Cuando llegaron al restaurante, un camarero los recibió en la entrada. Su rostro mostraba una expresión de incertidumbre, como si supiera algo que era mejor que ellos no descubrieran.
— Lo siento, pero el segundo piso está completamente reservado esta noche —dijo con cautela, observando a los clientes con discreción.
Masha entrecerró los ojos; su mirada fue tan intensa que el camarero dio medio paso atrás sin darse cuenta.
— ¿Todo el segundo piso? —pronunció lentamente, casi arrastrando las palabras, como si sospechara que le mentía.
— Sí, señora —respondió él con cierta incomodidad—. Pero podemos ofrecerles una excelente mesa en el primer piso.
Masha presionó los labios con leve molestia, pero tras unos segundos asintió.
— Bien, condúzcanos.
El camarero se giró de inmediato, indicándoles el camino con un gesto. Sin embargo, apenas habían avanzado unos pasos cuando una figura familiar apareció sentada en una mesa junto a la ventana.
— ¡Miren nada más quiénes están aquí! —exclamó Liliya, sonriendo con un aire tan enigmático que Masha sintió cómo esa mujer comenzaba a irritarla.
— ¿Y qué haces aquí? —preguntó Solly con recelo, deteniéndose de golpe—. ¿Nos estás siguiendo?
Liliya se rió suavemente, echando hacia atrás su largo cabello.
— ¡Por favor! —hizo una pausa y miró a Solly con la expresión de quien dice algo obvio—. Aquí hay un pez mucho más grande nadando. Yo diría... un león.
Ante esas palabras, Pasha se quedó inmóvil. Sus ojos se entrecerraron y sus dedos, que estaban en su bolsillo, se cerraron en un puño.
— Nos vamos de aquí —dijo con tono seco, que no admitía discusión.
— Vete si quieres —respondió Masha sin siquiera voltear la cabeza—. Yo tengo hambre, así que me quedo.
Siguió avanzando sin detenerse a comprobar si alguien la seguía. Solly, lanzando miradas de desagrado en dirección a Liliya, se apresuró tras ella. Pasha no tuvo más opción que ir con ellas, pero sus movimientos eran tensos, como si estuviera esperando una trampa.
Liliya, por su parte, se levantó de su mesa con absoluta tranquilidad y comenzó a seguirlos con paso pausado.
— Sabía que no nos dejaría en paz —susurró Solly inclinándose hacia Masha.
— Que se siente si quiere —respondió ella—. Pero si intenta algo, le haré saber lo que es bueno.
Cuando tomaron asiento en una mesa en la esquina del salón, la atmósfera estaba cargada de tensión. Pasha eligió su lugar estratégicamente, asegurándose de tener vista directa a la entrada y a cada persona que ingresaba. Solly se sentó junto a Masha, mientras que Liliya, como siempre, tomó un asiento algo apartado, intentando demostrar su independencia.
— El segundo piso… —murmuró Solly sin apartar la mirada del techo—. ¿Quiénes serán esos "invitados misteriosos"?
— Quienesquiera que sean, no tienen nada que ver con nosotros —dijo Masha con calma, aunque en su interior sentía cierta inquietud.
En ese momento apareció el camarero con los menús. Sus manos temblaban y se apresuró a dejarlos sobre la mesa para que no se notara demasiado.
— ¿Todo bien? —preguntó Masha con tono seco, entrecerrando los ojos.
— ¡S-sí, por supuesto, señora! —respondió él, intentando sonreír—. Es solo que… estoy nervioso. Hoy hay muchos invitados importantes.
Masha lo observó fijamente durante varios segundos, hasta que el camarero casi entró en pánico.
— Bien. Entonces quiero un filete en término medio y agua sin gas —dijo finalmente con firmeza.
Solly hizo su pedido, pero Liliya solo esbozó una ligera sonrisa.
— Café. Negro.
Pasha la miró con los brazos cruzados sobre el pecho.
— Creí que veníamos aquí a comer —soltó con sarcasmo.
— Algunos vinimos a observar —respondió Liliya sin apartar la vista del camarero.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, añadiendo aún más tensión a una situación que ya de por sí era incómoda.
Masha sintió la tensión, como si una cuerda tensa vibrara en su interior, y comprendió que aquella noche en el restaurante prometía ser larga. Algo pesado e inasible flotaba en el aire, algo que le erizaba la piel.
Apartó la silla y se puso de pie, lanzando casi despreocupadamente por encima del hombro:
— Un momento, voy a retocarme el maquillaje.
Se alejó rápidamente en dirección al baño, aunque en realidad no necesitaba un pretexto cosmético, sino unos minutos para aclarar su mente. Su corazón latía acelerado y la inquietud se esparcía en oleadas dentro de su pecho.
Mientras cruzaba el salón, observó con atención la disposición de las mesas, las personas, incluso los pequeños detalles: alguien reía, otro inclinaba la cabeza sobre su teléfono, en un rincón un camarero descorchaba una botella de vino. Su mirada se deslizó hasta las escaleras que llevaban al segundo piso y sintió algo extraño: una presencia casi invisible, como si alguien estuviera observándola desde las sombras.
Al girar en la esquina, casi chocó contra un hombre alto. Él se movió con tal rapidez y gracia que se apartó con facilidad, como si hubiera previsto su movimiento. Su largo cabello rubio brilló bajo la luz de las lámparas, y sus ojos azul hielo la miraban con fijeza y concentración.
— Disculpe —dijo Masha con voz controlada, pero con un matiz de cautela fría.
— No pasa nada —respondió él en un tono bajo y uniforme, como si se tomara su tiempo para evaluarla. Luego, casi para sí mismo, murmuró—: Quién lo diría…
Masha se puso alerta de inmediato. Sus ojos se entrecerraron y su espalda se tensó levemente.
— ¿Qué? —preguntó con brusquedad.
El hombre no respondió de inmediato, solo inclinó ligeramente la cabeza, escrutando su rostro como si buscara algo familiar.
— Tienes rasgos conocidos —dijo finalmente. Su voz permanecía serena, pero en sus palabras había un eco de un antiguo dolor.
— Tal vez me confunde con alguien más —respondió Masha con una sonrisa ligera, aunque sus ojos seguían fríos.