La loba

29

Masha hizo una mueca de asco, su rostro reflejando puro desprecio. Miraba a Zurgá como si fuera algo repugnante, sucio.

Zurgá lo notó. Su sonrisa se desvaneció, y en sus ojos brilló la irritación.

— Bien… entonces primero la mordida, y luego la diversión. — gruñó.

Masha retrocedió instintivamente unos pasos. Su corazón latía con fuerza, pero el miedo quedó en segundo plano, dando paso a un cálculo frío y preciso.

Zurgá no esperó. Se lanzó hacia adelante y, en pleno salto, su cuerpo comenzó a transformarse: sus músculos se tensaron, los huesos crujieron, y el pelaje emergió con furia. Un lobo enorme volaba hacia ella, con la mandíbula abierta, listo para cerrarse sobre su cuello.

¡No le daría tiempo a transformarse!

Pero recordó lo que le había enseñado Pasha.

Su mano se movió hacia adelante, rápida, decidida, forzando instintivamente al depredador a enfocar su atención en el movimiento. Y en el último segundo, cuando su mirada se fijó en la palma de su mano, ella la apartó bruscamente hacia un lado.

El lobo giró la cabeza, siguiendo el movimiento.

Masha, veloz como un relámpago, lo golpeó con todas sus fuerzas detrás de la oreja mientras se apartaba en un ágil giro. El peso del enorme cuerpo se desplomó contra el suelo.

Masha asomó la cabeza con cautela fuera de la habitación, escuchando con atención. Silencio.

Dio un paso dentro del largo pasillo, recorriendo con la mirada las paredes, las puertas, el suelo apenas iluminado. Deslizándose con cuidado para no hacer ruido, avanzó lentamente.

Se detuvo al llegar a las escaleras.

— Mátalo.

Las palabras resonaron en el aire, suaves pero nítidas. No era un eco, no era un pensamiento… era una voz. Conocida.

La voz de Anatoli Vsevolódovich.

Sus dedos se cerraron en un puño de forma instintiva, pero no dejó que su expresión cambiara. Hizo una inhalación lenta y siguió bajando.

En la planta baja, al pie de la escalera, Anatoli Vsevolódovich se encontraba inmóvil. Justo en ese momento guardaba su teléfono en el bolsillo interior de su chaqueta. Sus dedos temblaron apenas perceptiblemente. Su figura parecía petrificada, y en sus ojos se leía una vacilación.

— ¿Qué ocurre, niña? — Su voz era tranquila, pero su mirada, que recorrió su rostro, reflejaba preocupación.

Masha respiraba con dificultad, aún sintiendo la tensión en su cuerpo.

— Zurgá… Él quiso… Intentó… — las palabras apenas lograron salir de sus labios.

Anatoli Vsevolódovich la observó con más atención, su mirada deteniéndose en su cuello.

— ¿Estás bien?

Masha se tocó la garganta instintivamente, como si necesitara comprobar que todo estaba en su lugar. Su corazón aún no se había calmado tras el enfrentamiento.

Pero de repente, algo en la actitud de él cambió. Lo sintió.

— ¿Qué haces aquí? — Sus ojos se entrecerraron y su voz se endureció.

Anatoli Vsevolódovich no parpadeó.

— Vine a informarle a Zurgá que ordenaste reunir a la manada. En una hora estarán en el claro…

Masha se quedó inmóvil.

Algo no encajaba. Sus palabras eran correctas, pero la sensación… Un escalofrío recorrió su piel, y su instinto gritó: “¡Miente!”

— ¡Estás mintiendo! — dijo, en voz baja, pero con firmeza.

Sus pasos eran silenciosos mientras bajaba lentamente las escaleras. Se detuvo justo frente a él, obligándolo a mirarla a los ojos.

— ¿Para qué estás realmente aquí? — En su voz no había miedo, solo una fría determinación.

Anatoli Vsevolódovich no apartó la mirada, pero su mandíbula se tensó apenas perceptiblemente. En las comisuras de sus labios quedó atrapada una leve sombra de sonrisa—fría, desprovista de cualquier calidez.

Y en ese instante, todo se volvió aún más evidente.

— Eres astuta… Demasiado astuta, — pronunció, y su voz le pareció demasiado serena, demasiado controlada.

Su mirada se deslizó a través de ella, como si ya no fuera importante.

Masha ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar cuando una sombra apareció a sus espaldas.

Un breve gesto de Anatoli—y al instante, unas manos pesadas cayeron sobre sus hombros.

El guardia.

Dedos fuertes se cerraron alrededor de sus antebrazos como aros de acero. Masha se sacudió, intentando liberarse, pero el agarre era impecable.

Sus manos eran como las garras de un depredador que había atrapado firmemente a su presa.

Un jadeo corto y entrecortado escapó de su pecho.

No podía moverse. No podía escapar.

— ¡Eres como una espina en el trasero! — La voz de Anatoli Vsevolódovich vibró de furia. — ¡¿Por qué siempre arruinas todos los planes?!

Sus dedos se cerraron en puños, pero se contuvo de hacer un movimiento brusco.

— Primero, apareciste en la reunión cuando ni siquiera debías estar ahí. ¡Luego resulta que eres una loba! Y ahora… — Exhaló con fuerza, intentando calmarse, pero cada palabra salió a través de dientes apretados. — ¡Ahora me has obligado a colaborar con Zurgá!

Dio un paso adelante, y Masha sintió el frío de su determinación envolverla.

— Él debía… morderte, y yo… Yo debía salvarte. — Sus labios se curvaron en una sonrisa cruel. — No podrías haberte convertido en Alfa, y yo, tu "salvador", te habría tomado bajo mi protección. ¡Y toda la manada habría estado de mi lado!

En sus ojos brilló el hielo.

— Pero tú… — Su voz bajó hasta casi convertirse en un susurro helado. — Acabas de firmar tu sentencia de muerte, niña.

Había una dulzura engañosa en su tono, pero le provocó escalofríos.

— ¿A quién ordenaste matar? — Masha entrecerró los ojos, su voz permanecía firme, pero en su interior crecía la inquietud. — Cuando bajaba las escaleras, te escuché hablar por teléfono.

Anatoli Vsevolódovich alzó las cejas, como si realmente estuviera sorprendido.

— ¡Ah! ¡Sí! — Asintió brevemente, como si de repente recordara algo insignificante. — Casi lo olvido…



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En el texto hay: bruja, loba alfa

Editado: 02.03.2025

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