Solli estaba nerviosa. Sus dedos jugaban con la fina tela del vestido, y su corazón latía en su garganta.
— Te ves impresionante, — la tranquilizó Masha, observando cómo su amiga se acomodaba el cabello por tercera vez.
— ¿Y si él…? — Solli suspiró, buscando las palabras adecuadas.
— Se quedará sin habla, — respondió Masha con seguridad, tomando sus manos. — Ahora, adelante.
Salieron del coche justo en la entrada del restaurante. En el aire flotaba el aroma del café, las especias y algo indescriptible que aceleraba el pulso. Masha apretó los dedos de Solli en un gesto de despedida.
— Lo harás genial, — le guiñó un ojo y le dio un suave empujón hacia adelante.
Leon ya la esperaba en una mesa junto a la ventana panorámica. Cuando la vio, su espalda se tensó y sus dedos se aferraron con más fuerza a la copa. Contuvo el aliento.
Ella.
Su Luna.
Su pareja.
Ese pensamiento lo golpeó como un rayo, recorriéndolo hasta los huesos. Captó su aroma antes incluso de que ella se acercara. En sus ojos había algo familiar y, al mismo tiempo, nuevo. Su resplandor era el mismo que la noche anterior había hecho latir su corazón más rápido.
Pero no. Su primera Luna lo traicionó. Desapareció cuando más la necesitaba. Luego lo traicionó con su mejor amigo, convirtiéndolos en enemigos. Y después murió, y con ella pareció morir también él. No permitiría que su vida volviera a seguir ese camino.
¿O sí lo permitiría?
Era tan raro encontrar una Luna por segunda vez…
— Hola, — dijo Solli, sentándose frente a él.
Leon sonrió apenas, tratando de ocultar la tormenta que se desataba dentro de él.
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La noche fue larga. Leon yacía en la oscuridad, mirando fijamente el techo, pero sus pensamientos no le permitían dormir. Recordaba su voz, su risa, su mirada, y cada vez algo dentro de él se contraía.
Esto estaba mal. No tenía derecho a sentir esto. No ahora. No después de todo.
Cuando los primeros rayos del sol rompieron la oscuridad, finalmente se quedó dormido, pero su sueño fue entrecortado, pesado, como si algo lo asfixiara. Al despertar, Leon no pudo resistir—su mano se dirigió sola hacia el teléfono.
— Solli…
Del otro lado de la línea, el silencio se prolongó más de lo que esperaba.
— Lo siento, Leon, — su voz era serena, pero él sintió algo más en ella. No indiferencia, no. Más bien… una barrera. — Esto fue un error.
Apretó el teléfono hasta que sus nudillos palidecieron.
— Entiendo, — murmuró en voz baja.
La llamada terminó, dejando tras de sí un vacío.
Leon arrojó el teléfono sobre la mesa y se dejó caer sobre las almohadas. Dentro de él, algo latía con un dolor sordo y persistente. Creía que hacía tiempo que había dejado de sentir algo así. Que, después de la traición de Luna, su corazón se había endurecido.
Pero Solli había destrozado ese mito en una sola noche.
De repente, el teléfono volvió a sonar.
Miró la pantalla y, por un segundo, contuvo la respiración antes de contestar.
— Leon… — su voz ya no sonaba fría. Era suave, insegura, real. — He cambiado de opinión.
Algo dentro de él cambió. Como una ola que lo arrastraba por completo.
Se tomó un segundo en silencio, dejando que aquella sensación lo llenara. ¿Alegría? ¿Alivio? No estaba seguro. Pero sabía que era importante.
Sus labios se curvaron en una sonrisa, sincera, sin máscaras.
— Me alegra oírlo, — respondió, y por fin, en su voz apareció el calor que había estado ocultando durante tanto tiempo.
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Cuando Solli llegó al restaurante, su corazón latía en su garganta. Sabía que él no era un hombre común. Había algo más profundo, más oscuro en él, y al mismo tiempo, su presencia la atraía, la hacía sentir diferente.
Entró y lo vio de inmediato.
Leon la esperaba, tranquilo, seguro de sí mismo. Sus ojos la observaron mientras se acercaba. Pero lo que vio lo hizo tensarse.
— Hola, — dijo Solli, sentándose frente a él.
Era como un ciervo— frágil, cautelosa, como si pudiera huir en cualquier momento. En sus ojos no había juego, no había falsedad. No llevaba máscaras, como todos los demás.
Él se puso de pie en silencio, con un gesto le indicó que tomara asiento.
— Gracias por venir, — su voz era suave, pero contenida.
— Gracias por invitarme, — respondió ella, tratando de no mostrar su nerviosismo.
Leon cruzó los brazos, estudiando su rostro.
— ¿Por qué cambiaste de opinión?
Solli bajó la mirada, como si estuviera sopesando su respuesta.
— No lo sé. Simplemente… quise verte de nuevo.
Leon levantó una ceja.
— Una respuesta sincera.
En su voz captó algo que lo tocó más de lo que quería admitir. No era un juego. Ella era realmente así— honesta, vulnerable.
Y era su pareja.
Leon se recostó en la silla, ocultando una sonrisa.
Esto era solo el comienzo.
Leon miraba a Solli, y cada sonrisa, cada gesto, cada mirada dejaban una marca en él. Hablaba, y su voz era como una melodía que poco a poco deshacía sus miedos, borraba el dolor del pasado.
Se sorprendía a sí mismo queriendo tocar su mano, sentir el calor de su piel, asegurarse de que era real. Pero se contenía. Iba demasiado rápido, demasiado profundo, y arriesgaba volver a quemarse.
Pero cada vez que ella lo miraba con esos ojos— puros, abiertos, llenos de confianza— sentía cómo el hielo dentro de él se resquebrajaba.
No podía explicarlo, pero lo sentía: ella era su destino.
Y esta vez, no permitiría que el destino se le escapara de las manos.
Leon observaba a Solli, sus delicados dedos rozando suavemente la copa, sus labios moviéndose al hablar, y comprendió— ella no se parecía a nadie más. No tenía la crudeza de los juegos de manipulación a los que él estaba acostumbrado en un mundo donde todos ocultaban sus verdaderas intenciones.
Ella era como un ciervo— abierta, pero lista para huir al menor indicio de peligro.