La Llave Del Alba Olvidada

LA LLAVE DEL ALBA OLVIDADA

LA LLAVE EN EL ARCHIVO OLVIDADO

CAPITULO 1
El aroma de papel viejo y polvo de estrellas llenaba el sótano del Museo de Memorias Olvidadas. Elara Vela se agachó frente a una estantería que no había tocado en meses —una estructura de roble oscuro que parecía haber sido puesta ahí cuando la ciudad de Aethermoor aún era un pequeño pueblo de pescadores. Sus manos, cubiertas de guantes de algodón, deslizaron sobre los tomos de cuero, buscando el volumen que el director le había pedido: Historias de los Portales Perdidos.
El día había sido largo. Los ríos de Aethermoor, que llevaban energía mágica llamada "aether" a través de las calles, estaban brillando con un color azul pálido que indicaba que la noche se acercaba. Elara sentía la fatiga en sus hombros, pero también la emoción que siempre le causaba trabajar en el museo —cada libro, cada objeto, guardaba una historia que nadie había contado en siglos.
"¿Dónde estás, viejo amigo?" murmuró, pasando su dedo por el lomo de un tomo que tenía la portada desgastada hasta ser irreconocible.
Cuando lo sacó de la estantería, algo cayó al suelo con un sonido suave pero resonante. Elara miró hacia abajo y vio un objeto de bronce, pequeño y entrelazado, con formas que recordaban a las ramas de un árbol y una punta que parecía un pétalo de flor. Era una llave —pero no para ninguna cerradura que hubiera visto antes.
Se agachó para recogerla. En el momento en que sus dedos tocaron el metal, una corriente de calor recorrió su cuerpo, seguido de una luz dorada que salió de la llave y llenó el sótano. Elara soltó la llave de golpe, pero ella misma se quedó inmóvil, mirando a su alrededor con los ojos abiertos de par en par.
Por primera vez en su vida, veía algo que nadie más veía.
Hilos finísimos, de colores diferentes, se extendían por todo el sótano —algunos rojos, otros azules, otros dorados. Se entrecruzaban entre los libros, las estanterías y el techo, conectando objetos y lugares que parecían inconexos. Elara levantó la mano y vio que un hilo dorado salía de su pulgar y se dirigía hacia la llave, que seguía en el suelo brillando con luz suave.
"¿Qué... qué es esto?" susurró, sin atreverse a moverse.
De repente, la luz se apagó. Los hilos desaparecieron como si nunca hubieran existido. Elara se quedó con la mirada perdida en el suelo, donde la llave de bronce yacía quieta, sin ningún signo de magia. Se inclinó nuevamente y la cogió con más precaución. Esta vez, no pasó nada.
"Tal vez fue mi imaginación," dijo para sí misma, guardando la llave en el bolsillo de su abrigo. "Estoy demasiado cansada."
Salió del sótano y subió las escaleras de piedra hasta el salón principal del museo. El director, un hombre mayor de barba blanca llamado Mikel, estaba esperándola junto a la entrada.
"¿Encontraste el libro, Elara?" preguntó, con su voz suave y cansada.
Elara sacó el tomo de su mochila y se lo entregó. "Aquí está, Mikel. Fue difícil de encontrar —estaba en la estantería del fondo del sótano."
Mikel miró el libro con satisfacción. "Buen trabajo. Necesito lo que hay dentro para el nuevo expositor sobre los antiguos dioses. Ahora, ve a descansar —la noche ya está aquí, y los ríos empiezan a dormir."
Elara asintió y se despidió. Salió del museo y se dirigió hacia su apartamento, que estaba en una calle cerca del río principal. La ciudad estaba llena de luz: las farolas, alimentadas por el aether, brillaban con un color amarillo cálido, y los edificios de cristal reflejaban la luna que empezaba a salir por el horizonte.
Mientras caminaba, no podía dejar de pensar en la llave. Sacó la llave de su bolsillo y la miró a la luz de la farola. Era hermosa —las formas entrelazadas parecían tener vida propia. ¿Por qué le había hecho ver esos hilos? ¿Era magia? Elara nunca había tenido poderes mágicos —su familia era de gente normal, sin ninguna conexión con las escuelas de hechicería o las órdenes de guerreros mágicos.
De repente, sintió una presencia detrás de ella. Se giró rápidamente y vio a un hombre de estatura alta, con pelo negro como la noche y ojos de color verde oscuro. Llevaba una túnica negra que le cubría todo el cuerpo, y en su cinto llevaba una espada de hoja curva. No era una prenda común en Aethermoor —la mayoría de la gente vestía ropas modernas, con toques de magia, pero esa túnica era de otra época.
"Disculpe," dijo el hombre, con una voz grave y serena. "¿Ha visto un objeto de bronce hoy? Una llave pequeña, con formas entrelazadas."
Elara se quedó inmóvil. ¿Cómo sabía él sobre la llave? Guardó rápidamente el objeto en su bolsillo y negó con la cabeza.
"No... no he visto nada así."
El hombre miró a sus ojos durante un momento —un momento tan largo que Elara sintió que podía leer su mente. Luego, asintió lentamente.
