Caminaba lento, bajo la llovizna de Marzo, la brisa fresca calmaba el ardor de mis ojos cansados de intentar sacar algo de dolor de mi pecho. Otra vez, no había podido proteger mi bien más preciado, la segunda oportunidad que la vida me dio para ser feliz, se esfumo en mis manos, las cuales observo vacías y sin razón de ser si no es para sentir su piel. Mis pies descalzos, se deslizaban encima de las pequeñas rocas cubiertas del agua dulce del río, esa orilla que tantos recuerdos llenos de paz y dulzura me traen a la mente, torturándome constantemente, preguntándome que más pude hacer para evitar este final.
Llevo días sin dormir, intentando alimentar mi alma de dulces recuerdos, que mantengan tibio un rincón de mi corazón. Me siento desfallecer, la falta de ella es irreparable, pero debo continuar por la manada. El frío comienza a calar de golpe en mis huesos, volviéndome a la realidad, una cruda realidad, otra vez solo. Sin razón de ser, más que las tediosas responsabilidades que implica ser un Alfa, las cuales llevo a cargo desde hace 5 años con esfuerzo y dedicación, pero desde ahora sin mi principal incentivo. El bosque me susurra, prefiero ignorarlo, nada mitiga mi pena hoy en día.
Poco a poco se intensifica el clamor del cielo, que hoy acompaña mi sentir, dejo ir toda mi tristeza, para intentar continuar. Un mes, un mes de dolor sin intermitencias, un mes de vivir de recuerdos, de fotografías, de amor que aun siento en mi pecho, pero es momento de dejarla partir. Ingreso en las aguas, las que aumentaron su cauce y fuerza por la fuerte lluvia, siento como la corriente arrastra todo lo que puede y solo pido que de la misma manera la madre luna me bendiga dejándome soltar esa parte de mi vida que ya no puedo encerrar más en mi pecho. Sostengo en mis dedos su sortija, esa que un día logro regalarme la sonrisa más hermosa que vi en mi existencia, día en que le pedí que uniéramos nuestras vidas eternamente. La coloco en la palma de mi mano y la ahogo lentamente en la corriente cada vez más agresiva, como así intento depositar el dolor de mi corazón y la dejo partir, llevada por sus aguas favoritas, las mismas que un día la dejaron en mis brazos.