La Loca Esa (novela Cristiana)

46. No lo sé.

La mirada amarga de su secuestrador la hizo temblar, sentía un profundo miedo por la persona que tenía frente a ella, su primera hipótesis fue que era Mitchell, era el único chico aparte de Joshua que poseía tatuajes, pero Joshua ya los había removido de esa zona, así que quedaba automáticamente descalificado de la lista de sospechosos, pero luego desechó la idea, Mitchell era incapaz de hacer algo así, de eso estaba segura. ¿Por qué? Muy simple:
1) Mitchell era un amor de persona, aunque su apariencia lo hiciera ver de muy mala manera era incapaz de lastimar a una persona.
2) Mitchell no tenía tatuajes en los nudillos.
3) Y lo más importante, Mitchell estaba al otro lado del estado junto con Dafne, Laia y Tate, visitando a sus tíos, la hermana melliza de Genevieve, Céline y su esposo Benjamín, porque la mujer estaba a punto de dar a luz y Dafne se ofreció junto con los gemelos, y Mitchell a ayudarla a terminar de decorar la habitación del bebé.

Así que no, era imposible que fuera Mitchell.

Además de que nada concordaba con el sujeto que tenía al frente: Mitchell no era tan alto, tampoco tan musculoso, además de lo más obvio; sus ojos eran distintos, mientras que Mitchell tenía unos ojos marrones claros este hombre los tenía de un azul intenso y oscuro.
El hombre acercó sus manos hacía ella, Haza intentó retroceder, pero las correas que la mantenían inmóvil en el mueble lo impidieron, tenía correas de cuero que se cruzaban sobre su pecho manteniéndolo inmóvil, también unas correas mantenían sus muñecas juntas y otras dos hacían que sus piernas permanecieran levemente separadas, nuevamente el chico de ojos azules alzó su mano hacia ella y Haza sintió el vacío en su pecho crecer.

Las lágrimas se formaron lentamente alrededor de sus ojos, su boca se secó y clavó sus uñas en las palmas de su mano, la sensación de vacío aumentó, su estómago tembló y se contrajo, haciendo que en Haza se apoderan unas enormes ganas de vomitar, poco a poco su estómago empezó ocuparse de lo último que había comido, con las bacterias impulsando a los trozos de comida por la garganta. El pánico la llenaba, después de todo la situación lo ameritaba. Las lágrimas finalmente fueron por completo creadas y fueron empujadas hacía afuera del lagrimal por otras lágrimas que a su vez fueron empujadas por otras antes que ellas, porque Haza ni siquiera podía parpadear, sentía que si lo hacía ese monstruo estaría sobre ella y sólo Dios sabía sus intenciones, también estaba el hecho de que si parpadeaba podía ser la última vez que abriera los ojos.
Haza abrió la boca, pero ni una palabra salió de su garganta, rápidamente la cerró al sentir las partículas de comida subiendo por su estómago e iniciando el recorrido por su garganta.

Las lágrimas caían precipitadas hacía las mejillas de Haza, encontrando su final cuando golpeaban en suelo o su recorrido era tan prematuro que chocaban contra algún objeto anterior al frío suelo. El chico de ojos azules avanzó, compuso la cara en una sonrisa mofletuda, y acercó la boca hasta su frente en un beso casto. Haza se estremeció ante el contacto de sus labios pegajosos, los cuales hicieron un sonido de succión al apartarse. Haza abrió la boca pero nada salió de allí, la muchacha sintió como si le absorbieran de un minúsculo bocado del cerebro
a través de la piel de la frente. Mil besos como ése y le dejaría el cráneo hueco como un cascarón. Aunque Haza oraba para que nunca más tuviera que soportar un beso así en su vida.

— Por favor...

Pero el aire se negó a salir de sus pulmones, dejando a sus cuerdas vocales sin un motor para emitir sonido alguno, su garganta crujió ante el movimiento de su lengua en un vano intento de emitir sonido.

— Espero hacerte muy feliz, querida  — dijo.

Haza parpadeó, aún con el chico de ojos azules sobre ella, con sus manos sobre las de ella, con ese pasamontañas que ocultaba su identidad. Finalmente la saliva volvió a humedecer su boca, permitiéndole hablar, o gritar más bien.
Haza gritó, gritó tanto que sus cuerdas vocales estuvieron al borde de romperse, gritó tanto que el chico de ojos azules se apartó de ella, parecía desilusionado pero en ningún momento intentó pararla, Haza gritó por lo que pareció una eternidad hasta que finalmente no pudo más, el aire exigía atravesar su cuerpo y Haza no tuvo más remedio que cumplir sus deseos.
Haza apretó sus uñas sobre la carne de sus palmas, enterrando la uña dentro de la carne, levantando la piel, haciendo chorrear la sangre, Haza miró al suelo aterrada, las personas jamás piensan que algo como un secuestró les sucedería, nunca lo hacen y si lo hacen piensan que podrán soportarlo, que de alguna manera saldrán ilesas o podrían hacerle frente a su secuestrador, pero no es así, no lo es.

Nunca se está preparando para algo como un secuestro.

Haza golpeó su cuerpo contra el mueble, intentando liberarse, el chico de ojos azules apartó sus manos, dejándola moverse. Odiaba esa sensación, esa sensación de desprotección la aterraba, porque le recordaba esa vez en que un grupo radical atacó el campamento en el que ella y otros adolescentes fueron a alabar a Dios, gozar de un tiempo juntos, pero en lugar de un espacio tranquilo solo encontraron dolor y muerte.




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