La Luz Del Seraphiel

El Sueño Revelador

Daniel se encontraba en un lugar extraño, una vastedad oscura y desolada que no se parecía en nada a su mundo. Sentía una opresión en el aire, como si el mismo espacio estuviera cargado de maldad. Sus pasos resonaban en el vacío mientras avanzaba, guiado por una sensación de urgencia que no podía ignorar.

- ¿Dónde estoy? - murmuró, su voz resonando en el silencio.

De repente, un grito desgarrador rompió la quietud, un sonido que llenó a Daniel de una mezcla de horror y compasión. Corrió hacia la fuente del sonido, sus pasos acelerándose con cada eco de dolor que llegaba a sus oídos.

Al llegar, se encontró en una especie de cámara oscura, donde la luz era tenue y las sombras parecían tener vida propia. En el centro de la habitación, vio a Azrael, encadenado y retorciéndose en agonía. Asmodeo estaba allí, de pie, observando con una sonrisa de satisfacción, disfrutando del sufrimiento del ángel.

- ¡Azrael! - gritó Daniel, intentando correr hacia él. Pero sus pies no se movían, como si una fuerza invisible lo mantuvieran en su lugar.

Azrael levantó la mirada y sus ojos encontraron los de Daniel. En esos ojos, Daniel vio una mezcla de dolor profundo y una chispa de esperanza desesperada.

- Daniel...- susurró Azrael, su voz apenas un suspiro - No puedo... aguantar mucho más...

- Déjalo en paz, Asmodeo - exigió Daniel, su voz llena de furia e impotencia - ¡Déjalo!

Asmodeo se giró lentamente hacia Daniel, su sonrisa cruel ensanchándose.

- Mira quién ha venido a unirse a la fiesta - dijo, su voz resonando con un placer malévolo - ¿Disfrutando del espectáculo, pequeño humano?

Daniel intentó avanzar, pero era como si sus pies estuvieran pegados al suelo. La desesperación lo inundó. Ver a Azrael sufrir de esa manera era más de lo que podía soportar, y se sintió impotente, incapaz de hacer nada para ayudar.

- ¡No puedes seguir haciendole esto! - gritó Daniel, su voz quebrándose - ¡Azrael no merece este tormento!

Asmodeo rió, un sonido que parecía hacer eco en toda la cámara.

-Azrael es mío, humano. Su sufrimiento me alimenta, me fortalece. Y no hay nada que tú puedas hacer para cambiar eso.

Azrael gimió, su cuerpo estremeciéndose mientras las cadenas se apretaban más. Cada movimiento era una lucha, cada respiración un esfuerzo titánico. Sentía el dolor como cuchillas de fuego atravesando su ser, y la tortura constante estaba erosionando su voluntad.

- Daniel...- susurró Azrael nuevamente, su voz quebrada por el dolor - No... te rindas...

Daniel sentía las lágrimas correr por su rostro, una mezcla de rabia e impotencia inundándolo por dentro.
- ¡Azrael! ¡Debo ayudarte!

Asmodeo observaba con deleite, disfrutando del sufrimiento de ambos. 
- Mira lo patético que eres, Azrael - dijo con desdén - Incluso tu querido humano no puede salvarte.

Daniel, luchando contra la parálisis que lo mantenía en su lugar, gritó con todas sus fuerzas.

- ¡Voy a encontrarte, Azrael! ¡Te lo prometo! ¡Voy a liberarte de este infierno!

En ese momento, algo dentro de Daniel cambió. La desesperación se transformó en determinación, y sintió un poder creciente dentro de él, una conexión con la luz que había visto antes. Aunque sabía que esto era un sueño, entendía que debía aferrarse a esa determinación, a esa fuerza interior.

- ¡No voy a dejar que ganes, Asmodeo! - gritó, y de repente, una luz brillante emanó de su ser, envolviéndolo en un resplandor que parecía desafiar la oscuridad de la cámara.

Asmodeo retrocedió, sus ojos llenos de furia y sorpresa.

- ¿Qué... qué estás haciendo maldito humano? - rugió, intentando resistir la luz.

Daniel sintió la conexión con Azrael fortalecerse, la luz envolviendo al ángel y debilitando las cadenas que lo mantenían prisionero. Pero justo cuando sintió que estaba logrando algo, el sueño comenzó a desvanecerse, la oscuridad recuperando su control.

- ¡Azrael! - gritó Daniel una última vez antes de ser arrojado de vuelta a la realidad.

Daniel se despertó de golpe, su cuerpo cubierto de sudor frío, su respiración agitada. Se sentó en su cama, las lágrimas todavía corriendo por su rostro. La sensación de impotencia lo envolvía, pero también había algo más: una determinación renovada.

Sabía que la lucha no sería fácil, pero no estaba dispuesto a rendirse.

- Voy a encontrarte, Azrael - susurró al vacío - Te prometo que te liberaré de Asmodeo.

Con esa promesa en su corazón, Daniel se levantó de la cama. La misión era clara y, aunque la desesperación aún lo acechaba, estaba decidido a enfrentarla.

Sabía que el camino por delante sería oscuro y peligroso, pero la luz de Seraphiel brillaba dentro de él, guiándolo en su lucha contra la oscuridad.
 




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