La pelea entre Dykant s y Anónimos seguía en el bosque. La batalla se volvía cada vez más sangrienta y caótica. Ya se habían perdido muchas vidas por parte de ambos bandos, pero ninguno se rendía y continúaban su lucha cómo los guerreros implacables que eran. Las bestias de los Dykant eran los que tenían una gran ventaja, se temía admitir, pero los Anónimos también estaban dando una gran batalla.
Determinados, implacables, feroces, era lo que los definía y lo único que les bastaba para continuar hasta el final. Sus cuerpos eran lo suficientemente resistentes para soportar una batalla tan intensa y descontrolada, cómo la que estaban teniendo en ese momento. La gozaban, les parecía liberadora, igual que impresionante. Estuvieron esperando tanto tiempo para esto, estuvieron esperando por tanto tiempo para poder hacer justicia por su propia mano.
Todos ellos ya estaban hartos de toda esa oscuridad que el clan Dykant había provocado en el mundo. Esta vez se lo cobrarían caro. Ya no había reglamento que los reprimiera. Porque, de todos modos, el tratado que habían hecho con ellos para mantener la paz... ya se había roto al involucrar a un inocente.
Christopher.
Rompieron las reglas en el momento en el que ellos decidieron mostrarse cómo lo que realmente son, frente a él. Desde el momento en el que mostraron su verdad.
Las horribles apariencias de los Dykants no los intimidaba ni un poco. Sus ágiles ataques tampoco, pues ellos ya estaban muy bien entrenados para esta clase de situaciones. Era lo que Koran les había enseñado.
Milton se encontraba masacrando con una especie de espada a una de esas grandes bestias. Sus movimientos eran ágiles y rápidos. Aquel monstruo estaba perdiendo, tenía a uno de los mejores contrincantes del clan de Koran para su mala suerte. De pronto el chico trata de accionar antes de que este se le deje ir encima y después, de una tajada, logra arrancar su grande cabeza con un rápido y calculado movimiento de su espada. Chorros de sangre espesa y oscura empiezan a salir disparada del cuerpo mutilado de aquel Dykant con el que estaba peleando. Se aleja de él y después se limpia la sangre que saltó en su cara con su mano.
Su respiración sonaba agitada, su sonrisa de victoria formaron sus labios al mirar al cuerpo que yacía tendido frente a él, pero el entusiasmo no duró mucho tiempo dentro de él y su sonrisa comenzó a desvanecerse de su rostro, cuando una angustia temprana le avisó que algo anda mal en ese momento.
<<¿Pero qué demonios...? >>
De pronto... todos sus sentidos se activaron y un miedo irracional lo atacó, incitandolo a mirar hacia todos lados.
<<¿Koran?>>
No sentía su energía por ningún lado, lo cual lo alarmó más. Siguió buscando desesperadamente con la mirada en todos lados, pero sus nervios crecieron cuando se dio cuenta de que tampoco se encontraba Christopher, Constans y mucho menos Amon.
¡Demonios!
— ¡QUEEN! — la llamó, ya siendo preso del temor que se arraigaba cada vez más a él.
Era extraño que la energía de su sargento haya desaparecido así cómo así. También era imposible que haya desaparecido la energía de Lamia y de Chris. Eran demasiado potentes para que no los pudiera percibir, parecía cómo si hubieran desaparecido completamente de la tierra. Esa conclusión sólo lo llenó de más angustia.
<<¿Se fueron?, ¡¿pero a dónde?!>>
Algo estaba mal definitivamente.
El chico volvió a llamar a su compañera, pero ella, presa de la adrenalina y euforia que sentía por estar luchando contra otro demonio en ese momento, lo ignoraba para seguir con la tarea de exterminar a ese Dykant. Parecía que ella tenía todo bajo control, pero Milton no podía esperar a que terminara. Además Queen sólo estaba perdiendo el tiempo torturando a aquel monstruo de alas grises, con un extraño hechizo que lo calcinaba por dentro. Estaba muriendo lentamente y ella lo disfrutaba tanto. Jamás se había sentido tan bien, tan liberada. Necesitaba más. Aún no se sentía satisfecha.
Eso era el lado tétrico y oscuro de los anónimos. Cuando se trataba de pelear... ellos lo hacían enserio. Nunca se detenían. Ellos no tienen piedad de los injustos...
Milton suspiró, frustrado, y después se encaminó hacia donde ella se encontraba. Sin pensarlo dos veces... intervino en la pelea y clavó una daga como golpe final en el pecho del Dykant.
— ¡Oye!, ¡era mío!— reclamó ella, extendiendo los brazos a los costados en gesto frustrado.
El cuerpo de ese ser empezó a calcinarse rápidamente sobre el suelo. El olor insoportable les provocó náuseas a ambos.
— Con estas basuras debe ser rápido, Queen. ¿A qué estabas jugando? — La chica sólo se encogió de hombros y torció su boca en una mueca de disgusto —. No tenemos tiempo para ésto.
—No está mal darme gusto por una vez. Además... sabes que estos se lo merecen.— se defendió ella, cruzándose de brazos.
—Ahora hay cosas más importantes que eso. — Milton aclaró, mientras guardaba la daga que utilizó antes con el Dykant, en su cinturón de cuero.
Un bufido de Queen lo hizo levantar la mirada de nuevo.
— ¡Estamos acabando con ellos!¡Sólo déjame seguir dándoles su mere...!—
— ¡HE DICHO QUE BASTA, AHORA PON ATENCIÓN! ¡¿QUÉ NO LO SIENTES?! — la interrumpió con tono desesperado, y ella lo miró confusa por unos segundos, pero después se percató de que algo estaba fuera de lugar.
Algo había cambiado o se había ido. No estaba segura, pero comenzó a sentirse angustiada, temerosa y con una repentina ansiedad que empezó a arraigarse a cada rincón de su ser.
De pronto... empezó a buscar desesperadamente con la mirada en todos lados.
— ¡¿A dónde se fue?!
Editado: 15.03.2023