La Luna Perdida

El Gran Dia

Emily

Siento suaves besos en distintas partes de mi rostro y el peso de Sergio sobre mí. Me da mucha risa la forma en como va dejando pequeños besos por toda mi cara.

— Buenos días preciosa.

Me saluda mientras sigue regando besos por mi cara y cuello. Siento mi cara arder al escuchar como me ha llamado, en mi pecho hay una fiesta, pero en mi cabeza hay una revolución.

— Buenos días... ¿Estás bien?

— Si, ¿por qué no iba a estarlo? Si anoche la mujer de mis sueños me dijo que me amaba.

¿Qué? Yo, no pude decirle eso, no es posible. Ahora siento que mi cara va a explotar. Él se ríe de mí.

No estaba ebria, solo fueron un par de cervezas, y recuerdo todo. Todo lo que hablamos, por donde caminamos, todo lo que hicimos y luego me quedé dormida. Creo que me está jugando una broma, así que me rio nerviosamente.

— Ya quisieras.

Él se ríe a carcajadas.

— ¿No quieres saber que contesté yo?

Yo me levanto rápidamente y entro al baño intentando recordar nuevamente todo lo que pasó anoche. Salgo y tomo prestada una de sus camisas, él ya no está en la habitación y nuestras ropas tampoco están por el suelo. Camino hacia la pequeña cocina de donde proviene un olor delicioso y lo encuentro ahí, con unos pantalones de pijama y sin camisa, volteando un homellet. Me siento en la barra inmediatamente él me pasa una taza con café que yo disfruto porque está delicioso. En pocos minutos me sirve un plato con un homellet de jamon y queso acompañado de tostadas francesas con banano y fresas, deja otro plato igual mientras camina hacia el otro lado, se sienta en una de las altas sillas, halando la mía para que esté más cerca de él.

— Ven acá.

Yo paso una de mis piernas sobre las suyas dejándola descasar ahí y a él parece agradarle.

— ¿Miel, Syrup o mantequilla?

Pregunta que topping prefiefo para mis tostadas. 

— Syrup.

— lo imaginé.

Le doy una probada a mi desayuno y los sabores explotan en mi boca.

—¡Amo tus desayunos !

Él me observa con esa mirada bonita y sonríe.

— Mi madre los preparaba los mejores desayunos todos los domingos, era lo más americano que teníamos en casa.

— Pero hoy es viernes.

— Si, pero quería compartirlo contigo.

— Eres más estadounidense de lo que piensas, ¿Sabes?

Él se ríe a carcajadas, se ve hermoso cuando lo hace.

— Cuando te muestre bien mi parte italiana, me vas a amar más.

Me da una leve sonrisa y me guiña un ojo.

— Ya deja eso.

Sergio se acerca a mí buscando mis labios, los suyos saben a miel y a fresas, se separa un poco pero no he tenido suficiente así que tomo sus mejillas y lo beso nuevamente. Terminamos nuestro desayuno tranquilamente, él me cuenta historias sobre Italia y yo lo escucho atentamente.

—¿En serio pintas?

Estoy sorprendida

— Hace mucho que no lo hago. Lo último que pinté fue un regalo para mi madre, está en una de las paredes de nuestra casa en la Toscana.

— Me gustaría verla.

Él se queda pensativo un momento.

— ¿Cuándo es tu graduación?

— Dentro de un mes y medio, si Jerry envía anotaciones aceptables de mi pasantía.

Se ríe fuertemente.

— Lo hará no te preocupes, eres la mejor. Entonces dentro de un mes y medio celebraremos tu graduación en Italia.

— ¿Estás loco? Podrías mostrarme una foto, no llevarme hasta allá.

— No, yo quiero llevarte hasta allá y que veas todo con tus propios ojos.

Debe de ser una broma, pero no sigo insistiendo, dentro de un mes y medio pueden pasar muchas cosas. Lo miro observar el pequeño reloj del horno microondas.

— Se hace tarde, debes prepararte y yo también.

Yo hago un puchero, él me besa prometiendo que esta noche después de que todo termine, dormiremos juntos nuevamente. Nos metemos al baño juntos, y hacemos el amor, siempre empezamos despacio y con dulzura, pero después el deseo nos gana y todo se vuelve más fuerte y sin límites. O así lo siento mientras me embiste fuertemente en la pared de su regadera aprentando mis muslos y piernas que se prensan alrededor de su cadera, mojados por al agua y por el deseo de ambos. Llegamos al placer juntos otra vez, mirándonos a los ojos, deseando que este momento sea eterno, que el tiempo se detenga junto con la vida.

El guardia del edificio no saluda sonriente cuando salimos del elevador al estacionamiento, parece curioso, ya que no deja de observarnos. Sergio tiene el ceño fruncido y antes de encender el motor del auto lo veo teclear rápidamente en su teléfono. Al salir del edificio noto que relaja su expresión y entrelaza su mano con la mía colocándolas sobre la palanca de cambios. No sé cuándo despertaré de este sueño. De camino a casa Sergio se estaciona, frente a una liberia, rodea el auto y me abre la puerta.

— Ven quiero mostrarte algo.

Me tiende su mano y camino con él hasta la parte interior del lugar. En una esquina, en un pequeño estante exhiben libros envueltos en papel con solo una pequeña tarjeta, sobre el estante hay un pequeño letrero de madera con la frase “Mi cita a ciegas“.

— La idea es que leas la pequeña frase de la tarjeta y escojas uno. Me dijiste que no estabas leyendo, el otro día miré este sitio y pensé que quizás el destino podría recomendarte un buen libro para que te atrape y leas nuevamente.

Paso mi mano por todas las tarjetas buscando una que llame mi atención, pero muchas lo hacen y no logro decidir. Entonces pienso en algo.

— Escoge tú, busca entre las tarjetas algo que piensas que podría ser para mí y yo lo leeré y así no será el destino, serás tú.

Él lee las tarjetas y rápidamente se decide por una, lleva el libro envuelto a la caja y lo paga. Una vez en el auto me lo entrega y yo lo pongo en mis piernas.

—¿No lo abrirás?

— Esta noche, en tu sala, lo abriremos juntos.




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