CHRISTOPHER.
Apoyo las manos sobre el barandal helado. No sé cuánto tiempo llevo aquí afuera, pero todavía no me siento listo para entrar. Aquí, al menos, puedo respirar. Al fin, siento algo parecido a la paz. Cuando estoy solo, puedo ordenar mejor mis pensamientos. La tormenta dentro de mi cabeza es insoportable. Siento que va a estallar en cualquier momento.
La vista desde aquí es impresionante. No sé dónde estoy exactamente, pero este paisaje parece sacado de un sueño. Irreal, mágico, como si flotara dentro de una visión teñida de luz azul. Un bosque inmenso rodea el lugar; a lo lejos, un lago brilla tenuemente. Luciérnagas danzan por doquier, las flores resplandecen, y el frío es más un abrazo que una molestia. El aire tiene un aroma dulce, embriagador, como el de un fruto que no logro identificar.
El murmullo del agua fluyendo me relaja. El cielo... es extraño. Azul profundo, estrellado, como nunca antes lo había visto. Tal vez sólo lo haya imaginado en sueños. El silencio y la calma de esta noche helada son mi mejor compañía ahora. Ojalá pudiera quedarme así por más tiempo. Ojalá el miedo y la angustia no opacaran el asombro que me provoca la belleza de este lugar.
Pero aunque lo intento... no puedo dejar de sentirme jodido por todo lo que está ocurriendo. Estar aquí, en medio de este paraíso, sólo me recuerda que el infierno que consume a Nueva York es real. Tan real como lo que tengo ante mis ojos.
Estoy agotado mentalmente, pero de forma extraña mi cuerpo no parece resentirlo. No hay dolor ni fatiga física. Ya ni me sorprende la resistencia que he mostrado últimamente. Antes, cuando aún ignoraba todo esto, estaba aterrado. Sentía que algo dentro de mí no encajaba, que esta fuerza no era normal. Sabía que algo raro pasaba con mi cuerpo... pero jamás imaginé que las cosas fueran a terminar tan mal. Aun así, no me arrepiento de haber descubierto la verdad que llevaba tanto tiempo deseando conocer.
No puedo decir “hubiera sido mejor no saber nada”. Fui yo quien decidió seguir este camino hasta el final. Ahora no tengo otra opción: debo enfrentar mi destino.
Las verdades tienen un poder brutal. Nos sacuden, nos rompen. A veces cuesta aceptarlas. Queremos negarlas, disfrazarlas... pero siguen ahí. No podemos forzarlo todo. Hay cosas que simplemente son. Y es mejor enfrentarlas antes de que las consecuencias sean peores. Vivir en la ignorancia o en la negación es una forma de suicidio lento. Es cegarnos. Es aferrarnos a una mentira.
Todavía me cuesta asimilarlo todo, lo admito. Pero sigo en pie, peleando por lograrlo. Por cómo van las cosas, es urgente que me convierta en el valiente que esta vida necesita que sea. Sé que será agotador. Tal vez me vuelva más loco en el camino... pero no puedo seguir viviendo con miedo. No ahora. Tengo razones para no rendirme. Esto ya no se trata sólo de mí. Hay vidas en juego. Personas que creen en mí. Personas que me necesitan despierto, aquí, ahora.
Suelto un suspiro. Aparto la mirada del paisaje e intento salir de mi ensimismamiento. Junto mis manos sobre el barandal congelado; el tacto es áspero, helado. Froto los dedos con fuerza. Luego vuelvo a alzar la vista. La naturaleza frente a mí sigue ahí, intacta, perfecta. Es una locura pensar que, hace apenas minutos, estábamos en medio del caos brillante de Manhattan. Según Koran, aún seguimos ahí. Me pregunto si todo sigue en orden en ese lugar.
Ojalá que sí.
A veces envidio a los demás. Ellos no saben lo que está ocurriendo. No tienen idea de esta locura. Al menos, ellos están a salvo de esta verdad espantosa. Antes me sentía raro entre ellos, como el típico chico que no encajaba. Me creía un fenómeno... pero ahora es diferente. Ahora me siento terriblemente ajeno. Más que nunca, me siento lejano de ser alguien normal.
<<Nunca lo fuiste.>>
—Y tal vez nunca podré serlo... —susurro para mí mismo. Nunca me había oído tan desanimado, pero así es como realmente me siento ahora.
—¿Y qué tiene de bueno ser normal?
Una voz detrás de mí me toma desprevenido, devolviéndome de golpe al aquí y ahora. Giro de inmediato y la imagen brillante de una chica de rizos dorados y vestimenta blanca, junto a la entrada, me deja sin reacción por unos segundos.
—Cielos... Otra que lee mentes.
Esboza una sonrisa tímida y luego desvía la mirada. Luce sospechosa. Creo que me estaba espiando. Aún se esconde entre las cortinas blancas que cubren la puerta de la habitación.
—Bueno, yo... yo nunca comprendí lo que era ser normal cuando era completamente humana —suelta una pequeña risa. Después sale por completo de su escondite y camina hacia mí, con los ojos aún clavados en el suelo.
—Eso es algo desalentador de escuchar, ¿sabes? —trato de sonar animado.
Sonríe cuando se atreve a mirarme, y luego se queda a mi lado, perdiendo su mirada en el paisaje frente a nosotros. El silencio se hace por unos segundos, pero no es incómodo.
—Existen muchos pros y contras al ser una persona normal.
—Quiero escuchar los pros, entonces.
—Bueno... Mucha gente normal no cree en nada de esto. Su ignorancia los salva de vivir atormentados por estas verdades. Los libera también de una inquietante responsabilidad. Al no creer, al no ver las cosas como nosotros, no sienten miedo.
—Pero la desventaja es que viven engañados toda su vida. Se dejan llevar por las apariencias, por la máscara que esconde al ser oscuro que alguien puede ser por dentro.
Trago grueso y desvío la mirada hacia el frente. Lo que ha dicho me deja pensando, y lamentablemente me recuerda el engaño en el que caí con Rebeca... y con mis demás "amigos".
Tiene razón. Tal vez el Destello no sea tan malo como pensaba. Quizá, al hacerme ver la realidad del alma de alguien, sólo intenta advertirme del peligro que podría representar. Ya no me importa lo que pasó con los chicos... pero si hubiera visto antes sus intenciones, aunque fuera sólo lo que buscaban de mí en ese momento, quizá me habría evitado muchos problemas. Tal vez no me habría convertido en la burla de todos en la escuela... y quizá no habría estado a punto de asesinar al chico que se rió de mí.
Editado: 31.05.2025