La Luna Roja: Inicios De Una Nueva Era

CAPÍTULO ONCE

Capítulo 11: Todo No Es Lo Que Pensamos.

«Marco»

Victoria se fue tras la pequeña discusión que tuvimos por su actitud hacia mí. Debería suponer que se fue molesta por no haber ganado la pelea, pero algo me dice que se fue por el revoltijo de pensamientos que se deben de estar arrenolinando en su cabeza, y lo digo por experiencia, se lo que se siente perder a un ser querido. Lo experimenté cuando mi nana falleció. Yo tendría unos ocho años cuando pasó. Recuerdo que pasé una semana encerrado en mi habitación llorando por su recuerdo, por todos esos recuerdos de maravillosso momentos que me dejó y que los atesoro en lo más profundo de mí alma. Desde ese momento me empezó a cuidar el ama de llaves a petición mía, así fue como me acostumbré a pasar todo el día con mí mejor amigo.

—Gracias —me sobresalto al oír la voz de la reina al colocarse a mi lado.

Observo a mi alrededor y veo que todos se han marchado, lo más seguro es que Ares se halla ido con Susan a que le muestre el palacio.

—¿Por qué lo dices? —dirijo la mirada hacia ella y me observa con una expresión indescifrable— Siento mucho mi atre…

—No no es eso, no es necesario las formalidades —me sonríe, y es preciosa, lastimosamente para mí no es tan hermosa como la de su hija— Respondiendo a tu pregunta, he de decirte que te agradezco por haber distraído a mi 'Rosa de la Victoria' en estos momentos.

—¿Rosa de la Victoria?

—Sí, es un apodo cariñoso y de origen de su nombre. Por si te lo preguntas es la flor que aparece en el escudo del reino. Ella me recuerda a esa flor.

—A mí no me parece que sea esa a la flor a la que se me asemeja.

—¿Y a cuál se te asemeja entonces?

—Me recuerda a la Rosa de Fuego que crece en las Montañas de Nafert.

—¿Sabes de ellas? Ahora si me has sorprendido. No muchas personas saben de lo que se encuentra en esas montañas —la miro extrañado— Victoria es un ejemplo de ello.

—Entonces tendré que ir a allí para buscar una y mostrarle que es una comparación exacta.

—Sí, tendrás que hacerlo —rió levemente— Volviendo a lo que estábamos, solo te quería dar las gracias por eso. Por último solo te diré que Victoria, aunque aparente ser fuerte es una chica sensible, y cualquier acontecimiento importante, del tipo como el del eclipse, la pueden desestabilizar fácilmente causando daños psicológicos a largo plazo.

—Entendido mi reina. ¿Me podrías decir dónde está la habitación de Victoria?

—En el cuarto piso, allí pídele a algún guardia que te diga la puerta —pasó por mi izquierda encaminándose hacia la puerta— Hasta luego Marco.

Al la reina retirarse me llené de fuerza de voluntad y emprendí mi camino hacia el cuarto piso del palacio. Lo único que puedo decir de lo poco que he visto de esta maravillosa estructura es que cuenta con un aspecto tan elegante como las dueñas. Sí, puedo decir que este palacio tiene 'su' huella, y no hay quien me diga que la decoración no es obra suya.

En cuanto llegué al piso número cuatro pregunté al primer guardia real que me encontré que dónde se encontraba la habitación de la princesa y me respondió: «La habitación de la niña Victoria se encontraba al doblar en el pasillo suiguiente en la última puerta». Puedo decir que me sorprendió la forma tan afectiva con la que se dirigían a ella. Pero si algo también me sorprendió la dirección de los aposentos de 'su majestad'. Tenía que ser ella quien escogiera una habitación tal alejada, quién más haría tal locura.

Cuando ya estoy frente a las puertas dobles de su habitación doy un par de toques. Al no obtener respuesta, muevo una manija para ver si la puerta está abierta. Al notar que sí lo está, abro sigilosamente y miro hacia todos lados para prevenir una muerte prematura a manos de esa chica.

Sé que lo que estoy haciendo está mal. Es una invasión a la privacidad y ella se enojará muchísimo, pero no puedo permitir que entre en un estado de depresión semejante al que yo alguna vez pasé.
Llegando al centro de la habitación mi mirada capta sobre la cama desordenada un bulto de sábanas. Oigo leves gemidos y sollozos. Me acerco a pasos lentos para no sobresaltarla y que no se ponga a la defensiva conmigo nuevamente.

—Vicky —la llamo en voz baja colocando mi mano derecha en doende creo que debe de estar su hombro.

—¿Qué quieres? —me pregunta si siquiera salir de ese improvisado capullo.

Debo decir que su voz suena demasiado apagada para mi gusto. Prefiero cuando habla como toda una reina que con esta voz que la muestra así de débil.

—¿Cómo te sientes? —tomo asiento en el borde de la cabecera de la cama.

—¿Cómo crees tú que me siento?

—Creo que te sientes como si te hubieran desgarrado por dentro. Sientes un enorme vacío en tu interior, porque sabes que nada va a volver a ser como antes, que jamás volverás a oír su voz. Y por último, debes de sentirte enfadada con la vida misma, por habértelo llevado tan pronto. La ira y el dolor deben de estar corriendo a cientos de kilómetros por hora por la larga extensión de las venas de tu cuerpo.

—¿Te han dicho ya cuan poético eres? —sacó la cabeza de debajo de las mantas y quedando acostada de espaldas a la cama, así que esos penetrantes ojos verdes me han quedado mirando fijos. Aunque puedo decir que no tienen la misma vivacidad que el día de ayer.

—Sí, me lo han dicho cientos de veces —le sonrío levemente, lastimosamente ella no me puede devolver esa sonrisa. Y en estos momentos puedo decir que una de las cosas que más odio desde ahora en adelante, es ver ese preciosos rostro sin ese brillo de vida y felicidad que lo hace ser único. Debo admitir también que ese es un rostro del que solo ella podría ser dueña.

—¿Qué haces aquí? —inquiere extrañada por mi presencia.

—Vine ha ver como te encontrabas y preguntarte si querías hablar para desahogarte durante un rato.




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