La luz de Lamia

Capitulo 25

Christopher.

Mis ojos se clavaron en el pupitre solitario a pocos metros de mí, vacío y silencioso cómo el eco de lo que una vez fue. Era el pupitre que ella ocupaba todos los días, distraída por las novelas que devoraba en la hora del almuerzo. Extrañaba sus críticas mordaces sobre los libros, su queja permanente de todo y de todos, esa voz sarcástica que ya no escuchaba.

Mi mente se negaba a dejarla ir. Me reprendí por no poder concentrarme en el examen que reposaba sobre mi escritorio, pero mi cabeza parecía tener vida propia y mis pensamientos no cooperaban. La nostalgia y la tristeza me ahogaban; me sentía cada vez más desesperado.

La tranquilidad del aula —el silencio fruto de la concentración de mis compañeros— no bastaba para enfocar mi atención. El tic-tac del reloj y el roce de las lapiceras sobre el papel me parecían tortura. Observé a los demás: cabezas bajas, miradas fijas en los exámenes; mi vista, sin embargo, volvía irremediablemente al pupitre vacío de ella.

La ausencia de Constans dolía de una forma que no se atenuaba con el tiempo. Dolía, duele. Mis ojos se perdieron en la ventana junto a mi mesa; la nieve caía en copos suaves sobre el cristal. El paisaje gris y nublado hacía que los días me parecieran más sombríos que de costumbre, y eso no ayudaba en nada.

Metí la mano al bolsillo de la chaqueta y saqué el pequeño broche que ella me había dejado a guardar aquella noche: la rosa negra de tela, reliquia de un pasado que ya no existía. La apreté entre los dedos, evocando la última fiesta, la última noche que pasó a mi lado. El corazón se me estrujó con los recuerdos que volvían a torturarme.

Mis teorías, algunas absurdas, otras aterradoras, me enfrentaban entre sí y me llenaban de incertidumbre.

¿Nada tenía sentido? ¿Era todo una broma cruel del destino? ¿Me habría vuelto completamente loco? ¿O quizá apenas estaba despertando de ese sueño que me abandonaba cada maldita noche?

La imagen de la joven con alas volvió a mi mente y me sentí atrapado en un ciclo de dolor y confusión. Ella desapareció hace dos meses, junto con Dorian, con Jess… y con mi cordura. No dejó rastro: ninguna pista sobre dónde estaría, ni explicación de por qué se fue de Nueva York. Sospecho que se marchó hasta del país.

Lo que más me dolía era que su recuerdo empezaba a borrarse de la memoria de casi todos. Era cómo si solo hubiera pasado por aquí por un instante fugaz; su huella se desvanecía cómo si no hubiera existido. Extrañamente, después de todo el escándalo inicial, la olvidaban. Yo era el único que aún vivía en su imagen. Jamás podría arrancarla de mí. Cada segundo que estuvo aquí lo tengo grabado con precisión: sigue viva en mi memoria y sigue siendo la protagonista de mis pensamientos.

Todo con ella me parecía un sueño; todo era demasiado perfecto para ser real, una maravilla propia de los sueños más cálidos y mágicos. Allí, por primera vez, me sentía seguro; un refugio donde mis miedos podían retirarse para dejarme contemplar su mirada celeste, triste e ingenua. Con ella me sentía, de algún modo, completo. Y ahora me despertaba, probablemente para hundirme otra vez en la confusión y volver al mismo infierno de antes.

Me siento más solo que nunca. No tengo fuerzas para asimilarlo. Vuelvo a ese mundo de preguntas que me hostiga. No puede tratarse sólo de pruebas crueles del destino para poner en su lugar a un escéptico cómo yo. Hay algo más; siempre lo he sentido. Sé que hay algo detrás de todo esto…

De ella...

Porque no pudo ser coincidencia que la encontrara en ese bosque. No pudo ser coincidencia el accidente el mismo día que los chicos y yo estábamos allí. No puede ser casualidad que ella y Jess resolvieran aquel misterio. Tampoco que tuvieran información de más. Siempre sospeché algo; siempre estuve inquieto.

No pudo ser una simple coincidencia que ella se pareciera tanto a la joven que aparecía en mis sueños. El recuerdo de su rostro, de sus ojos, de su sonrisa, se incrustó en mi mente cómo un tatuaje imborrable. No puedo alejarla. Aún me parece imposible creer que realmente se trataba de ella.

Siempre fue ella.

Cada vez que salgo a la calle y me topo con algún ser oscuro, o cuando noto un resplandor extraño en las personas que caminan a mi alrededor, pienso en ella. Pienso en cada instante del tiempo que compartimos investigando, en cómo su manera de ver el mundo se convirtió en la mía. Todo me recuerda a sus sermones, a las palabras que usaba para empujarme a enfrentar mis miedos, a no temer aquello que podía llegar a ver.

La persona en la que me estoy convirtiendo —o el fenómeno que me consume poco a poco— me mantiene aferrado a la idea de que todo esto es real, y que Constans también lo es. Tan real cómo las miradas de terror, los murmullos de mis compañeros, el recuerdo de lo que ocurrió con Roy y conmigo. Todo me la recuerda. Todo me recuerda el motivo por el que debo seguir soportando estos cambios extraños, el motivo por el que debo respetar lo que soy y aceptarlo como parte de mí.

Tal y como ella me lo dijo aquella noche, mientras me regañaba por mi cobardía.

La misma noche en la que, por primera vez, la besé.

"—Sabes que no todo el mundo lo está, Chris. Lo has visto —su voz sonaba al borde de la paciencia, grave, firme, tan seria que me estremeció—. Y sabes que eres un privilegiado por ser una de las pocas luces que brillan entre todas esas sombras. Personas como tú son la prueba de que no todo está perdido, de que no todo está podrido hasta la raíz, porque tú no lo estás. Por eso tienes esos dones. ¡Maldición, Chris!, ¡deberías sentirte orgulloso de ser quien eres!"

Confiaba en mí. Y eso… eso era lo que más me motivaba. Lo que más me ayudaba. Lo que aún necesito. Le creí entonces, y aún le creo. Tal vez por eso duele tanto ahora.

Es extraño: es como si algo dentro de mí se hubiese quebrado con su partida. Como si se hubiera llevado consigo una parte de mí… una parte demasiado importante.



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En el texto hay: misterio, demonios, amor

Editado: 31.05.2025

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