La llave de la verdad | Crónicaz Multiversales 1

OCTAVO INTERLUDIO

Capítulo 34.1 - El último nacimiento

Tiempo:

8 horas, día 23, del décimo cuarto mes de 3712

Lugar:

Isla de los carelis, Universo Haleran

—¿Por qué los ríos son tan caudalosos? —preguntó Arelia, su amigo Cryzo se hizo a un lado cuando volteó la rama de uno de los árboles, el joven Cryzo se quedó viendo como la inmensa rama del árbol caía hacia el caudal del río—. Cryzo, maldito idiota, casi me lo tiras encima.

—Perdón Arelia —expresó el carelis de ojo azul y negro, el joven Cryzo tenía una cicatriz en su mejilla izquierda en forma de equis. Al igual que su amiga Arelia con el mismo ojo azul del lado derecho y cicatriz con la misma forma y posición—, un hombre debe ver como cae una rama.

—Eso es lo más estúpido que has dicho en tu corta vida —contestó Arelia. Los dos carelis portaban dos espadas negras.

—Noto un poco de nervios en el tono de tu voz, ¿No es así? —preguntó Cryzo. Arelia bajó de una de las ramas del inmenso árbol y sentó sobre una raíz. Cryzo saltó desde otra de las ramas que estaban más arriba aterrizando con un roll hacia delante para no romper sus piernas, podría haber invocado su magia para caer menos fuerte, tal vez, si lo hacía así sería menos divertido, también. Cryzo se sentó al lado de su amiga.

—Por Narelah que tienes razón, cuando la tienes —la joven revolvió sus pupilas azul y negra—. La verdad es que no estoy muy segura de enlistarme en la guerra, después de todo no es algo obligatorio si eres hijo o hija de una de las veinte familias —Cryzo bajó su mirada—, lo siento. No quería ponerte más presión.

—No hay problema, son los beneficios del líder de los carelis. Además de poder extra. Estoy obligado a ir a la guerra.

Un sonido agudo apenas perceptible para los oídos humanos se hizo presente en Cryzo y Arelia. Los se levantaron cubriendo sus oídos y solamente hizo falta una mirada para que supieran que debían de volver a su pueblo. Cryzo saltó hacia la rama del árbol y viendo como los demás arboles eran de la misma altura (de unos diez metros con hojas anaranjadas y rojas) desenvainó su espada negra. Arelia hizo lo mismo saltando hasta donde se encontraba Cryzo, la chica se tambaleó, Cryzo la agarró unos instantes antes de caer.

—¿Lista? —preguntó Cryzo. Arelia asintió cerrando sus ojos, el joven hizo brillar su ojo azul y empuñando la espada negra con su mano izquierda y miró el reflejo prominente del sol, movió la espada hasta que pudo captar el color rojo y decantó su poder, su espada comenzó a teñirse de una bruma oscura e hizo un pequeño corte diagonal en el cielo justo detrás de su amiga Arelia, un corte que Cryzo logró medir casi a la perfección en un solo e único centímetro. Instantes después Arelia se había elevado por los aires al menos a un metro de la rama donde estaba parada hacía unos momentos, en la misma dirección diagonal en la que Cryzo había cortado.

El joven careli volvió a invocar la magia, pero esta vez con su mano derecha su espada se embulló de aquel oscuro y marcó como objetivo la rama sobre la que estaba parado, movió la espada hacia abajo en diagonal un solo centímetro y él mismo salió impulsado en la misma dirección que lo había hecho Arelia, se giró para ver el cielo, sobre los grandes árboles de la isla, a lo lejos el pueblo. Miró hacia abajo y pudo ver que Arelia ya estaba aterrizando sobre una nueva rama a varios árboles de distancia de donde habían partido. Cryzo cayó, o al menos intentó caer con cierta elegancia que le había dicho su padre que debía de caer, sin intentar flexionar las piernas o hacer esos rolles sobre el suelo que dejaban a uno con toda la espalda sucia. Cryzo puso sus pies juntos y tocó la inmensa rama del árbol con sus brazos extendido hacia la izquierda y derecha como si su cuerpo fuera una inmensa letra T. Como si fuera uno de los tiesos muñecos que estaban esperando la llegada inminente de su hermano menor.

Cryzo cerró sus ojos, y Arelia aplaudió. Ambos sabían que no le gustaba caer con elegancia, Cryzo abrió sus ojos y se puso rojo con sus mejillas ardiendo de la vergüenza. Por Narelah ¿Cuándo voy a poder dejar de hacer esos aterrizajes horribles? Se preguntó en su mente el careli, mientras ya estaba invocando su magia para volver a realizar el mismo efecto. Los dos amigos fueron pasando de árbol en árbol, cada vez con cortes un poco más largo, ya que, cada cierto tiempo el sonido se volvía a reproducir y eso solamente quería decir una cosa, se quedaban sin tiempo.

¿Por qué se habían alejado tanto? En poco menos de diez minutos ya estaban bajando desde el último árbol donde a continuación se encontraba el pueblo. Había cerca de diez manzanas con una decena de casas. Las calles estaban empedradas y las luces azules abundaban en los faroles dispuestos al costado de cada una de las calles.

Los dos chicos caminaron hasta llegar al centro del pueblo (que ya casi parecía una ciudad por su densa población) y se toparon con unas rejas negras, que estaban construidas en taatVild, aquel metal que solamente los carelis eran capaces de crear. Las rejas tenían solamente cuatro entradas que estaban resguardadas por guardias. Éstos ni siquiera preguntaron si tenían permiso para pasar y Cryzo y Arelia pasaron las cuatro calles de piedra convergían en una sola gran rotonda a los costados un total de veinte y dos casas. Una para los pagos de trabajos, otra como sala de reuniones de las demás veinte eran de las familias carelis. En el centro de la rotonda había unas escaleras caracol que llevaban hasta un altar donde se encontraban clavadas veinte espadas y en el centro de ellas. Un trono, el cual solamente ocupaba el líder de los carelis.




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