La mañana llegó, quizás no tan rápido como de costumbre, porque para Biancy conciliar el sueño se le hace complicado. Eso tal vez por las muchas tareas que tiene en su cabeza y que debe entregar en la escuela. O posiblemente por los otros tantos compromisos como el cuidar de sus hermanitos y atender a su abuelo, son tantas cosas en la cabeza de una adolecente que no queremos sumarle más, porque seguro que son infinitas.
Del salto de la cama, al baño, a vestirse con su uniforme escolar a tomar el desayuno en la mesa junto con su madre y sus dos hermanos, Joel de apenas 12 años y David de 10.
- Coman despacio para que no ensucien el uniforme... David, te vas a ensuciar, come tranquilo... !Dios, este niño!
Era la lucha de todos los días, los inquietantes niños hacían que la mañana cobrara vida. De vez en cuando una sonrisa se escapaba de los labios de Biancy y luego, apresurada, tomaba su mochila para irse a la escuela.
- ¿A dónde vas con tanta prisa? - preguntaba Martha con la finalidad de deternerla - ¿No se te olvida algo?
Biancy se regresaba y tomana una pequeña vasija, llena de café, para el abuelo. Luego, le daba un beso a cada uno de sus hermanitos y se iba sin más. Era temprano, tenía tiempo de sobra, pero a ella siempre le place llegar temprano a la escuela.
Al salir de la casa, allí, sentando en su vieja mecedora, y mirando al horizonte, casi a unos segundos de colocarse su tabaco en la boca, estaba el abuelo Ramón.
- Si, de seguro que esto me matará algún día, ya son ochenta años y mira, creo que puedo vivir ochenta más.
-¿Me lo dices a mí, o lo dices para ti mismo? - preguntaba Biancy al tiempo que le entregaba la vasija con café.
- Para mí mismo mija, es la manera de convencerme de que viviré un poco más que tú-
Biancy sonreía, luego le daba un beso al abuelo Ramón y pronto se marchaba, corriendo, como el viento. La energía que emanaba era casi sin descanso y en ocasiones la contagiaba a todos los que en su entorno estaban.