de poder volver a salir a las calles.
Diyo tiró de la rienda y la mulla Feb se detuvo un costado de la calle de tierra, el chico se bajó y le entregó un poco de agua. Él tomó un poco y cuando tragó el primer sorbo escuchó un grito lejano dentro de su mente.
Diyo, dijo una voz a través de sus pensamientos. Diyo escupió el agua y comenzó a mirar para todos lado preocupadamente. No había nadie, miró para los dos lados del camino y tampoco podía verse nada, en los pastizales tampoco podía verse nada, ni siquiera algún animal o un mero insecto. Nadie había dicho nada a menos que Feb pudiera gritar, lo cual era bastante improbable. El chico se encogió de hombros y se llevó nuevamente la cantimplora a su boca tomó otro sorbo.
No te asustes Diyo, dijo la profunda voz a través de sus pensamientos, esta vez Diyo le hizo caso y continuó bebiendo como si nada hubiera pasado. Mirando con sus ojos grises para todos lados que estos le permitían, aun así, no podía descubrir de donde provenía aquella angelical voz. Quiero que mantengas la calma niño, dijo la voz. Soy tu Dios Narelam, expresó a través de sus pensamientos.
—¿Ya me he vuelto loco? —preguntó Diyo.
No para nada chico, dijo la deidad a través de sus pensamientos. Es más, creo que estas más cuerdo que nunca. Tengo una misión para ti, si la aceptas comenzare a explicar en qué consiste. Si gustas puedes escuchar de que trata y después puedes ver si aceptas o no, pensó la deidad a través de la mente del chico.
—Mi madrina siempre me dijo que no hablase con extraños —dijo Diyo mientras miraba a Feb. Como si hiciera de cuenta de que aquel hocico y cara peluda fuera dicho Dios. La mirada perdida de la mulla no decía mucho, pero incluso parecía menos perdida que la mirada del propio Diyo. Sigo siendo Narelam, chico. ¿Necesitas pruebas? Dijo la deidad—. Puede ser, si no es mucho pedir señor Narelam.
En ese momento un rayo cayó del cielo golpeando a pocos metros de la calle por donde estaba Diyo el chico pego un salto y miró como se incendiaba la maleza a pocos pasos. ¿Necesitas otro rayo niño? Preguntó Narelam. El chico negó repetidas veces con su cabeza.
—¿Qué es lo que quiere Dios Narelam? —preguntó Diyo.
Solamente que vayas hasta la maleza que se ha quemado, dijo Narelam. Diyo dejó a un costado a Feb y caminó con paso decidido. Hace mil seiscientos años que no visitaba esta tierra, la tierra que yo cree. Creo que le dejé mucho trabajo a los espíritus, expresó Narelam. Diyo llegó hasta la zona que estaba totalmente negra y algunas puntas de pastos quemados todavía estaban brillantes por el fuego. En medio había un pequeño huevo este mismo se empezó a romper y de él salió un diminuto animal que Diyo nunca había visto en su vida. La criatura en cuestión tenía los ojos enormes como si gran parte de ellos estuviera por toda su cara eran de un color azul intenso y su pupila era negra, aunque muy diminuta. Debía de medir unos diez centímetros, su cuerpo era peludo, de color negro con algunos marrones y blancos. En sus manos tenía tres dedos y al parecer se podía parar en dos patas. Así como los monos. Esto es un Wolonchis, o así es como los llaman o se llaman así mismo. Son una raza que vive en el Continente Delrich, explicó Narelam. La deidad hizo que un aura rodease al animal y este empezó a crecer rápidamente como si el paso de los años fueran segundos para la criatura y en menos de un minuto parecía ser más grande de edad que el propio Diyo. El animal era todo un adulto.
O al menos eso era lo que podía dejar en evidencia sus cambios en aquellos extravagantes rasgos físicos de la criatura, ahora ya no media diez centímetros, sino que cerca de treinta o tal vez treinta y ocho.
—Hola Diyo —dijo el animal. Diyo se cayó al suelo del susto que se llevó al oír al animal hablar.
—¿Qué es esto? ¿Ahora si estoy loco? —preguntó Diyo abriendo sus ojos como un par de platos. No, contestó Narelam.