Luca
«La nieve invadía todo lo que estuviera a su paso, arrasaba con el césped y gran parte de las casas se vestían de blanco.
Quisiera ir corriendo a aquellas montañas de nieve y tomar puños de ella entre mis dedos aunque se que se me congelaran, pero mi madre me lo impide diciendo que me enfermare.
El coche se detuvo al pie de las escaleras donde tres personas nos esperaban, estaban abrigados y una de esas personas estaba tomada de la mano de sus dos padres.
Mi padre nos había traído a la casa de los Vicari porque tenían algunos asuntos que resolver, mientras que mi madre quería hablar con Eleanor y yo aprovecharía para jugar con mi ojitos azules.
Cuando descendimos del coche subimos los escalones hasta quedará frente a ellos, mi padre estrecho la mano con Stefano y beso la mejilla de Eleanor y Aurora, mamá hizo lo mismo, después yo imite a mi padre y cuando tuve que besar la mejilla de Aurora mis mejillas se enrrojecieron.
–Pasen, aquí afuera está haciendo mucho frío– indico Stefano dejando que pasáramos a su mansión.
Dejamos los abrigos en un tripié, mi padre junto a Stefano se fueron al despacho mientras que mi madre y Eleanor se quedaron en la sala platicando.
Estuve sentado junto a mi madre por casi una hora, hasta que vi en el umbral de la puerta aquellos ojos azules que nos miraba esperando a que algo pasará.
Me puse en pie para ir junto a ella, cuando me quedé de pie a su lado y vi que sus ojos no se dirijan a mi la toque del hombro.
Ella tuvo que elevar el rostro para que sus ojos y los míos pudieran encontrarse.
¿Y como no iba a ser más alto que ella si soy tres años más grande que ella?
–¿Por qué las espías?– ladee la cabeza.
–No las espió– se defendió con aquella voz chillona que la caracterizaba– solo estoy verificando que estén lo suficientemente distraídas.
–¿Para que?
–Para salir y jugar con la nieve, quiero hacer un muñeco de nieve, pero mi mamá no me va a dejar porque dice que me enfermare, ¿vienes?– una sonrisa apareció en su rostro.
Sin duda todas las mamás pensaban igual y hasta creo que tenían las mismas frases.
–Claro.
La tomé de la muñeca para galarla un poco y comenzar a caminar hasta la salida donde habíamos dejado nuestros abrigos al igual que unos guantes para que nuestras manos no se nos congelaran.
También tomamos algunas bufandas, pasamos por la cocina para tomar dos uvas que serían sus ojos y una zanahoria que sería su nariz. Salimos por la puerta trasera de la cocina para que nadie nos viera.
Dejamos las cosas en el suelo y comenzamos a buscar dos ramitas que serían sus brazos, cuando las encontramos las dejamos junto a las demás cosas, empezamos a hacer las bolas de nieve que conformarian su cuerpo.
–Nos está quedado muy bonito– una pequeña risa brotó de su garganta.
–Tu y yo lo estamos haciendo, y lo que hagamos los dos siempre estará bonito– me encogi de hombros.
La fría nieve comenzaba a traspasar los guantes, pero eso no me importaba porque estaba junto a mi ojitos azules.
La ayude para que pudiera ponerle la bufanda al igual que las uvas y la zanahoria.
Era el primer muñeco de nieve que hacía con ella y esperaba a que eso se volviera a repetir para que hiciéramos muchos más.
–Cuando seamos grandes haremos un muñeco de nieve cien veces más grande– su mirada estaba puesta en aquel muñeco mientras yo solo la veía a ella.
Aquellos ojos azules que casi llegaban a ser grises, pero solo podías notarlo si le ponías mucha atención, sus mejillas se comenzaron a poner rosas por el frío y su labio inferior temblaba un poco.
–Cuando seamos grandes te pediré matrimonio– ella volteo a verme con la misma sonrisa, quizás los dos en aquel entonces éramos muy pequeños para saber de matrimonio pero yo sentía eso muy real– y cuando tengamos hijos los ayudaremos a hacer un muñeco de nieve así como el que acabamos de hacer.
–¿Lo prometes?– elevó su dedo meñique.
–Te lo prometo– junte su meñique al mío.
Éramos muy pequeños para saber del amor, de la vida y del matrimonio. Pero de algo estaba seguro en aquel momento.
Y es que ella era la mujer que quería a mi lado para toda la vida, la que tendría mis hijos y con la cual estaría hasta que la muerte me llevará.
–Cuidare siempre de ti– acaricie su fría mejilla.
–Y yo solo dejaré que tú me cuides siempre– sonrió hasta que se le hachinaron las pestañas.»
Aquel recuerdo sigue en mi mente, seguía como una constante diciéndome que estaba haciendo mal al casarme con una mujer por la que solo sentía amistad.
Entre mis brazos llevaba un ramo de rosas azules, cada cierto tiempo visitaba el cementerio para llevarle flores a Violeta. Quién fue una de las personas que más me alentaba para estar junto a Aurora.
Cuando cerré la puerta del coche y eleve la mirada para ver la entrada principal del cementerio y sentí que todo a mi alrededor se había detenido.
Porque en ese lugar estaba ella, con la misma cabellera corta y aquellos ojos azules que nunca pude olvidar y con solo verlos a lo lejos volvieron a hacer que todos los sentimientos que tenía por ella volvieran a revivir.
Aunque ahora que lo pienso creo que siempre estuvieron hay.
Estaba entrando en una camioneta con la mirada baja y no se había dado cuenta que a tan solo unos metros yo la veía.
Mis pies no pudieron avanzar, solo vi como aquella camioneta comenzaba a alejarse.
¿Había sido un sueño?
¿Ella realmente había vuelto?
¿Y si había vuelto para que en la fecha que dijimos fuera a la playa?
Mi corazón comenzaba a palpitar de manera desenfrenada y fue cuando lo supe. No la había dejado de amar ni un solo segundo.