La noche había caído sobre el campamento, y la brisa fría anunciaba la llegada de otro invierno. A los 18 años, Hogwarts se sentía casi como una segunda piel. Mis días estaban llenos de entrenamiento y lecciones; el tiempo libre era escaso, y aunque la guerra todavía era un susurro en el horizonte, todos sabíamos que los rumores de su llegada no eran una simple advertencia. Los dioses estaban inquietos, y nosotros, sus hijos, podíamos sentirlo en el aire.
Había aprendido a contener mis deseos de libertad, a mantenerme dentro de los límites del campamento la mayor parte del tiempo, pero de vez en cuando, necesitaba un escape. A veces me escabullía a Londres para desconectar, para perderme entre desconocidos y sentir, por unas horas, que era solo un joven en una ciudad bulliciosa. Aunque incluso allí, entre las luces de neón y la gente que no tenía idea de lo que yo era, siempre había algo que me recordaba quién era y qué debía temer. Cada vez que miraba una sombra de reojo, notaba destellos oscuros, una presencia sombría que parecía acecharme, una manifestación de las mismas pesadillas que llevaban años persiguiéndome.
Solía decirme a mí mismo que era mi imaginación, un simple reflejo de los temores que llevaba dentro, de las historias de guerra que escuchaba en los pasillos del campamento. Era más fácil ignorarlo que aceptar la posibilidad de que algo realmente oscuro me seguía.
Esa noche, en cambio, estaba en el campamento, sentado en una roca junto al río junto a Lily y Mary. Era uno de esos momentos de calma que valoraba más que nunca. Lily, como siempre, estaba ocupada analizando cada pequeño detalle de la situación en el Olimpo. Su mente era incansable, siempre evaluando, siempre buscando respuestas. Había sido una de mis mejores amigas desde que ambos descubrimos que éramos hijos de Atenea. Mary, por otro lado, era diferente. Como hija de Afrodita, tenía una sensibilidad especial, y a menudo parecía capaz de ver más allá de las palabras que decíamos.
—¿Y los demás? ¿No vendrán esta vez? —preguntó Mary, refiriéndose a James, Sirius y Peter, quienes venían solo en verano o en los periodos de entrenamiento más intensivo. Aunque éramos todos amigos, la distancia y los años habían creado una rutina en la que no siempre compartíamos todo el tiempo juntos.
—No lo sé —respondí con un suspiro, dejando que el sonido del río llenara el silencio que se formó después—. James sigue ocupado con sus entrenamientos con su padre, y Sirius… bueno, él siempre ha tenido una relación complicada con esto. Tal vez los veamos en verano, si la situación no empeora.
Mary asintió, observándome con una expresión que dejaba entrever preocupación. Tenía esa mirada intensa, como si pudiera ver mis pensamientos y las emociones que no lograba ocultar.
—Sabes, Remus —comenzó Mary, con esa voz suave que lograba captar mi atención de inmediato—, no tienes que cargar con todo. A veces, siento que te ves a ti mismo como un soldado, un guerrero solitario que debe enfrentarse a todo lo que venga solo. Pero aquí tienes gente que te entiende, y que quiere ayudarte. Lily y yo, incluso James y Sirius, todos queremos estar aquí para ti, ¿sabes?
—Mary tiene razón —intervino Lily, con una sonrisa cálida que logró relajarme un poco—. No estamos aquí por obligación. Estamos aquí porque somos familia.
Las palabras de ambas resonaron en mí de una forma que no esperaba. Sentía su sinceridad, el peso de su amistad y de los años compartidos en ese lugar. Y aún así, no pude evitar sentirme un poco aislado. Aunque teníamos una conexión profunda, en mi mente siempre había una barrera que me recordaba el peligro al que todos estábamos expuestos. Yo sabía que la oscuridad que me acechaba era algo que prefería enfrentar solo, sin ponerlos en riesgo.
—Gracias, chicas —dije finalmente, intentando ofrecerles una sonrisa sincera—. Se que siempre puedo contar con ustedes.
—¿Y entonces? ¿Cuándo le dirás a Sirius que te gusta? —preguntó Lily, con una sonrisa pícara en los labios mientras me lanzaba una mirada cargada de malicia.
Me atraganté con el aire, y el rubor me subió a las mejillas tan rápido que seguramente era visible incluso en la penumbra de la noche. Sabía que, en el fondo, ellas habían notado mis miradas furtivas y la forma en que mi atención se deslizaba inevitablemente hacia él cada vez que estaba cerca. Pero aún así, intenté fingir desinterés.
—Si fuera por mí, no le diría nunca —respondí, encogiéndome de hombros con aparente indiferencia—. Es obvio que no siente nada por mí. Él… Sirius es… Sirius.
Mary soltó una risa suave y negó con la cabeza, mirándome con una mezcla de diversión y exasperación.
—¿"Obvio"? ¿De verdad? —replicó, arqueando una ceja—. ¿No te das cuenta de cómo te mira? Siempre te está buscando, Remus. Coquetea contigo cada vez que tiene la oportunidad.
Suspiré, tratando de no dejarme llevar por la ilusión. Sabía cómo era Sirius, lo había visto en acción demasiadas veces para hacerme falsas esperanzas.
—Mary, Sirius coquetea con todo el mundo —respondí, en un intento por convencerme a mí mismo tanto como a ellas. No quería darle vueltas al tema ni caer en el error de interpretar algo más en cada una de sus sonrisas y miradas. Sirius era encantador, sí, pero con todos. —Es su naturaleza. Probablemente ni siquiera se da cuenta de que lo hace.
Lily me observaba con una media sonrisa, como si supiera algo que yo ignoraba, como si estuviera al tanto de algún secreto que nadie más había descubierto. Esa mirada me inquietaba, y a la vez, hacía que algo dentro de mí se encendiera. ¿Sabía algo que yo no?
—Dices eso porque eres igual —dijo finalmente, con una pequeña risa burlona—. Tú también tienes tu fama, Remus. Y no precisamente como alguien tímido.
Mary asintió, disfrutando demasiado del tema. —Es cierto. Tienes tu reputación de ser el “misterioso” del campamento, pero también eres un seductor. Y no solo con las chicas, ¿eh? —me miró con una expresión cómplice—. Seguro que no has olvidado a aquel hijo de Deméter, ¿o sí?