La loba

24

El sofocante final del verano envolvía todo a su alrededor con un calor pegajoso. El sol ya comenzaba a inclinarse hacia el horizonte, pero aún faltaba para que llegara la noche. Solli estaba sentada en el coche, dibujando patrones distraídos con la punta de su dedo sobre el panel polvoriento. Las ventanillas estaban medio abiertas, dejando entrar el aire caliente mezclado con el olor del asfalto y los pinos.

Masha finalmente regresó de hablar con los guardias, abrió la puerta de golpe y se dejó caer en el asiento del copiloto con un movimiento amplio. Su cabello estaba ligeramente despeinado por el viento, y sus mejillas ardían con un ligero nerviosismo.

— Espero que no te hayas aburrido, — preguntó mientras se secaba el sudor de la frente y desabrochaba su chaqueta ligera de mezclilla.

— No, — respondió Solli en voz baja, sin apartar la vista del volante, apretando sus manos sobre él como si eso pudiera contener la tormenta dentro de ella.

Pero aquella respuesta quedó suspendida en el aire, demasiado seca y cortante, como si escondiera algo más. Masha la miró de reojo; su intuición captó el cambio al instante.

— ¿Qué pasó? — se giró hacia ella, inclinándose un poco hacia adelante. Sus cejas se fruncieron, y sus ojos se estrecharon con preocupación.

Solli guardó silencio unos segundos. Sus labios temblaron, como si estuviera luchando por retener las palabras dentro. Finalmente, soltó un suspiro brusco, como si se estuviera rindiendo en una batalla contra sí misma.

— Leon, — dijo, aferrándose aún más al volante. — Me llamó. Me invitó a salir.

Masha se enderezó de golpe, sus ojos se agrandaron por la sorpresa.

— ¿Y…?

— Y le dije que no, — cortó Solli, finalmente soltando el volante y dejando caer las manos sobre sus rodillas. Sus dedos parecían tensos, como si aún estuvieran atrapados en una ansiedad invisible.

— ¡Solli! — exclamó Masha, incrédula. — ¡Tienes que ir! ¿Cuándo fue la última vez que saliste con alguien? Y ni siquiera lo digas, porque fue antes de…

Se detuvo a tiempo, pero la sombra ya había caído sobre el rostro de Solli. Ella la miró lentamente, con una mezcla de dolor, culpa y vacío en su expresión.

— No puedo, — su voz sonaba apagada, cargada de una pesadez que ni siquiera la cálida brisa veraniega podía disipar. — Se siente… como una traición. Sé que mi esposo murió hace mucho, pero no puedo. Es como si… si acepto, entonces lo dejo atrás definitivamente.

Masha la observó en silencio por unos segundos y luego, sin decir nada más, apoyó su mano en su hombro. Cálida, firme, real.

— No lo dejarás, Solli, — dijo con suavidad. — Siempre estará contigo. Pero tú sigues viva. Y tienes derecho a vivir.

Solli cerró los ojos por un instante, como si intentara esconderse de su propio corazón. Luego inhaló profundamente, permitiendo que aquellas palabras cayeran dentro de ella, en ese lugar donde aún quedaba espacio para algo nuevo.

— Además… el cuaderno… — Masha vaciló, buscando las palabras adecuadas, sus dedos jugaron nerviosamente con los bordes de la cubierta. — Lo que estaba escrito allí… entonces…

Solli la miró con impaciencia y preocupación mezcladas.

— Solo muéstramelo, — respondió con firmeza, inclinándose hacia ella.

— Pero… las palabras desaparecieron… — susurró Masha.

Solli suspiró levemente, como si acabara de resolver un misterio.

— Es porque lo estaba sosteniendo yo. Si tú lo tomas en tus manos, el texto volverá a aparecer y podré leerlo.

Masha la miró con desconfianza, pero aun así abrió el cuaderno con cuidado. Y… en cuanto sus dedos tocaron las páginas, las letras comenzaron a surgir, como si la tinta regresara del olvido. Al principio eran solo sombras borrosas de palabras, luego las líneas tomaron claridad.

Solli observó en silencio, conteniendo la respiración. Sus ojos recorrieron los renglones, y con cada nueva frase su expresión cambiaba: sorpresa, inquietud, shock, alivio, y nuevamente inquietud. Como si alguien hubiera encendido la luz en una habitación oscura dentro de su mente, y ahora veía algo que no quería saber.

Finalmente, exhaló y llevó una mano a su pecho.

— Dios… — su voz estaba ronca, cargada de emociones. Levantó la mirada hacia Masha, y en sus ojos, tras una sonrisa irónica, se escondía una ternura genuina. — Y yo que pensaba que mi destino era complicado…

Masha no pudo evitarlo. Sus ojos se llenaron de lágrimas diminutas, como gotas de rocío en la hierba matutina. Apartó la vista rápidamente, tratando de ocultar su vulnerabilidad, pero Solli ya lo había visto todo.

— Déjame abrazarte, — dijo en voz baja, y sin esperar permiso, se inclinó hacia adelante. Sus brazos la envolvieron con calidez, sinceridad, como un refugio en medio de la tormenta.

Masha se tensó al principio, pero luego se relajó, permitiéndose hundirse en ese apoyo. Sus corazones latían en sincronía, borrando cualquier distancia entre ellas. El cuaderno cayó al suelo, abierto, y las letras desaparecieron nuevamente, dejando solo la sombra de los sentimientos que acababan de vivir.

— Entonces… ¡Leon es tu padre! — finalmente exclamó Solli, como si esa revelación pudiera cambiar todo lo que habían sabido hasta ahora. Su voz era firme y suave a la vez, como si ni siquiera ella pudiera creerse lo que acababa de decir.

Masha apretó los puños, como si tratara de retener los pensamientos que se le escapaban junto con su propio corazón. Bajó la vista al cuaderno, donde las letras temblaban, como si estuvieran vivas, repitiendo palabras que era mejor no leer.

— Escucha… — Masha finalmente habló, su voz era baja, pero llena de un eco de determinación. — Necesito… necesito que te reúnas con él.

Solli observó a Masha durante unos segundos, inclinando ligeramente la cabeza, como si intentara mirar más allá de la barrera que su amiga estaba construyendo con tanto esmero.

— ¿Y qué sientes por él? — preguntó de repente, con una suavidad inesperada.



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En el texto hay: bruja, loba alfa

Editado: 02.03.2025

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