El ambiente era torrencial, miles de asgardianos y cientos de valquirias habían perdido la vida en tan atroz encuentro, la batalla había sido sangrienta y el perdón y la reconciliación no era una opción. Odín había sido herido de gravedad, las Valquirias Hilga, Sigrún y Sváva habían perecido en batalla y las pocas sobrevivientes se habían refugiado en el Valhalla. El ambiente era abrumador, triste y sin vida, pero lo que más preocupaba ahora no era el ataque inminente del gigante, era el saber qué pasó con Freyja y Loki, pesé a los múltiples intentos de brujos, adivinos e incluso de las mismísimas Nornas (entidades femeninas tejedoras del destino) no habían logrado encontrar algún rastro de ambas deidades nórdicas.
— ¿Y qué le pasará a nuestra diosa?
Hnoss y Gersemi, ambas hijas de Freyja y su antiguo amante Ord (Óðr), estaban bastante preocupadas por su madre, sabían que Freyja era una mujer fuerte y poderosa, aún así el poder que Ollmhór presentaba haría temblar hasta el ser más valiente en la historia. Ollmhór era un ser atroz, con un poder maligno con el cual cumplía cada uno de sus caprichos y lamentablemente para las jóvenes diosas ese capricho era su madre, Freyja.
Durante muchísimos años el ardor y sudor de la batalla habían sido el elixir de la vida para Bjorn, sus numerosas conquistas lo llenaban de pasión y felicidad, era su virilidad en la batalla lo que había dejado un legado inquebrantable y llegando hacer el líder del pueblo guerrero Admunson. Pero ese día era especial, puesto que ese día su primogénito y su mayor orgullo: Haakon se uniría a sus tropas y saborearía la sangre y el hedor de la guerra. De tan solo imaginarse tan próspero y sangriento festín se le hacía agua la boca, llevaba días sin comer para poder hacer espacio a la delicia de la carne de una de sus futuras víctimas. También a esa pequeña fechoría iría su otro hijo - un rotundo bastardo -, Einar era un asco y desperdició de su preciada semilla; escuálido y sin vellocidad masculina, era fuerte y rápido, sí, pero solo eso, no tenía la devoción y pasión por la matanza como su hermano mayor, Haakon; Einar se tambaleaba al tomar una espada y era un rotundo fracaso con las hachas, si no fuera por su melena rojiza que delataba su verdadero proceder lo habría eliminado hacía mucho.
Aún así era el mejor para su cortísima edad, 12 años, la edad perfecta para un guerrero sanguinario.
Un gruñido de satisfacción escapó de su garganta al ver un puñado de tejados ocultos en el denso bosque. Una sonrisa lobuna asomó a su rostro ajado. No era más que otra tierra de simples mortales, al fin y al cabo. Animado por la promesa de un pronto festín, vació sus pulmones en un alarido, anunciando su presencia a los que pronto caerían bajo el filo de su machete. Los suyos respondieron como una manada, cientos de gargantas que festejaba con la promesa de una próspera conquista. Bjorn le dió unas palmadas en la espalda orgulloso a su hijo, el despiadado Haakon sonreía son perversión, no podía esperar para reclamar a todas cuántas mujeres se le pasarán por enfrente, violarlas y finalmente saciar su apetito con su jugosa carne.
Haakon se deleitó imaginándose a sus víctimas estremecidas ante aquel grandioso clamor. Le gustaba verlos temblar, arrastrándose a sus pies, rogándole piedad antes de que sus vísceras colgaran fuera de su cuerpo, los gemidos involuntarios, las lágrimas y sus sollozos. Haakon era igual de perverso que su progenitor. Bjorn gritó la orden que desencadenaba el lado más perverso de sus lacayos y todos dieron un alarido furioso y lleno de perversidad.
Llegó la hora.
Bramó Bjorn dando la señal a sus tropas de que se prepararán para pelear y empuñando un arma corrieron gloriosos hacía su destino. Sus guerreros se esparcieron por el fiordo como a una jauría de perros de caza, jaleándoles cuando pasaban a su lado, excitando sus instintos más primitivos. Él mismo no tardó en unirse a ellos, animado por los familiares alaridos que comenzaban a resonar por todo el bosque que rodeaba tan primitivo pueblo. Pero pronto esa alegría desapareció al ver las cabezas y extremidades mutilados de sus compañeros en batalla. Las puertas de la aldea estaban empapados de sangre y extremidades, pero a diferencia de las múltiples ocasiones anteriores las extremidades eran de sus propios hombres.
Bjorn alzó la vista encontrándose con un muchachito, de no más de de once o doce años; estaba medio desnudo y sujetaba con ambas manos el machete ensangrentado que le había arrebatado a su agresor. En sus ojos había miedo, pero también una férrea entereza. Sabía defenderse, de eso no cabía duda. Los aldeanos no podían ser más que un puñado de vulgares pescadores, no obstante el más joven de ellos había sido capaz de dejar fuera de combate a uno de sus mejores saqueadores. No, no eran vulgares en absoluto. Llevaba demasiado tiempo en el mundo como para no reconocer una estirpe guerrera cuando la veía.