La Luz Del Seraphiel

Ecos De Un Amor Caído

La ciudad dormía bajo un manto de oscuridad, interrumpido solo por los destellos esporádicos de luz celestial que marcaban la lucha continua entre el bien y el mal.

Daniel y Ana habían encontrado refugio temporal en una iglesia abandonada, sus cuerpos exhaustos recostados sobre los bancos polvorientos. Mientras Daniel recuperaba fuerzas, Ana permanecía en vela, sus ojos centelleantes fijos en el cielo nocturno.

La luz de la luna se filtraba por los vitrales rotos, creando patrones de colores que bailaban en las paredes, como si la iglesia misma celebrara la unión de dos guerreros de la luz. Ana sentía la presencia de su ángel interior, su guía y protectora, siempre vigilante.

Cerró los ojos y permitió que la conexión con su ángel se profundizara, dejando que su ser se inundara con la energía divina. En un rincón de su mente, una voz suave y familiar se manifestó.

— Soy Camael, el ángel de la fuerza y la valentía. Juntos, enfrentaremos lo que venga.

Ana asintió, sus labios formando un susurro silencioso de agradecimiento. Sabía que, con Camael a su lado, podían superar cualquier obstáculo. La luz de Camael se unió a la de Seraphiel, creando un lazo invisible de poder y esperanza que se extendía más allá del espacio y el tiempo.

Mientras tanto, en el rincón más oscuro de la ciudad, Seraphiel emprendía una misión aún más peligrosa. Daniel, sumido en un sueño profundo, no era consciente de la lucha interna de su ángel guardián. 

Seraphiel había sentido un tirón en su ser, un llamado que no podía ignorar. Azrael, el ángel caído, estaba atrapado en una prisión de oscuridad demoniaca, y Seraphiel no podía abandonarlo.

Azrael había sido una vez un amigo cercano, su compañero en la luz, pero las fuerzas del mal lo habían corrompido, arrastrándolo a un abismo de sombras. 

Seraphiel recordaba los tiempos en que Azrael era un símbolo de esperanza, un faro de justicia. Las risas compartidas, las batallas libradas codo a codo. Recordaba, también, cómo su amistad había evolucionado, transformándose en algo más profundo, más complejo. Ambos eran compañeros del arcángel Gabriel, quien sin opciones castigó a Azrael de la forma más cruel encerrandolo en esa prisión de oscuridad.

Seraphiel sentía una mezcla de emociones: el dolor de la traición, la esperanza de redención, y un amor que había florecido a pesar de la oscuridad que los rodeaba. Este amor, oculto durante tanto tiempo, ahora ardía con fuerza, impulsando a Seraphiel a arriesgarlo todo por Azrael.

Viajando a través de los reinos de sombras, Seraphiel se enfrentaba a demonios y horrores indescriptibles, su luz parpadeando pero nunca extinguiéndose. Cada paso era una lucha, cada momento una prueba de su determinación.

Finalmente, llegó al corazón de la oscuridad, una caverna abismal donde Azrael estaba encadenado, su forma rodeada de sombras pulsantes y malevolentes.

Seraphiel avanzó, su luz dorada cortando la negrura como un cuchillo. Azrael, sus ojos llenos de desesperación, alzó la mirada al sentir la presencia de Seraphiel. Un destello de reconocimiento y esperanza brilló fugazmente en sus ojos oscuros.

— Seraphiel —  murmuró Azrael, su voz quebrada — ¿Por qué has venido?

— He venido por ti, Azrael. No puedo dejarte en esta oscuridad — respondió Seraphiel, su voz firme pero cargada de emoción.

Las sombras se agitaron, intentando mantener su presa, pero la luz de Seraphiel era imparable. Con un movimiento decidido, Seraphiel extendió su mano, tocando las cadenas que retenían a Azrael. La luz se filtró por el metal, desintegrando las ataduras una a una.

Azrael cayó de rodillas, sus fuerzas agotadas. Seraphiel lo sostuvo, sus manos temblorosas pero firmes. Un torrente de emociones los envolvió: recuerdos de tiempos felices, la amarga realidad de su separación, y la tenue esperanza de un futuro juntos.

— Azrael, necesito que luches conmigo. No estás solo en esto — susurró Seraphiel, sus ojos brillando con determinación.

Azrael asintió, sintiendo cómo la luz de Seraphiel comenzaba a sanar sus heridas. Lentamente, las sombras que lo rodeaban retrocedieron, incapaces de resistir el poder de la luz y el amor que emanaba de Seraphiel. La caverna oscura empezó a desvanecerse, reemplazada por una claridad que anunciaba un nuevo comienzo.

De vuelta en la iglesia, Daniel despertó, su cuerpo renovado. Encontró a Ana vigilando, su expresión seria pero llena de esperanza. Sentía que algo había cambiado, una nueva fuerza se había unido a ellos.

— Tenemos que seguir adelante — dijo Ana, tomando la mano de Daniel — No estamos solos en esta lucha.

Juntos, salieron al amanecer, listos para enfrentar los desafíos que les aguardaban. Seraphiel, con Azrael a su lado, sintió que la batalla final estaba cerca, pero con la luz del amor y la amistad, sabían que podían superar cualquier oscuridad.

Azrael aún sigues atrapado, pero la redención es posible. Gabriel te perdonará.

Azrael abría sus dorados ojos sintiéndose diferente, la luz de Seraphiel le devolvió sus recuerdos perdidos al ayudarlo a destruir esas cadenas oscuras que Gabriel le colocó tras el castigo que le impuso.

Poco a poco sus recuerdos regresaban mostrándole su vida en el cielo, junto a sus hermanos ángeles y en especial junto a su compañero Gabriel. Recordó las diferentes misiones compartidas con ese arcángel tan carismático como noble.

Recordó la caída de Gabriel y su posterior redención. En verdad le resultó difícil eliminar el intenso dolor que su alma sentía. Recordó como él, Azrael, lo ayudó junto a Luzbel. Gabriel era su hermano mayor más querido. Azrael se había trasladado al reino que Gabriel y Luzbel construyeron para las parejas de ángeles y demonios.

No por tener un demonio de pareja sino por tratarse del lugar donde su querido hermano mayor pasaba la mayor parte del tiempo divino.

Azrael lo recordó todo, incluso su castigo y el motivo real de semejante crueldad que emanó del interior de Gabriel. En verdad Azrael jamás imaginó que su error fuese considerado como algo en verdad imperdonable.




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