La luna sobre nosotros

V.-Por mil noches: primera parte

Permanecimos sentadas en aquel rústico banco de madera un par de horas más. Hubo silencios incómodos y multitud de hojas secas que caían acentuando aún más la melancolía y la nostalgia, robándonos así estas absurdas emociones el protagonismo durante aquellos instantes eternos.

Finalmente interrumpí toda la teatralidad del ambiente que ya me había saturado al punto de la incomodidad...

—Señora Shin, estaba pensando.... ¿Y si vamos a ver los monumentos que le mencioné?

—¿Me podrías guiar a ellos?— Preguntó tímidamente.

—Por supuesto, con gusto lo haré—le dije con intenciones de confirmar que en verdad tenía interés en ella y su hijo.

—Gracias Adriana, eres muy amable.

—Ariadna, señora. Ariadna es mi nombre – pretendí ser agradable, pero en verdad me molestó que confunda mi nombre con el de mi madre.

—¡oh lo lamento! Se presta a confusiones, al ser tan parecidos...– Su disculpa pareció ser más una formalidad, que una disculpa sincera.

Comenzamos a caminar, intenté caminar a la par de la madre de Mitsuki, pero me costaba. Además de que tardaba en notar que la iba dejando atrás dado su lerdo andar.

Mientras andábamos los caminos de tierra, charlamos entre pausas que ninguna de las dos disfrutaba. Me contó un poco de su viaje hasta aquí, y de cómo comenzaba a costarle aquellas cosas que antes, cuando era joven, realizaba con total naturaleza. "Llegará el día en que me cueste respirar y simplemente me cansaré de intentarlo, en ese momento usaré las fuerzas que he estado guardando todos estos años, para así poder sonreír. Morir con una sonrisa hará que los demás no se preocupen por mí, ya que sabrán que fui feliz hasta en los últimos minutos de mi vida."

Esas palabras quedarían grabadas en mí ser por siempre.

—Este es el lugar ¿Quiere que la acompañe?—le indiqué con mi índice donde se hallaban las placas conmemorativas y le pregunté suponiendo que querría intimidad.

—Desde aquí, se ve su rostro calado en la fría roca, es... es la cara de mi hijo—aseveró de manera muy emotiva— está bien, niña. Iré sola.

Inició con pasos cortos y débiles, pero, apresurados. La vi llegar y posicionarse frente a aquel frío cuerpo de piedra. Lo acariciaba, recorriendo las heladas y ásperas líneas de la cara y el pelo. Luego quebrándose, largó incesantemente lágrima tras lagrima, y posteriormente una sonrisa que evito a dichas lágrimas, el poder llegar a su boca, desviándose estas por las elevaciones de sus arrugadas mejillas para terminar secándose en la tierra. A lo lejos pude ver como balbuceaba cosas mientras con su mano se secaba las lágrimas.

Aquellos instantes, se transformaron en infinitos. Pero no me importó, creí que ese sería uno de los pocos momentos incómodos que valen la pena prolongar y no interrumpir.

Se aproximó la Sra. Shin a la imagen de mi madre y entonces me miró, agachó la cabeza y su rostro comenzó a connotar confusión. Estuvo parada allí cabizbaja largo rato. En última instancia, clavó su mirada en mí y entonces se me acercó .

—Ariadna, hay algo que no entiendo.

—Creo saber que es...

—Respecto a quien dices que es tu madre...

—Créame, yo también me acabo de enterar. Y mucho de cierto tiene aquella frase que dice: "no todo, es lo que parece"—le dije con franqueza.

—Que loco que es el mundo– soltó resignada al intentar comprender las cosas— o quizás á la vida misma.

—No, no. El mundo está bien. Nosotros lo volvemos loco— me atreví a corregirla.

Buscamos un lugar donde sentarnos. Pero la noche ya había caído, el cielo estaba gris y la lluvia amenazaba.

—Señora ¿Tiene dónde pasar la noche?—le pregunté porque veía que no tenía intenciones de irse a algún lado, a pesar de la hora y el clima mal predispuesto.

—Mi casa está en el fondo del mar. – replicó y dejó salir una risa disimulada...

Aquello me dió lastima... Pero no permitiría que mi posible suegra pasase frío o hambre. Así que propuse una idea que sabía, me traería problemas.

—Puede venir a quedarse en casa si gusta.

—¿Puedo?

—No, no puede. Debe— contesté con firmeza en la aserción.

La tomé de la mano y ayudándola a levantarse nos pusimos en marcha. Sabía que aquello a lo que apuntaba, no era como suelen decir en los barrios de Buenos Aires, "moco de pavo".

Estábamos a la puerta, y ya podía imaginar la cara de desconcierto que pondría mi madre cuando lograse divisar a la madre de Mitsuki. Procedimos a entrar.

Efectivamente, tenía esa cara. Ojos bien abiertos, su mandíbula que se dejaba caer hasta cierto punto y realizaba un mínimo de esfuerzo para retener la respiración y no parpadear.

Antes de que dijera palabra alguna. Presenté descaradamente a la invitada.




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