Masha reunió toda su fuerza de voluntad, apretando y relajando los dedos una y otra vez, intentando acostumbrarse al dolor que sentía por las cuerdas. Parecían tan fuertes que cada movimiento se convertía en un nuevo tormento. Pero ella era terca, y en su rostro apareció una leve sonrisa: eso no la detendría.
Poco a poco, paso a paso, comenzó a relajarse. En lugar de luchar contra las cuerdas, empezó a pensar en ellas como algo que podía engañar. Su mente se agudizó, y sus dedos se volvieron hábiles, buscando el punto débil de cada nudo. Al principio, parecía imposible, pero con el tiempo y después de varios intentos, sintió cómo uno de los nudos se aflojaba un poco. Solo era el principio.
Masha comenzó a trabajar más rápido, deshaciendo un nudo tras otro. Sus manos dolían, pero no prestaba atención al dolor. Cada centímetro de piel libre significaba más posibilidades de escapar. Sintiendo que las cuerdas se aflojaban poco a poco, concentró toda su energía y, con un último esfuerzo, soltó una de las ataduras. ¡Una mano libre!
Después, todo fue más rápido. Logró liberar la otra mano y probó sus movimientos: los dedos se deslizaban con más facilidad, aunque aún le temblaban. Frotó sus muñecas, tratando de disipar la sensación de dolor, pero sabía que no tenía tiempo. Necesitaba soltarse por completo.
Se incorporó bruscamente, saltando de la cama, e intentó mantenerse en silencio. El aire era denso y pesado, y respiraba con cuidado para no delatarse. Sus piernas temblaban de debilidad, pero se mantuvo firme. Masha comenzó a inspeccionar la habitación con cautela, sus ojos adaptándose a la oscuridad, revelándole más detalles.
Las paredes estaban desgastadas, llenas de marcas como viejas cicatrices. El suelo de piedra y los techos abovedados daban una sensación de encierro y desesperanza, pero en cada pared había señales: manchas en la piedra, arañazos en las tablas de madera. Contra la pared izquierda, había un viejo armario metálico, con una puerta ligeramente abierta, sugiriendo que dentro podrían encontrarse objetos útiles. Más arriba, en el techo, vio una lámpara antigua que probablemente aún estuviera conectada.
Masha avanzó lentamente hacia el armario, abriendo la puerta con cuidado. Dentro encontró algunos objetos: cadenas sucias, una botella vacía de licor y algo que parecía un cuchillo viejo. Lo tomó de inmediato, aferrándose con fuerza al mango. Aquello era su primera esperanza de libertad.
Se preparó para actuar rápido. Ahora, con el cuchillo firmemente en sus manos, se dirigió hacia la puerta. Cada sonido en la habitación se sentía amplificado, como un eco punzante. Levantó la cabeza, esperando. Y ahí estaba de nuevo: esos pasos. Ahora eran claros, decididos, y Masha estaba lista para todo.
Su corazón latía con fuerza por la adrenalina, pero sabía que ese era su momento.
La puerta se abrió y apareció el desconocido.
— Ha llegado tu hora, loba —su voz era tranquila, pero en ella se percibía una amenaza.
Masha no dudó. Se lanzó hacia él de inmediato, confiando en su velocidad y decisión. Pero el desconocido estaba un par de pasos adelante. Sus movimientos eran tan rápidos y precisos que de inmediato le arrebató el cuchillo de la mano, obligándola a retroceder. Intentó sacudir su agarre, pero él no cedió.
Se rió—no de alegría, sino con una ironía teñida de algo más.
— Te las arreglaste bien con las cuerdas y encontraste el cuchillo. Pero, ¿de verdad creíste que todo esto simplemente estaba aquí? ¿Que las cuerdas no estaban calculadas para ti? ¡No quiero que te aburras! — volvió a reír, pero su risa era amarga, como una sombra oscura que los envolvía a ambos. — Esa sensación de escape inminente… es tan inspiradora, ¿verdad?
Se rió otra vez, pero esta vez su risa tenía un dejo de amargura. Apenas perceptible.
Masha contuvo la respiración. Algo en sus ojos... Algo en la forma en que tensó ligeramente los dedos, como si estuviera conteniéndose de moverse. Su postura parecía relajada, pero su mirada... No era la de un depredador jugando con su presa, sino la de alguien que también estaba atrapado.
La jaula de ella era evidente. Pero la suya… ¿Qué lo retenía aquí?
— ¿Quién de nosotros está realmente atrapado? — murmuró ella.
Él sonrió aún más, pero solo respondió con un corto:
— Vamos. El amo te espera.
El guardia se dio la vuelta y la guió hacia adelante. Salieron del estrecho sótano, donde la humedad aún se aferraba a la piel, y subieron al primer piso de una lujosa mansión. Suelos de mármol, pesadas cortinas, la luz tenue de lámparas costosas... todo allí respiraba riqueza. Pero no había tiempo para admirarlo.
Las escaleras al segundo piso estaban cubiertas por una alfombra de un rojo oscuro que amortiguaba el sonido de sus pasos. El pasillo parecía interminable, con las sombras de las lámparas parpadeando en las paredes. El guardia no dijo una sola palabra más, simplemente abrió una puerta e hizo un gesto para que entrara.
¿Un dormitorio? No esperaba eso.
En el centro de la habitación estaba Zurgá. Sus labios se curvaron en una sonrisa depredadora, y sus ojos brillaban como si ya estuviera anticipando la diversión.
— Entra — ordenó con voz corta.
El guardia desapareció en silencio, cerrando la puerta tras él.
Silencio. Y solo la mirada de Zurgá, deslizándose sobre ella, como si estuviera eligiendo por dónde empezar.
— ¡Te arrancaré la garganta si me tocas! — su voz era de acero, y en sus ojos brilló el desafío.
Zurgá se detuvo, su mirada feroz se encontró con la de ella. Por un momento, el asombro cruzó su rostro, pero rápidamente se transformó en diversión.
— Niña… ¿Y si hasta te gusta? — Se rió, dando un paso adelante. Sus movimientos eran lentos, calculados, como si saboreara cada momento.
— ¡Has llegado en el momento justo! — Su voz tenía un tono triunfal. — Te morderé, y te convertirás en mi Luna. Y una Luna no puede ser Alfa.