Aurora
La vida del ser humano siempre ha estado llena de dolor, y tienen razón, porque por más sinceros que seamos a veces la verdad también duele, y llega a doler más que una mentira.
Eso a veces nos suele poner en un dilema del que no sabemos cómo salir, ¿Es mejor decir la verdad o mentir sabiendo que las mentiras nunca son para siempre?
Me gusta comparar las mentiras con las flores, porque por más bella y linda sea una flor, siempre termina por marchitarse y deja de ser bella.
Aunque si lo piensas mejor, la vida del ser humano está basada en mentiras, diciendo que estamos bien cuando en realidad por dentro estamos más destrozados que nunca.
Solo que ocultamos la realidad con una sonrisa porque es más fácil esconder lo que sentimos a explicarlo porque eso es más doloroso para nosotros.
–¿Estás bien, mi bonita?– la voz de Luca hizo que saliera de mis propios pensamientos para poder mirar aquellos verdosos ojos.
–Si– asentí soltando un suspiro.
No me había dado cuenta que el coche se había estacionado frente a la playa, las olas chocando contra la arena y las gaviotas pasar de un lado a otro.
Luca se quitó el cinturón de seguridad y se estiró hacia a mi, su acción me dejó sin palabras porque sus brazos me rodearon en un abrazo que me reconfortó el alma.
–Se que no estás bien– acaricio mi cabello– puedes engañar a los demás pero a mí no.
–Todo lo que está pasando es mucho para mí– un nudo se generó en mi garganta impidiendo que pudiera seguir hablando.
–¿Por qué crees que te he traído a la playa?– me tomo de los hombros– quiero que hoy te olvides de todo y de todos. Hoy solo seremos tu y yo.
Él se bajó del coche para rodearlo y así abrir mi puerta, me tendió su mano que al instante entrelace con la mía.
Comenzamos a caminar hasta que llegamos a una parte donde había una manta sobre la arena, una sombrilla de playa y una canasta con algo de comida puesta sobre la manta.
–Hoy hace seis años con dos meses fue nuestra cita de “amigos"– hizo comillas con sus dedos– aquí me pediste que me fuera de tu vida por un tiempo que se me hizo eterno.
–¿Todavía recuerdas la fecha de ese día?– entrecerre los ojos.
–Digamos que cada día que estuve a tu lado lo llevo grabado en el corazón– se puso una mano en el pecho.
Nos recostamos sobre la manta para admirar al cielo, algunas nubes cubrían su contexto pero no indicaban que estuviera por llover. El sol resplandecía detrás de aquellas nubes.
Estuvimos por varios minutos hablando sobre la forma que tenían varias de las nubes y apuntando a algunos pelícanos que volaban sobre nosotros.
En un punto nos quedamos en silencio, con sus ojos sobre los míos, sintiendo que éramos uno solo sin siquiera tocarnos.
Una pequeña sonrisa se dibujaba en la comisura de sus labios, la misma sonrisa que yo tenía en aquel momento.
Y es que aquel momento no necesitaba de nada más para ser perfecto, porque nos teníamos el uno al otro y con eso era suficiente.
Su mirada verdosa me mostraba un verdadero paraíso del que nunca quisiera salir.
–¿Bailamos?– pregunto parpadeando varias veces– no podemos venir a la playa y no bailar la canción que bailamos hace seis años.
–¿Recuerdas la canción?– enarque una ceja.
–Me la se de memoria– se puso en pie y me tendió su mano que acepte.
Me puse de pie y eleve el rostro para poder mirarlo a los ojos, comenzó a buscar en su teléfono aquella canción y cuando por fin la encontré lo dejo sobre la arena.
Paso una de sus manos por mi cintura mientras que con la otra sostenía mi mano y comenzamos a movernos en sincronía.
El atardecer se comenzaba a mostrar detrás de nosotros, como si de alguna manera todo se hubiera puesto de acuerdo para volver este momento inolvidable.
–I wanna be yours– susurro cerca de mi oído.
Su voz tarareaba algunas partes de la canción, para mí fue lo mejor que pude haber escuchado en toda mi vida.
Sus manos se posaron sobre mi cintura elevandome y haciendo que girará, ver su rostro lleno de felicidad con aquel brillo en los ojos me hizo sentir que estaba bien.
Cuando mis pies volvieron a tocar la arena sus labios se juntaron con los míos, colisionaron como la luna y el sol creando en mis adentro miles de emociones. Porque con sus labios sobre los míos no sentía miedo, con sus manos posadas sobre mi cintura no venían a mi mente las imágenes de aquel día.
Di un salto haciendo que mis piernas se enroscaran en sus caderas, sus manos se posaron sobre mis muslos para evitar que cayera, pase mis manos por su cabello enredando varios de sus mechones sobre mis dedos.
Su lengua se abrió paso en mi boca, jugaba con la mía haciendo que pequeñas risas brotaran de mi garganta.
Me recosto sobre la arena, haciendo que está de pegará por todo mi cuerpo, atrape su cuello entre mis brazos, uno de sus brazos se apoyaba sobre la arena para evitar caer sobre mi mientras su otra mano acariciaba mi mejilla intensificando cada vez más el beso.
Sus labios se separaron de los míos, pude ver lo hinchados que estaban mientras los dos intentábamos recuperar el aliento que habíamos perdido.
–Yo... No quiero que pienses que te he traído aquí para... No quiero presionarte– soltó un suspiro pegando su frente a la mía– se que lo que pasaste hace años todavía te sigue causando miedo y yo...– lo interrumpí dejando un corto beso sobre sus labios.
–No me estás presionando a nada, ¿Y sabes por qué? Porque con tus labios, tus caricias y entre tus brazos no siento miedo– susurré cerrando los ojos– lo único que debes de tener en cuenta es que tú no eres el primer hombre.
–¿Lo dices por aquel gilipollas?– asentí sabiendo que se refería al policía– mi bonita– acuno mi rostro entre su mano– al menos para mí, yo seré el primer hombre en tu vida, no importa lo que diga el jodido mundo, tu sigues estando limpia y pura por dentro, no importa lo que haya sucedido en aquel momento.