La llave de la verdad | Crónicaz Multiversales 1

Capítulo 23 - La verdad de aquel día

Tiempo: 

10 horas, día 21, del quinto mes, del año 4032 

Lugar: 

Hogar de la familia Priczem, Dominio de los pozos, Continente Vanlión, Universo Háleran 

 

INICIO SAGA EL PRIMER COLOR 

 

Markus Priczem se revolvió entre sus sábanas y frazadas apretando su quijada mientras intentaba continuar con los ojos cerrados en medio de la noche, para su desgracia terminó abriendo sus ojos de color rosa y se incorporó como pudo en su cama revolviéndola en el proceso. Se quedó un rato mirando a la plena oscuridad. ¿Qué fue lo que soñé está vez? Se preguntó el joven. Miró la hora del reloj de piedra, era un artefacto que cabía en la palma de la mano, como una pequeña pantalla transparente de medio dedo de grosor. En su interior contenía piedras pequeñas que iban cayendo en diferentes filas o tubos y en la pantalla de aquel vidrio transparente se mostraban con una tinta que se iba borrando, marcando los minutos, horas, días y los quince meses del año.  

Ya casi era hora de despertar para su primer día sacudió su cabeza y soltó un largo bostezo. Encendió las velas de llamas azules y se paró para colocarse su ropa. Cuando se terminó de cambiar llegó hasta el gran espejo de pieza. Su piel verde agua relucía aquella madrugada, se acercó a la luz azul pudo notar un imperfecto en su rostro, una diminuta escama de color verde en un tono más oscuro que el de su piel estaba creciendo justo en frente de su mejilla. Sus escamas tenían forma de triangulo con un poco de esfuerzo logró sacarla. Ahora si estaba listo para su primer día. 

La puerta de su habitación se abrió sin previo aviso, su madre Priciana Priczem, ingresó caminando con una gran bandeja de jugo amarillento y unos trozos de pica nunqui.  

Priciana tenía los ojos de color azul bien fuerte, casi parecía que una tormenta se creaba cuando Markus la miraba directamente a ellos. Sus escamas eran como la forma de un círculo, pero siempre de aquel verde diferenciándose del tono de piel verde aguada. Su cabello largo de color negro. Por lo usual todos tenían el cabello de color oscuro. Claramente como en toda raza había sus limitadas excepciones. 

—¿De quién es el primer día de escuela? —dijo Priciana con una amplia sonrisa— ¿De quién? ¿De quién? —apretó una de las mejillas verdes de Markus. El joven revolvió sus ojos rosas.  

—Mío —contestó renovando por segunda vez su bostezo. Priciana se acercó y miró detenidamente el rostro de su hijo.  

—¿Te pasó algo Markus?  

El chico mordió débilmente su labio inferior. 

—¿Ese mismo sueño otra vez? —el joven solo asintió y su madre lo rodeó con los brazos quedándose allí dos minutos bajo la luz de la vela de llamas azules. 

Markus se alejó cuando creyó que ya era demasiado. Se dirigió directo a su desayuno que estaba sobre su cama. Mientras que Priscila prendía las demás velas de la habitación, Markus todavía estaba dando los primeros sorbos de su bebida caliente de color amarillento.  Tomó una pata pegada a la mitad de un cuerpo de un pica nunqui, eran unos insectos bastante pequeños con una decena de alas como si fueran capas casi transparentes. Tenía dos patas negras y tres antenas, apenas visibles, sumado a todo su cuerpo (los que todavía estaban enteros) del mismo color negro. Solo sus alas, eran de un color dorado.  

Comió con anhelo aquellos pica nunqui, eran bastante caros. Después de todo los cien gramos casi valían cuarenta billetes Qto. ¡Una locura para esa cantidad!  

Markus movió el plato y le compartió a Priciana. La mujer tomó un par y se los llevó a la boca poniendo una cara de felicidad por aquel exquisito sabor. Una vez terminaron fueron hasta el comedor y allí Markus se terminó de preparar con su bolso negro. Salió de su casa una hora más tarde siendo saludado por su madre desde detrás de las vallas de su casa. Las calles eran completamente de tierra, en todo el pueblo no había un solo prado verde o si quiera una hierba verde. Todo era negro o marrón por la tierra o piedras. Huecos se extendían entre la calle, aquellos pozos eran particulares de aquella región, podían ser del tamaño de un dedo, pasando por todos los diámetros hasta ser tan grande como una casa. 

Todas las casas tenían una composición similar, ladrillos grises pequeñas con un par de habitaciones y la misma cerca en todas las casas de aquellas cuadras de la aldea. Evadiendo huecos, Markus se abrió camino por la calle sumido en sus pensamientos, intentaba mirar por donde caminaba, pero el interior de su cabeza estaba más interesante.  

¿Por qué madre no me quiere hablar sobre Alex? Se preguntaba en su mente, ya ni tiene sentido que le quiera preguntar, siempre termina cambiando de tema o lo enaltece, no hay ninguna pintura o recuerdo de él. Ni siquiera ropa, alguna pista que pueda darme de sus motivos por los cuales despareció. Intentó recordar lo que había soñado, a él mismo hundiéndose en un pantano y una figura oscura aparecía por encima suyo y le tendía la mano. Le decía que se calmara, pero cuando Markus se daba cuenta de quien era y decía aquella aborrecible palabra, por Narelah, ni siquiera puedo pensarla. Era como si su mente la hubiera bloqueado, por eso la había reemplazado con otra “Hermano mayor”. Parecía que esa no se bloqueaba, probablemente porque aquel familiar era completamente inexistente en su vida diaria.  

En los últimos meses aquella pesadilla había aparecido con más periodicidad en sus noches. Su madre, lejos de contarle algo, simplemente lo abrazaba tal y como había hecho aquella misma madrugada.  




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