La loba

21

La puerta del despacho de su padre estaba cerrada.

"Hay que forzarla." — pasó fugazmente por la mente de Masha.

— ¡Puedo derribarla sin más! — exclamó Solli, estirando los hombros con entusiasmo. Sus ojos brillaban con la emoción del desafío.

— ¡Esta es la casa de un Alfa! Aquí todo está construido para resistir, — protestó Anatoli Vasilievich, pero su voz se perdió en el torbellino de la acción.

— ¡Vamos a comprobarlo! — Solli le lanzó una sonrisa desafiante, subió rápidamente al segundo piso y se detuvo frente a la puerta.

Su mirada se agudizó, su cuerpo se tensó… y entonces—¡un movimiento rápido! Descargó toda su fuerza en un golpe cerca de la cerradura. Un crujido ensordecedor rompió el silencio. La puerta se abrió con un quejido, el marco se torció y la cerradura saltó hecha pedazos.

— ¿Dónde aprendiste eso? — Masha la miró atónita.

Solli apartó un mechón rebelde de su rostro y, riendo, se dio una palmada en su musculoso antebrazo.

— Vi demasiadas películas en los noventa. ¿Qué más iba a hacer en casa? Practiqué. Además, soy una loba. ¡Tengo la fuerza de un lobo curtido!

Anatoli Vasilievich entró en la habitación sin decir palabra, solo suspiró con resignación mientras pasaba sobre los restos de la cerradura.

Entramos al despacho. La atmósfera era sobria y masculina: madera oscura, olor a cuero y papel, un pesado reloj de péndulo marcando los segundos como si nada hubiera sucedido. Pero sabíamos que algo estaba oculto allí.

Solli fue la primera en avanzar, observando alrededor como una cazadora rastreando a su presa.

— Aquí hay algo, — murmuró, inhalando el aire con profundidad.

Masha pasó los dedos sobre la madera oscura del escritorio, sintiendo el frío de la superficie bajo sus yemas. Todo parecía demasiado perfecto. Ni un solo papel fuera de lugar, ninguna pista que delatara la presencia del dueño.

— No ha estado aquí en mucho tiempo, — dijo en voz alta.

— Pero dejó algo que no quería que encontráramos, — añadió Solli en tono pensativo, acercándose a la estantería.

Sus dedos se deslizaron por los lomos de los libros hasta detenerse en uno. Había un rastro apenas perceptible de polvo, como si alguien lo hubiera tocado recientemente.

— Aquí puede haber un mecanismo secreto, — murmuró Anatoli mientras se acercaba a la estantería, apartando a Solli.

— Es obvio como la luz del día, déjame a mí, — replicó Solli con impaciencia. Sin esperar, puso la mano sobre la estantería. Sus músculos se tensaron, y por un momento pareció que simplemente arrancaría el mueble de cuajo.

— ¡Ten cuidado! — gritó Anatoli, lanzándose hacia ella, pero ya era demasiado tarde.

Un sonido mecánico sordo resonó en la habitación. Algo hizo clic en lo profundo de la pared, y una de las filas de libros se deslizó suavemente hacia un lado, revelando un pasadizo oscuro.

— Ah, aquí están los secretos, — sonrió Solli con malicia.

La oscuridad tras la abertura exhalaba algo desconocido. Ni un solo rayo de luz se filtraba en su interior.

— Parece una trampa, — murmuró Anatoli Vasilievich.

— O una invitación, — contradijo Solli, dando un paso adelante.

El aire se volvió más denso. Algo los esperaba en la oscuridad.

La penumbra tras la puerta secreta era densa, casi tangible. El aire allí dentro parecía detenido en el tiempo, impregnado del olor a polvo, libros viejos y algo indescriptiblemente familiar.

Solli fue la primera en entrar, segura como una cazadora que no teme a las sombras. Masha se quedó un instante en el umbral, como si sintiera que detrás de esa puerta la esperaba algo que lo cambiaría todo.

— ¿Hay luz? — murmuró Solli, palpando la pared.

De repente, sin una fuente visible, la habitación se llenó con un resplandor dorado y suave.

— ¿Qué diablos…? — empezó a decir Anatoli Vasilievich, pero su voz se cortó al ver lo que había allí.

En la pared opuesta colgaba un retrato.

La mujer en él se parecía increíblemente a Masha. Los mismos rasgos, los mismos pómulos, incluso la ligera sonrisa en sus labios evocaba algo familiar. Pero los ojos… los ojos eran diferentes. Penetrantes, afilados, como los de un ave rapaz que veía todo, incluso lo que se intentaba ocultar.

No solo miraba desde el lienzo—los estaba estudiando.

— Es… — la garganta de Masha se secó.

— Luna, — murmuró Anatoli Vasilievich.

Solli se acercó, rozó el marco con los dedos, pero en el mismo instante se apartó de golpe.

— Está vivo.

— ¿Qué? — Masha la miró con sorpresa.

— Este retrato. Ella no solo está pintada… Nos está observando.

En las manos de Luna había un pequeño cuaderno. Su oscura cubierta parecía tan real que daba la impresión de que la mujer en el retrato estaba a punto de pasar la página.

Y entonces ocurrió algo aún más extraño. Sus dedos en la pintura se movieron, apenas un temblor, pero suficiente.

El corazón de Masha golpeó con fuerza contra sus costillas.

— ¿Vieron eso?

— Se está moviendo… — susurró Anatoli Vasilievich, su rostro pálido.

— Maldita sea, — Solli exhaló. — Esto empieza a gustarme.

Algo cambió en la habitación. El aire se espesó, como si su presencia hubiera despertado algo que había estado dormido durante años.

Masha dio un paso adelante.

— ¿Mamá? — su voz fue apenas un susurro, pero el retrato pareció escucharla.

Los ojos de Luna se volvieron aún más penetrantes, y sus dedos… apretaron con más fuerza el cuaderno.

Masha no apartó la vista del retrato. Su corazón latía con fuerza, pero no podía desviar la mirada de aquella mujer que era su reflejo… y, al mismo tiempo, una extraña.

Dio otro paso adelante. La habitación quedó en completo silencio. Incluso la respiración de Solli se volvió imperceptible.

Masha extendió la mano. Sus dedos temblaban, pero no se detuvo.

Cuando sus yemas tocaron el lienzo, algo cambió. El aire se volvió más suave, cálido, como si Luna misma se estuviera extendiendo hacia ella.



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En el texto hay: bruja, loba alfa

Editado: 02.03.2025

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