Harper solo se permitía contemplar el suicidio en dos momentos del día:
Al despertarse.
Al irse a dormir.
Lo pensaba todo muy bien: como lo haría, quienes hallarían su cuerpo, cientos de posibles notas suicidas explicando el porqué de su decisión, todo, absolutamente todo.
Harper sólo se permite pensar en el suicidio en esas dos ocasiones del día.
Para otras personas, aquellos primeros momentos del día serían dedicados para algo más productivo, quizás pensar en las actividades del día, hablar con Dios o simplemente mirar al techo un rato y meditando qué tan importante es no morirse de hambre si pueden quedarse un rato más en la calidez seductiva de la cama. Por otra parte, aquellos momentos al final del día suelen ser muy verosímiles, la mayoría de personas solo se recuestan en sus camas y a los pocos segundos están dormidos. Aquellos dos momentos eran sin duda muy verosímiles para la mayoría de personas, pero no para Harper. Diríamos que su mente lleva muchos caballos debajo del capó, pero la cabeza de Harper no es como el motor de un deportivo, no, sus pensamientos no son ordenados, son rápidos y crueles, invasivos, sin ninguna clase de orden. Diríamos que es capaz de muchos ciclos de procesamiento, pero la mente de Harper no es como un ordenador.
La mente de Harper es más bien como una gran ciudad, con autos yendo de un lado a otro con conductores molestos y sacandose el dedo del medio de unos a otros, con ruidosas bocinas y bullicios interminables, con contaminación y millares de personas caminando de un lado a otro, ajenos a las luchas del otro, solo concentrados en las propias dolencias. Por eso en esos dos momentos del día — con los ojos cerrados, sentada en la alfombra de peluche púrpura, con las piernas cruzadas, los hombros relajados y los pies descalzos — Harper es capaz de:
– Calcular las probabilidades de morir si decidiera lanzarse desde la ventana de su habitación (spoiler: la mansión en sí no era tan alta, por lo tanto lo más probable era que terminara herida más no muerta, lo más probable es que se quebrará la cabeza y algunos huesos contra el asfalto, pero era mucho más probable que el pasto amortiguará su caída. La única probabilidad de morir es que cayera en el árbol frente a su ventana, las ramas eran demasiado gruesas y ásperas como para partirle los huesos y demasiado afiladas como para atravesarla y empalarla, matandola)
– La cantidad de pastillas para el insomnio que usaba su madre para poder tener un sueño eterno (Ya había hecho algunas pruebas, con cinco estuvo desmayada todo el día y somnolienta la semana entera, su hipótesis era que con diez jamás despertaría)
– El tiempo y la temperatura a la que tendría que estar sumergida en un el río helado de la ciudad para que la hipotermia imposibilitará los latidos de su corazón.
– El tiempo que tardaría el aire en dejar sus pulmones y a que altura debía atar la soga para que su cuello no se rompiera, pero si se asfixiara con rapidez.
Incluso en el psiquiátrico aquellos momentos eran muy importantes, de cierta forma la ayudaban a mantenerse cuerda: planeaba cómo conseguir una sustancia controlada como el Propofol(sobornando a un enfermero). Los dos momentos en los que piensa cómo matarse son sus mejores momentos. Eran casi sagrados. Son lo que la mantiene cuerda. De niña, aquellos dos momentos los dedicaba para Hablar con Dios, pero mientras más crecía siempre había algo mejor, muchísimo más interesante en su opinión que orar, antes de La Noche De Las Pañoletas Rojas dedicaba aquellos dos momentos del día a inyectarse cuanta jeringa Günther le proporcionará y a tomar cuantas pastillas Nathaly le diera, no debía preocuparse, en su hogar siempre había tenido esa imagen de "chica inmaculada" y nadie sospechaba, Harper siempre se aseguraba de usar vestidos largos, pantalones anchos y camisas de manga larga para que su madre no notará las marcas de jeringas, y al respecto de sus pupilas dilatadas podía atribuirlo fácilmente al frío de la mañana, siempre se aseguraba de irse antes de que los efectos fueran más notorios y al llegar a la universidad dejaba esa imagen pura e inmaculada para convertirse en lo que realmente era: una adicta desesperada; a veces incluso se drogaba con manzanas, su madre nunca sospechaba, al contrario, parecía feliz de que su hija "comiera" más manzanas, una fruta que por años Harper había despreciado y fervientemente siempre le traía una bolsa entera para ella sola.
Al estar en el psiquiátrico Harper no tenía prácticamente ninguna forma de drogarse, al principió pensó que la abstinencia la mataría, en varias ocasiones se planteó la idea de contárselo a su madre y echarle toda la culpa al "trauma" del suceso, de hecho esa fue la razón principal por la cual la llevaron al psiquiátrico: su madre fue a buscarla poco después de que Celia fuera declarada como víctima mortal del atentado y al llegar se encontró con Harper vomitando en el suelo; una sobredosis casi le cumple su actual deseo de morir prematuramente; al despertar en el hospital su madre sollozando le dijo que no debía hacer todo aquello, que debía ser fuerte, ingenuamente Imogen creyó que Harper se había intentado suicidar por la noticia de la muerte de Celia, en ese momento Harper no sabía que su hermana no estaba viva, solo dejó que su madre asumiera todo lo que quisiera, pero al estar completamente sola y en sus cinco sentidos supo lo jodida que estaba la situación, y lo mucho que deseaba haber muerto esa noche.
Harper abrió los ojos sentada en la alfombra de peluche púrpura y observó en silencio el árbol frente a su ventana, aquel hermoso e inmenso árbol del cual colgaba un columpio de llanta y madera el cual ella, y Katherina hicieron cuando tenían nueve años. Harper se puso de pie y fue en busca de sus zapatos, con delicadeza amarro su cabello rubio en una coleta alta y se sentó en el borde de la ventana, con sus piernas colgadas en el aire, aquél árbol era simplemente magnifico, ese árbol era el guardián de tan buenos recuerdos y momentos. Harper inhalo el aire puro del campo y pensó en si Dios la perdoraría por su pecado. Después de meditarlo un poco llego a una conclusión: No, no lo haría o al menos no debería; con cuidado de no caerse — nótese la ironía — volvió a su habitación y bajó las escaleras tranquila, al cruzar por una de las esquinas de los pasillos hacía las puertas Harper analizó sus conclusiones, por más nuevas hipótesis que obtuviera siempre llegaba a la misma conclusión: morir asfixiada colgada de la ventana de su habitación era la mejor opción.