La luz de la venganza

24.- Volver a Italia

Violeta

A través de los altavoces la voz del capitán nos pedía que nos abrocharamos los cinturones ya que el jet comenzaría a despegar con el destino a Toronto.

Enfrente mío venía Sebastián tomándose una pastilla con la cual se dormiría la gran parte del trayecto, ya que a él siempre le habían dado miedo las alturas.

Desde aquel día donde me confesó su amor las cosas entre nosotros se habían puesto algo incómodas, los dos evitabamos las miradas del otro y cuando estábamos solos nos inundaba un incómodo silencio, donde ninguno sabía cómo quitarlo.

Trate de que las cosas siguieran normales pero era él quien me alejaba, quizás le había desilusionado que lo rechazara, pero en el corazón no se puede mandar.

Nosotros no somos quienes deciden de quién enamorarnos y mucho menos a quien le entregamos nuestra alma.

–¿A qué hora llegaremos a Toronto?– me miró por encima de su celular.

–Alrededor de las cinco de la mañana– respondí después de unos cortos segundos de estarlo pensando.

El jet comenzo con su trayecto directo a Toronto, en unas horas llegaría a aquel lugar que deje hace casi seis años, donde había dejado una vida atrás, una vida llena de engaños, miedos e inseguridades.

Un lugar donde había dejado a mi mejor amiga, al amor de mi vida y todos los sueños que alguna vez tuve de pequeña.

Hoy volvía para desenterrar varias cosas de mi pasado, para descubrir lo que me impedio estar con mis verdaderos padres durante más de una década.

Fue una desición difícil, porque no quería volver a sentirme con aquel hueco en el corazón, sintiendo que algo me hace falta porque en realidad desde hace unos años alguien ya no está a mi lado.

No lo puedo negar, tengo miedo de ir a visitar a Violeta y darme cuenta que aquella herida aún sigue abierta, y en realidad sigue doliendo como el primer día.

En estos cinco años siempre trate de evadir el tema, pero en realidad siempre ha dolido esa herida.

En mi mente sigue rondando la misma pregunta, ¿Qué hubiera pasado si tan solo ella me hubiera dicho sobre su enfermedad?

Cada día ronda aquella pregunta en mi cabeza.

Quizás pude haber hecho algo con la ayuda de mis padres, contratar a los mejores doctores del mundo y ella ahora podría ser una gran arquitecta.

Pero ya nada se puede hacer.

Porque el maldito destino quiso llevarse a mi mejor amiga, una chica que no le hacía ningún mal a nadie.

Alguien que merecía vivir hasta ser viejita y cumplir cada sueño y meta que tenía en su mente y corazón.

___

El viaje había sido agotador y más por el repentino cambio de horario, lo único que pasaba por mi cabeza es en lo mucho que quería llegar a la mansión y dormir hasta que fuera el día siguiente.

Durante el viaje trate de dormir un poco, pero no pude conseguirlo ya que en cada momento me despertaba. Quizás eran los nervios o el miedo de volver a un lugar que se volvió desconocido para mí.

Más sin encambio el único que había estado dormidos durante todo el transcurso del viaje fue Sebastián, sus ronquidos en varias ocasiones me despertaron y parecía un niño pequeño porque la baba se le salía de la boca.

Al igual que soltaba pequeños quejidos como si se tratase de un bebé.

Cuando aterrizamos nos pidieron que volviéramos a abrochar nuestros cinturones y fue cuando tuve que despertar a Sebastián quien parecía no saber dónde se encontraba o en que tiempo.

Por la ventana se podía ver cómo empezaban a llevar nuestras maletas a una de las camionetas, mis hombres vigilaban el perímetro y algunas gotas de lluvia se pegaban a los vidrios del jet.

Cuando bajamos del jet la brisa del invierno pego contra nuestros rostros e hizo que varios mechones de mi corta cabellera jugarán con él.

Mire a mi alrededor como la nieve estaba sobre las ramas de los árboles, el césped era completamente cubierto por la nieve al igual que todo lo demás.

–Bienvenida a Toronto– dijo la sobrecargo dejando que bajara por las escaleras.

–Es un horror estar de regreso– murmuró detrás de mi Sebastián hundiendose en su chamarra– ¿Por qué hace tanto frío?– se quejo pasando por un lado mío para descender.

El coche nos esperaba a unos pocos metros para llevarnos hasta la mansión, un hombre canoso era quien manejaba, Sebastián iba a su lado y yo iba en la parte trasera.

El hombre encendió el motor pero cuando estábamos por avanzar, dos camionetas se interpusieron en nuestro camino, varios hombres comenzaron a descender con pasamontañas y armas entre sus manos.

–¡Es una emboscada!– grito Sebastián antes de que las balas comenzaran a impactar en el parabrisas.

Mis hombres no se quedaron atrás, algunos estaban como francotiradores en las zonas altas y eso nos daba más ventaja, Sebastián y yo bajamos del auto, lamentablemente el hombre había sido disparado en el corazón y ya no podíamos hacer nada por él.

No podía enfocar a ninguno y solo disparaba cuando mi intuición me decía que jalara del gatillo haciendo que matara a uno que otro hombre.

Trataba de cubrirme con la puerta del coche y cuando los disparos cesaron fue que todos pudimos salir con libertad o sin miedo a que algo nos pudiera pasar.

Me quedé parada frente al coche mirando todos los cuerpo tirados en aquel lugar, la sangre corría como un río y algunas balas estaban tiradas.

–¿Cuántos hombres perdí?– le pregunté a Steven cuando estuvo frente a mi.

–Solo al chófer y cinco hombres más– se acomodo el abrigo y limpio el sudor en su frente.

–Los cuerpos de mis hombres regresenlos con sus familias y denles dinero– asintio.

Es lo menos que aquellas personas se merecían por haber perdido a un miembro de su familia, solo por proteger a alguien más.

–Quiero saber cuánto antes quien me mandó este ataque y porque– tense la mandíbula conteniendo todo el enojo que se retenía en mi interior.

No podía explotar en un momento donde podría lastimar a personas que no se lo merecían.



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En el texto hay: mafia, trianglo amoroso, amor

Editado: 23.08.2024

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