Aurora
En el primer momento en que puse un pie en Italia fue como sentir un remolino de emociones, aquel lugar se me hacía tan conocido y a la vez tan desconocido.
Solo había estado cinco años de mi vida en ese lugar, y ahora al volver después de trece años se me hacía un completo sueño.
Los primeros días estuve acomodando mis cosas junto a mamá, mientras que papá me enseñaba nuevamente a hablar italiano, comenzaba enseñándome algunas simples palabras. Fue como estar de regreso en el jardín de niños.
Mamá me enseñó junto a papá varios álbumes donde tenían fotos mías, en cada foto estaba una niña sonriente, algunas veces estaba manchada de pintura, inclusive en una tenía a papá y a Leonardo sentados en las pequeñas sillas de juguete con maquillaje en el rostro y unas pequeñas coletas en sus cabelleras.
No pude evitar llorar conforme pasábamos las páginas y las fotos se iban acabando, así que les prometí que tendríamos miles de álbumes más, tendríamos tantas fotos que nos faltarían lugares donde guardarlas.
Cuando entre en mi antigua habitación fue como un golpe en el pecho, aún estaban varias muñecas que había dejado, los libros de colorear, la mochila que llevaba al jardín de niños y algunas hojas blancas con dibujos de mi familia pegadas en la pared pintada color rosa.
Las sábanas tenían de estampado a Mulán con una espada, en las estanterías habían varias figuras de princesas y en los buros estaban unas pequeñas lámparas color rosa.
Sin duda cualquiera que entrara en aquella habitación se daría cuenta que es de una niña de menos de cinco años.
Fue nostálgico tomar cada muñeca entre mis manos, al centro de la habitación había una pequeña mesa donde mamá nos había tomado a Leonardo, papá y a mi aquella foto que jamás podré olvidar.
Aunque de alguna manera todos los recuerdos que tuve de pequeña en este lugar fueron una curita en el corazón sanando una grieta que nunca pensé que tenía.
–Puedes redecorar tu habitación– murmuró mamá junto a papá mientras se recargaban en el umbral de la puerta.
–Seria extraño dormir en una habitación de una niña pequeña– ladé la cabeza con una sonrisa ladeada– ¿Me pueden conseguir pintura beige y nuevos muebles?
–Lo que pida mi princesa– papá asintió con una sonrisa divertida en la comisura de sus labios– con esta tarjeta de crédito puedes comprar lo que quieras– me tendió una tarjeta negra que tome entre mis dedos– gasta todo el dinero que quieras.
–¡Podemos ir mañana mismo por tus nuevos muebles!– mamá dio un pequeño salto en su lugar.
Al día siguiente mamá entro en mi habitación para llevarme hasta una mueblería donde elegí cada cosa nueva que iría en mi habitación, compramos pintura beige junto con un poco de dorado.
Papá nos esperaba en casa para comenzar a pintar, aunque creo que gastamos más pintura pintandonos el uno al otro, mamá se nos unió, al igual que Leonardo.
Y aunque suene imposible también Sebastián, lo vi sonreír y soltar carcajada como nunca, aunque cuando él notaba que lo miraba sus mejillas se enrojecian y sus ojos brillaban.
Ese día los cinco terminamos tan llenos de pintura que tuvimos que comprar más pintura para terminar de pintar mi habitación, los antiguos muebles le pedí a mi papá que los llevara a un orfanato, ya que les servirían más a esos niños que a mí, al igual que cada juguete y muñeca que en algún momento llegue a tener.
Sebastián y Leonardo al día siguiente estaban tan desesperados porque mi mamá y yo no nos decidiamos dónde debería ir cada mueble, sus rostros estaban rojos por todo el esfuerzo. A mediodía mi padre se les unió y termino igual de desesperado que ellos.
Al final todo había terminado como yo quería, mamá y yo fuimos las primeras en sentarnos en los pequeños sofas que había elegido mientras que papá, Leonardo y Sebastián nos miraban con incredulidad, nosotras estábamos más cansadas que ellos.
A pesar de no haber movido un solo mueble.
Tres meses después de haber llegado a Italia entre en la universidad para estudiar finanzas, eso me ayudaría a sobrellevar el negocio de papá en el futuro. Además de que se me daba muy bien aquello de los números.
Sebastián y Leonardo me ayudaban con mi puntería con el arma, al principio quisieron rendirse porque no podía dar en el blanco, hubo una ocasión en la que no se cómo me moví y casi le doy un disparo a uno de los hombres de mi papá, también me mostraban los puntos clave donde se comercializaba la mercancía de papá. Los puntos ciegos, las personas que mi padre tenía bajo su poder, los puertos y aeropuertos que tenía para poder hacer rutas para toda la mercancía como hachis y cocaína. Así como que también los principales consumidores eran los marroquiños y quién vendía la mejor cocaína eran los colombianos, también las zonas donde yo no podía vender porque esos territorios ya estaban ocupados o eran enemigos de la familia hace décadas.
A los cinco meses ya podía entender un poco el italiano, entendía varias frases aunque todavía la pronunciación me fallaba y tenía que cambiar algunas palabras al inglés, tuve algunos amigos en la universidad pero ninguno pudo hacerme olvidar de Violeta.
Salí con ellos en algunas ocasiones, en otras trataba de evitarlos cuando el recuerdo de Violeta volvía a mi mente y sentía que la estaba traicionando por tener a nuevos amigos en mi vida, aunque otras veces me repetía que ella quisiera que yo siguiera con mi vida.
El día que me gradué cumplí uno de los sueños que tenía con ella, fui hasta la playa y me tomé muchas fotos con mi toga y birrete. Quiero pensar que ella estuvo a mi lado en cada una de esas fotos.
Luca nunca volvió, ni tampoco supe más de él, quizás fue porque nunca pregunté por él, quería que él encontrará a alguien por mucho que aquello me doliera.
Seguí yendo a terapia para poder superar lo que había sucedido con Violeta y su partida, aquello solo duró un año porque después la doctora me dio de alta.