"Lo siento por la molestia," dijo. "Es un objeto importante para mí. Si lo ve, por favor, avíseme."
Se dio la vuelta y se alejó, desapareciendo entre la multitud que caminaba por la calle. Elara se quedó allí, con el corazón latiéndole fuerte. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué buscaba la llave?
Llegó a su apartamento y entró, cerrando la puerta con llave y asegurándola con un cerrojo mágico que Luna, su mejor amiga, le había dado. Se quitó el abrigo y se sentó en el sofá, sacando la llave de su bolsillo nuevamente.
Decidió investigarla. Agarró su tableta mágica —un dispositivo que permitía buscar información en las bibliotecas digitales de la ciudad— y empezó a buscar imágenes de llaves antiguas. Pasó horas revisando archivos, pero no encontró ninguna que se pareciera a la suya.
De repente, escuchó un golpe en la puerta. Elara se sobresaltó y guardó la llave en un cajón del sofá.
"¿Quién es?" preguntó, con la voz un poco temblorosa.
"Yo, Luna! Ábreme, que tengo un regalo para ti!"
Elara respiró hondo y se levantó para abrir la puerta. Luna entró, con una sonrisa grande en su cara y una caja de pasteles en la mano. Era una chica de pelo corto y rubio, con ojos azules brillantes y una túnica de color púrpura que indicaba que era una hechicera de la escuela de los Cielos.
"¡Hola, amiga!" dijo Luna, abrazándola. "Vi estos pasteles de aether y pensé en ti. Has estado trabajando demasiado en el museo."
Elara sonrió, agradecida por la presencia de su amiga. "Gracias, Luna. Necesitaba esto."
Se sentaron en el sofá y empezaron a comer los pasteles, que tenían un sabor dulce y brillaban con luz azul. Luna miró a Elara con una expresión curiosa.
"¿Qué pasa? Te veo preocupada."
Elara vaciló un momento, luego decidió contarle la verdad. Le habló de la llave, de la luz dorada y de los hilos que había visto. Le habló también del hombre de la túnica negra que la había preguntado por ella.
Luna escuchó con atención, sin interrumpirla. Cuando terminó, se quedó en silencio por un momento, mirando a la caja de pasteles.
"Eso es... extraño," dijo finalmente. "Los hilos que describiste... me recuerdan a las historias sobre los 'hilos del destino' —un poder que solo algunos seres tienen, y que les permite ver las conexiones entre las personas y las cosas."
"¿Los hilos del destino? Pero eso es solo leyenda, ¿no?"
Luna negó con la cabeza. "No lo sé. Hay muchas cosas en este mundo que no entendemos. Y la llave... si le respondió a ti, significa que tienes una conexión con ella. Tal vez es el objeto que activó tu poder oculto."
Elara se quedó inmóvil. "Un poder oculto? Yo nunca he tenido poderes."
"Tal vez no lo sabías," dijo Luna. "Vamos, déjame ver la llave. Tal vez puedo sentir su magia."
Elara sacó la llave del cajón y se la entregó. Luna la tomó en sus manos y cerró los ojos. Por un momento, nada pasó. Luego, su ceño se frunció y abrió los ojos con una expresión de sorpresa.
"Hay mucha magia aquí," dijo. "Mucha más de la que puedo explicar. Es antigua —más antigua que Aethermoor misma. Y hay algo más... un sentimiento de tristeza y amor. Como si la llave hubiera guardado una historia de dolor y pasión durante siglos."
Elara miró la llave con curiosidad. "¿Una historia?"
"Si quieres, podemos investigarla juntos," dijo Luna. "Mañana voy a la biblioteca de la escuela de los Cielos. Podemos buscar información sobre llaves antiguas y los hilos del destino."
Elara asintió, agradecida. "Gracias, Luna. No sé qué haría sin ti."
Mientras tanto, en un hotel oscuro en el centro de la ciudad, Kael Thorn se sentaba en la cama, mirando a la ventana. Había buscado la llave todo el día, pero no había encontrado rastro de ella. Sabía que estaba en la ciudad —su instinto, entrenado durante años en la orden de los Sombres Vigilantes, se lo había dicho. Y había visto a la chica: la archivista del museo. Había visto la llave en su bolsillo, a pesar de que ella lo hubiera negado.
"Por qué te negaste a decírmelo?" murmuró, mirando la luna que brillaba en el cielo. "No quiero hacerte daño. Solo necesito destruir la llave antes de que el Señor del Abismo la encuentre."
Recordó las palabras de Torvin, su mentor: "La llave es la puerta al Abismo. Si cae en manos del Señor, todo se perderá. Tienes que destruirla, sin importar lo que pase."
Kael sabía que Torvin tenía razón. Pero cuando había visto a la chica —Elara, según había escuchado que le decían al director—, había sentido algo que nunca había sentido antes: una conexión. Como si lo hubiera conocido antes, en otra vida.
"Eso es imposible," dijo para sí mismo. "Soy un guerrero de los Sombres. Mi vida es la misión. Nada más."
Pero a pesar de lo que decía, no podía sacar a Elara de su mente. Había visto la forma en que sus ojos azules habían brillado con miedo y curiosidad, y había sentido un deseo de protegerla.




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