Aquella noche, como cada noche, Biancy se sentaba en la galería de su casa para contemplar las estrellas. No conocía nada más hermoso que aquello, ver el cielo repleto de hermosas campanitas tiritando en la inmensidad, fija en apariencia, como mirándole a ella también .
La partida de su padre, a la ciudad, para trabajar, y garantizarle una mejor vida a Biancy y sus hermanos, era el motivo de aquella nostalgia. Biancy era tan aferrada a su padre que no se adaptaba a la idea de saber que estaba lejos y que la vida, por algún tiempo, transcurriría sin él.
La noche era hermosa, dibujaba un paisaje esplendido, al jardín, a la casita de madera que se colgaba en la colina y se mezclaba, en ocasiones, con el ocaso del horizonte.
Biancy era parte de aquel paisaje, ella no lo notaba, pero se dejaba mezclar, mientras no dejaba de contemplar las estrellas con el entorno y aquella hermosa melodía que los grillos y otros amigos de la noche recitaban para hacer más placentero el momento.
- Te extraño, ¿sabes? ¿cuando serás que piensas volver? -decía Biancy para sí mientras sus ojos brillaban al reflejo de cada estrella.
En ese instante, Martha, su madre, le hizo el llamado que casi todas las noches le hacía, ya, de momento se estaba volviendo una rutina, pero no era una molestia, para ninguna de las dos.
- Biancy, a la cama, ya es tarde, recuerda que hay que levantarse temprano para ir a la escuela.
- Ya voy mamá.
Biancy se tomaba unos segundos más, no dejaba de mirar, luego, se colocaba de pies y entraba en la casa. La puerta se cerraba tratando de hacer silencio, pero, era tanto el silencio que envolvía la noche que aquello era casi imposible. En ese instante el paisaje quedaba solo, sin ella.