La loba

31

Pasha condujo a toda velocidad hasta la casa de Masha. Aún en el estacionamiento, cerca de su coche, percibió un olor familiar: el lobo que la había estado siguiendo había estado allí.

Entró decidido al edificio, escaneando cada detalle con tensión. No había sangre. Solo un silencio sofocante que presionaba sus oídos. En la esquina, el teléfono de Masha yacía solo en el suelo, su pantalla destrozada.

Pasha lo recogió, pero el dispositivo ya no respondía. Su corazón se encogió de ansiedad. Se giró bruscamente y salió corriendo hacia el estacionamiento.

Este era un complejo residencial de lujo; siempre había guardias de seguridad, lo que significaba que cualquier altercado no habría pasado desapercibido.

¡Seguridad!

Corrió hacia los guardias, exigiendo acceso a las grabaciones de las cámaras.

En la pantalla de vigilancia vio a Masha entrando al edificio. Minutos después, una pareja salía por la puerta: más bien, un hombre cargando a una mujer que, a simple vista, parecía simplemente borracha.

Pero Pasha sabía mejor que eso.

Rebobinó la grabación varias veces, examinando cada detalle.

Masha estaba inconsciente.

El hombre se acercó al coche, la colocó con cuidado en el asiento del copiloto, se subió al volante y se marchó.

Pasha sacó su teléfono de inmediato y llamó a León, pasándole los datos del vehículo.

León no tardó en responder; apenas unos minutos después, devolvió la llamada.

— El coche fue reportado como robado, — su voz era tensa pero firme.

Pasha apretó los puños, tratando de contener la furia que ardía en su interior.

— Pondré todos mis recursos en encontrarla, — aseguró León antes de colgar.

Pasha no podía simplemente esperar. Tomó su teléfono y marcó a Solly.

— Cuéntame en detalle cómo fue tu día con Masha, — su voz era calmada, pero dentro de él crecía una ansiedad incontenible.

Solly sintió de inmediato que algo iba mal, pero obedeció. Comenzó desde la mañana: cómo se despertaron, de qué hablaron, a dónde fueron. En su voz había una leve vacilación, como si tratara de encontrar en su memoria algo que explicara la desaparición de su amiga.

Cuantas más pistas daba Solly, más claro veía Pasha hacia dónde debía dirigirse.

El asentamiento de los lobos. La casa de Severny.

Aceleró el coche, repasando en su mente todos los posibles escenarios. Si la habían secuestrado lobos, no era por casualidad.

Tenía que sacarla de ahí.

Los guardias lo reconocerían. Él era el único Alfa en el mundo que se había sometido voluntariamente a otro Alfa.

Por ella.

Para estar cerca. Para ganarse su corazón.

Para ser la roca en la que ella siempre pudiera apoyarse.

El amanecer apenas teñía el cielo de un dorado pálido cuando Pasha aceleraba por la carretera rural. La vía estaba casi vacía, solo el viento frío se filtraba por la ventanilla abierta, golpeando su rostro con insistencia.

Su teléfono vibró en el asiento del copiloto. León.

— ¿Qué pasa? — respondió Pasha al contestar, sin reducir la velocidad.

— Cambiaron de coche, — la voz de León era firme, concentrada, sin emociones innecesarias. — Las cámaras captaron su segundo vehículo en la carretera, y lleva directo al asentamiento de Severny. Voy con mis hombres hacia allí.

— Yo ya casi llego, — respondió Pasha con voz fría, apretando el volante hasta que sus nudillos se pusieron blancos.

— Bien. ¡Sálvala!

León colgó.

"Sálvala" — esas palabras resonaban en su cabeza como una orden, como una plegaria.

No podía no salvarla.

No permitiría que desapareciera.

Pasha se coordinó rápidamente con los guardias y condujo hasta la casa de Severny. No se permitió sentir miedo; no tenía derecho a hacerlo. Solo existía el cálculo frío y la concentración extrema.

Detuvo el coche a unos metros de la casa, apagó las luces y permaneció inmóvil, observando la oscuridad.

No podía actuar a ciegas.

Respiró profundamente, dejando que su olfato hiciera su trabajo.

El aire era denso, saturado con los aromas de la naturaleza del mercado. Tierra húmeda, hojas frescas, un leve rastro de humo de chimenea… Pero entre ellos, Pasha captó dos olores clave.

Una loba. Su aroma estaba por todas partes, impregnando el ambiente.

¿Y el olor de Severny? Su rastro era reciente.

Pero lo más importante: Masha no estaba allí.

El olor era demasiado débil, demasiado antiguo. O no había permanecido en la casa por mucho tiempo, o nunca había estado allí.

Pasha inhaló más profundamente, tratando de analizar cada matiz, cuando notó un leve susurro.

Alguien estaba cerca.

Su cuerpo se tensó, sus músculos se prepararon para un salto. Su mirada recorrió el entorno, evaluando cada arbusto, cada sombra, cada movimiento oculto.

Un paso. Otro más. Ligero, casi imperceptible.

Sus movimientos eran precisos, calculados al milímetro. Se deslizaba a través de la niebla matutina sin dejar rastro, sin emitir sonido alguno.

El viento apenas agitaba las hojas, pero Pasha no le prestó atención. Él escuchaba más. Él sentía más.

Otro paso más, y se acercó a los arbustos.

Cuando miró más de cerca, vio una silueta.

Una chica.

Estaba sentada, inclinada sobre su teléfono, con su largo cabello oscuro cayéndole sobre el rostro.

El teléfono sonó.

Ella se estremeció, pero casi de inmediato contestó.

— Elimínalo.

Las palabras sonaron claras, sin un atisbo de duda.

Asintió, como si su interlocutor pudiera verla.

Su mano se deslizó hasta su cinturón, donde tenía un dispositivo.

Pero antes de que pudiera hacer algo, Pasha dio un paso adelante.

— No lo hagas.

La chica giró bruscamente, sus ojos se abrieron de par en par. No esperaba que él se acercara tanto sin delatarse.

Pasha la miró directamente, su expresión era tranquila, pero firme como el acero.



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En el texto hay: bruja, loba alfa

Editado: 02.03.2025

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