CHRISTOPHER.
Todo su cuerpo tiembla. Aún no deja de sollozar sobre mi hombro.
Mis brazos la envuelven en un abrazo firme. Trato de corresponder a su gesto lo mejor que puedo, aunque sigo confundido por su visita.
Ahora luce devastada, dolida… como aquella vez, cuando la ví en un cuarto de hospital, después de haber intentado suicidarse...
Aún recuerdo cómo se veían sus ojos: llenos de angustia, de desesperación, por la desaparición de su padre… del que, por cierto, nunca volvimos a saber nada.
Seguimos abrazados junto a la entrada de mi casa. No digo nada. No sé qué decir. Me siento inútil, torpe, pero sé que no es momento de hablar. Solo la dejo desahogarse. Solo le permito llorar. No deja de aferrarse a mí con fuerza, como si su vida dependiera de mi abrazo.
Me atrevo a acariciar su cabello castaño claro, tan liso. Trato de consolarla de la mejor manera posible, aunque sigo sin entender qué está pasando. Espero que no haya ocurrido nada grave. Me muerdo las preguntas, las reprimo, porque no quiero parecer imprudente.
Intento no entrar en pánico, pero su estado me preocupa demasiado. Las ideas fatídicas me acorralan, me siento impotente. Aun así, las empujo hasta el rincón más oscuro de mi mente, para no derrumbarme.
¿Habrá recaído?
¿Le pasó algo a alguien más?
¿Los chicos…?
Maldita sea.
Marcus.
El nombre me golpea como un rayo. Dios… espero que no sea lo que estoy pensando.
—Entra, Beca. Está helando —susurro, apoyando mi rostro contra su cabello, que me hace cosquillas en la mejilla.
Froto con suavidad sus brazos para darle algo de calor, y luego me separo lo justo para buscar su mirada. Sigo sosteniéndola por los brazos. Parece que se ha calmado un poco, aunque aún suelta algunos sollozos.
—Vamos… tranquila.
Le abro paso. Ella camina, limpiándose las lágrimas con las mangas de su suéter holgado. Cierro la puerta tras nosotros y la sigo con la mirada. Se abraza a sí misma por encima del tejido blanco, mientras da pasos inseguros hasta la estancia.
Le ofrezco algo de tomar, pero ella niega con la cabeza y se deja caer en el sofá. Baja la mirada y empieza a juguetear con el borde de su suéter, como si necesitara mantener las manos ocupadas para no derrumbarse de nuevo.
Rodeo la mesa del centro y me siento a su lado. Me lanza una breve mirada cuando lo hago.
—Perdón por llegar así, Chris. Qué pena, yo…—
—No digas eso. Sabes que siempre serás bienvenida —niego con la cabeza, intentando esbozar una sonrisa—. Estaré cuando me necesites. Nunca lo olvides.
Me regala una sonrisa débil, de esas que no llegan a los ojos. Pero hay algo en su mirada… un brillo cálido, distinto.
Entonces toma mi mano.
Un escalofrío me recorre cuando lo hace. Su gesto me toma por sorpresa, y me pone nervioso. Miro nuestras manos unidas durante un instante, y luego levanto la vista hacia ella.
Trago saliva.
—Gracias, Christopher. Yo lo sé. Siempre has sido un ángel con todo el mundo.
Esa palabra… ángel.
Solo escucharla hace que todo dentro de mí se desmorone.
Mi sonrisa se borra al instante. El recuerdo de ella vuelve como una cuchilla, y la sensación de pérdida me abruma otra vez.
—No quería molestarte en tu casa, pero estaba preocupada.
—No, claro que no es una molestia. Es solo que… las cosas han estado difíciles últimamente. Josh y yo fuimos a Manhattan por unos asuntos familiares, pero nada grave.
Asiente, parece convencida. Me muerdo el labio inferior, dudando si preguntarle o no qué ha pasado.
—Aquí también se han complicado las cosas de manera extraña, Chris. ¿Ya te enteraste de lo que ocurrió en casa de la abuela de Marcus? Fue muy extraño…
Esa frase me arranca de golpe de mis pensamientos. Mi corazón comienza a latir más rápido, con fuerza desmedida.
—Hubo un incendio horrible. La casa se consumió por completo. Lo pasaron en las noticias ayer. Aún desconocen la causa, pero fue un caos. Se perdió todo. Por suerte, no había nadie dentro en ese momento.
Siento que algo se afloja dentro de mí. Mis nervios ceden, y una oleada de alivio me llena el pecho. Al menos las autoridades no saben que estuvimos allí. No necesitamos ese tipo de problemas ahora.
Suelto un suspiro y desvío la mirada.
—Supongo que ya sabes que Marcus lleva días desaparecido… ¿no?
Mi alivio se esfuma de inmediato. La confusión y la angustia regresan. La miro, frunciendo el ceño. Ella parece sorprendida por mi reacción.
—¿Días? ¿Estás segura?
—Desde el fin de semana. Pensé que ya lo sabías —se encoge de hombros—. Edward dijo que lo llamaste hoy, preguntando por él.
—Oh… sí, pero yo me enteré apenas ayer de que estaba desaparecido. No imaginé que ya llevaba tanto tiempo…
Trato de ordenar mis pensamientos, pero me cuesta. Hace cuatro días llegó Koran. Hace cuatro días empezaron los asesinatos en varias ciudades de Nueva York. Pero Marcus… ya estaba desaparecido antes de que todo comenzara.
Eso solo puede significar una cosa: la élite no lo tiene a él ni a su familia. Porque ya no estaban cuando el caos comenzó.
Es una posibilidad.
Quizá está bien.
Quizá solo se fueron por otros asuntos.
Me siento un poco aliviado, pero aún no comprendo por qué sigue sin aparecer. ¿Salieron de viaje? ¿Pero por qué no avisaron a nadie? ¿Por qué tanto secretismo?
No tiene sentido… pero prefiero pensar eso, antes que en algo peor.
Solo espero que esté bien, donde sea que esté.
—Esto está muy mal… —dice ella en voz baja, con desánimo—. Parece que el mundo se ha descontrolado por completo.
— Así ha estado siempre —esbozo una sonrisa débil mientras aprieto más el agarre de nuestras manos. ¿Por qué lo estoy haciendo? Apenas me doy cuenta de que la estoy sosteniendo.
Ella observa por un momento mi gesto y luego baja la mirada. Se ha ruborizado por completo. De pronto me siento un poco incómodo; tal vez sueno ridículo, pero no puedo evitarlo. Como buen cobarde, me separo de su agarre lo más sutil y delicado que puedo, y me pongo de pie, sin saber bien qué hacer. Así que sólo camino hacia la chimenea.
Editado: 31.05.2025