La llave de la verdad | Crónicaz Multiversales 1

SEPTIMO INTERLUDIO

Capítulo 31.1 - Naoki

Tiempo:

3 horas, del día 41, del décimo primer mes, de 4029

Lugar:

Segunda mina de piedras azules, cueva cuarenta y siete

La humana Naoki oyó el final del turno de sus abuelos, ella se encontraba a un costado de la larga cueva, agachada frente a una pared de piedra totalmente deformada por los golpes de otras personas. Golpeó tres veces con su pequeño pico y miró hacia arriba, sus dos abuelos iluminaban aquella larga cueva con las dos velas que llevaban todos los adultos. Sus llamas amarillentas se movieron levemente cuando la mujer dejó el gran pico y su esposo puso el hacha sobre una piedra lisa al costado. Naoki los miró y se preguntó cuanto tiempo iba a tener que pasar para que ella pudiera tener sus propias velas. Sus dos abuelos tomaron las bolsas con las piedras azules que habían recogido y tomando la mano la niña Naoki salieron del túnel cuarenta y siete.

Cada varios metros de la larga e interminable cueva se hallaban otro par de personas, por lo usual se los agrupaban por familias, luego de horas de caminatas y subidas por escaleras de madera que apenas aguantaban el peso de una persona llegaron hasta la entrada principal. Era una caverna de varios metros de altura con salida al exterior. Desde aquella entrada principal derivaban todas las cuevas subterráneas por las que los humanos sacaban las piedras azules. Antes de salir tenía que dejar pesar por una barrera la cual la controlaban dos lagartropodos. Tenían un uniforme de color gris con una llama morada dibujada, debajo tenían su cota de maya y una casaca.

El abuelo de Naoki llegó con la bolsa de piedras y la colocó en la balanza antes de la barrera para salir. La balanza marcó número Halerianos, el guardia se fijó.

—¿Solamente eso? —preguntó el guardia en idioma humano—, solamente dos kilogramos después de veinte horas de trabajo. Ni creas que vas a descansar durante un día con esa pobre cantidad de piedras que has traído. Pasa, pasa. Volverás en quince horas —el guardia empujó al abuelo de Naoki. Ella y su abuela se adelantaron, el guardia puso la bolsa de su abuela sobre la balanza—. Bueno, un kilogramo y un cuarto. Parece que alguien vuelve en siete horas a trabajar.

El guardia abrió la barrera y los tres salieron al exterior. De sus bolsillos sacaron unos lentes oscuros y lo colgaron del par de barras que salían de ambos lados de sus cabezas por encima de sus orejas y de donde colgaban sus velas que siempre debían de estar encendidas. Naoki se colgó las gafas de sus orejas y bufó.

—Ya quiero tener mis velas —susurró la niña.

—Naoki —contestó su abuela—, solamente tienes cinco años. Cuando tengas diez o trece podrás tener un par de bellas velas que tanto le gustan a Shailusol.

Los tres caminaron por la planicie rocosa, apenas unos pocos matorrales secos se podían ver cada cinco metros (con mucha suerte) la tarde ya estaba cayendo para cuando llegaron hasta su pequeño poblado. Todas las casas eran iguales, dos placas de piedra con su punta pegada en la parte superior como si formara una triangulo. Por detrás otra placa que tapaba su hogar. Ingresaron el abuelo de Naoki tomó un par de lanzas que había terminado antes de entrar en el trabajo.

—Las voy a intercambiar por algo de comida querida —dijo su abuelo—, ya regreso.

Naoki dejó su pequeña cartera sobre otra piedra y sacó más piedras, le gustaba juntar las que tenían formas graciosas. Aquella vez había sacado tres, las acomodó y volvió con su abuela.

—¿Puedo salir a jugar con los demás niños? —preguntó Naoki.

—Está bien —contestó su abuela—, pero regresa antes de que se haga de noche. O te llamaré cuando tu abuelo traiga la comida.

Naoki asintió con una sonrisa, abrió la reja de madera que se encontraba frente a su casa y corrió hacia el centro de pueblo. Llegó en tiempo récord y allí se encontraban algunos de los niños de eran un total de diez en el pueblo, aunque muchos no se juntaban. Los que siempre salían eran Atlat, Modal y la joven Gulmira.

Los dos varones le llevaban dos años a Naoki y Gulmira tres. Naoki se ató su cabello negro, largo duro por el polvo de las minas de piedras azules. Los tres chicos estaban subidos en tres de las cuatro estatuas de piedra del centro del poblado. No eran representaciones perfectas de ancestros importantes, pero se acercaba bastante. Una de ellas era un lagartropodo, otro un humano grande y otros dos un chico y una chica adolescentes. Atlak se encontraba subido sobre la cabeza del lagartropodo. A los pies de las estatuas se podían leer los nombres de las mismas. La del lagartropodo tenía el nombre de “Galbais”. El otro chico, Modal se hallaba colgado del brazo de la estatua del hombre a sus pies, rezaba el cartel de su nombre “Metuc”. La chica estaba apoyada con la espalda sobre las piernas de la estatúa del adolescente humano, Gulmira tapaba parte de la placa, pero el nombre estaba a simple vista, Naoki pasó sus ojos azules y lo leyó, “Etiel” y Naoki caminó hasta la cuarta estatua de la adolescente tenía sus brazos extendidos hacia delante, la joven Naoki pegó un salto y se alcanzó a agarrar del brazo de la chica con sus manos comenzó a escalar con ayuda de sus piernas pisando en las ropas esculpidas de las estatua y se subió a uno de sus brazos apoyando su espalda en uno y sus piernas en otro.

En la placa de aquella estatua podía leerse el nombre de “Lowana”.




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