CHRISTOPHER.
Es ella…
Sí…
Está aquí.
No puedo reaccionar. No puedo asimilar que, al fin… está frente a mí.
¿Pero cómo…? ¿En qué momento apareció?
Mi cuerpo está paralizado. El asombro y el horror me aprisionan de tal forma que ni siquiera logro sentir lo que ocurre dentro de mi propia piel. Me cuesta aceptar lo que mis ojos están viendo. Es como si un auténtico infierno se hubiese desatado dentro de la casa.
Mis pupilas se aferran a esa escena, temblorosas, intentando comprender lo imposible: espectros encapuchados, con ojos rojos y rostros desfigurados, luchan brutalmente contra la chica que acaba de irrumpir aquí. El caos es absoluto. Están destruyendo lo poco que quedaba en pie.
Pero ella… ella se mueve como si lo hubiera hecho mil veces antes. Sus ataques son estratégicos, veloces, casi coreografiados. No parece cansada. Ni siquiera alterada.
Constans arremete con una fiereza brutal. Los espectros intentan responder, pero sus movimientos son torpes y desesperados. No tienen oportunidad. La fuerza de la chica de alas grises es incomparable. En segundos, los despedaza. No les permite ni rozarla.
Una oleada de terror y alivio me recorre de pies a cabeza cuando la veo partir a uno con las manos desnudas. Uno tras otro cae, desmembrado, dividido por la mitad con una facilidad pasmosa. Todo en ella grita peligro, a pesar de la calma imperturbable en su rostro. Luce serena, como si tuviera el control absoluto. Como si no conociera el miedo. Ni siquiera le importa la sangre que le ha salpicado el rostro.
Ya no la reconozco. No es la chica ingenua y enigmática que conocí aquella primera vez. No. Es como si, al fin, hubiese dejado de reprimirse para revelarse tal y como es: una guerrera implacable, deslumbrante… y mortal. Y yo, en mi ignorancia, llegué a subestimarla.
No puedo dejar de mirarla. No puedo evitar estremecerme.
Siempre lo supe. Siempre fui consciente del ser deslumbrante que es, pero lo que estoy presenciando ahora… me deja sin palabras. Constans nunca deja de sorprenderme. Nunca ha dejado de ser lo más impactante que he visto, y estoy convencido de que nunca lo dejará de ser.
—¿Agentes Sombra? Por favor… No puedo creer que la élite siga subestimándome de esta manera —bufa, con una calma tan escalofriante que me eriza la piel.
Aún no entiendo cómo demonios logró encontrarnos… ni cómo llegó justo a tiempo.
Los enemigos disminuyen con rapidez, pero ella no baja la guardia. Sigue atacando con la misma ferocidad, con la misma precisión quirúrgica. Parece tenerlo todo calculado. Y lo disfruta. Lo sé por los comentarios sarcásticos que lanza a sus agresores antes de que sus cuerpos caigan a sus pies.
Chorros de sangre se esparcen por todo el lugar con cada tajo que lanza a los cuellos enemigos. Su velocidad se incrementa, sus movimientos son tan fluidos como letales. Ninguno de ellos muestra piedad… pero ella tampoco. La escena se torna cada vez más dantesca, con cadáveres degollados y cuerpos despedazados esparcidos por el suelo, como si fueran restos de muñecos rotos.
Y a pesar de todo… no puedo negar el alivio.
Esas cosas iban a matarnos. Ya habían acabado con muchos antes.
Con Marc…
Estoy aturdido. Siento que el desastre se cierne sobre mí desde todos los rincones. Me obligo a regresar al presente, a no desvanecerme entre el caos, pero cuesta. Cuesta tanto…
Hasta que un grito rompe la estática dentro de mi mente. Voces lejanas, furiosas, asustadas. Las reconozco.
Koran.
Está gritando.
Tarda en aparecer en mi campo de visión, pero lo escucho. Está cerca. Algo está pasando. Algo más.
Mis ojos se dirigen rápidamente hacia él. Koran me mira con una expresión cargada de preocupación. Agita mi hombro, intentando hacerme reaccionar, pero todavía me siento ajeno a todo. Parpadeo un par de veces, buscando escapar del aturdimiento, y finalmente me obligo a levantarme para ayudar al chico rubio que yace gravemente herido.
—Tranquilo… —mi voz suena débil, temblorosa.
Koran asiente apenas. Puedo ver el dolor que lo tiene atrapado. Su mirada, llena de tortura y angustia, me contagia la ansiedad que comienza a enraizarse en mi pecho.
Mis piernas tiemblan cuando me incorporo. Con extremo cuidado, lo ayudo a ponerse de pie, evitando empeorar la herida profunda cerca de su vientre. Gime por el esfuerzo. Aunque llevar su peso no es demasiado difícil, la debilidad en mi propio cuerpo, sumada al humo denso que aún envuelve la estancia, convierte en un reto cada paso que doy. La sangre que mana de su costado me alarma cada vez más.
Lo sostengo con firmeza mientras avanzamos, alejándonos del caos que esa chica de cabello negro ha desatado. De pronto, algo me obliga a detenerme: ella extiende sus impresionantes alas con violencia, desplegándolas con furia a ambos costados. No puedo evitar observarla. La imagen de Constans así… aún logra afectarme en formas que ni yo mismo logro comprender. Es impactante. Parece un sueño… uno aterrador. Un reflejo exacto de las figuras que me han perseguido en mis peores pesadillas.
—¡Aléjate ahora, Angelito! —grita de repente, sacándome del trance.
Veo cómo se eleva hasta el techo con una facilidad monstruosa. Luego extiende el brazo derecho hacia nosotros. En su palma, una llama roja comienza a nacer, crepitante, viva. Una alarma se activa en todo mi cuerpo.
—¡Vámonos, Chris! —Koran también lo nota. Su voz suena alarmada.
Me obligo a moverme, a correr lo más rápido que puedo con el joven rubio apoyado en mí. Intento no tropezar, pero los cuerpos en el suelo dificultan cada paso. Además, el pasillo está casi totalmente a oscuras. Por suerte, Koran parece no tener problema para guiarse y me dirige a ciegas con una seguridad que no logro comprender.
La salida, iluminada al fondo, parece cada vez más lejana. Como si el pasillo se estirara sin fin. Es como estar atrapado en una pesadilla. Todo en mí grita desesperación. El pánico crece, anida en mis huesos, me devora. Entonces, escucho un estruendo poderoso en lo profundo de la casa. Un sonido parecido al estallido de un rayo.
Editado: 31.05.2025