La Luz Del Seraphiel

La Redención De Las Alas

La noche era profunda y silenciosa en la pequeña casa donde Daniel, Seraphiel y Azrael descansaban, unidos en un abrazo de amor y recuperación. La luz suave de la luna se filtraba por las cortinas, bañando la habitación en un resplandor etéreo.

En ese momento de quietud, una presencia celestial descendió sobre ellos. Gabriel, el arcángel de la sanación, se materializó en la habitación, su luz irradiando una pureza y fuerza inigualables.

Gabriel observó a los tres seres dormidos, sus corazones aún palpitando con el eco de la batalla y el dolor. Con un suspiro de compasión y determinación, extendió sus manos sobre ellos, dejando que su poder celestial fluyera como una corriente dorada.

El resplandor envolvió a Daniel, Seraphiel y Azrael, penetrando sus heridas y sanando sus cuerpos y almas.

La luz de Gabriel era cálida y suave, como un abrazo de pura esperanza. Sentía en su ser la carga de los siglos, la responsabilidad de su posición, y la profunda tristeza por los eventos que los habían llevado a este momento. Mientras sus poderes curativos trabajaban, sus ojos se posaron en Azrael.

Azrael, aún aferrado a Seraphiel, comenzó a mostrar signos de transformación. Sus alas, que una vez habían sido negras como la noche, comenzaron a iluminarse, adquiriendo un brillante color blanco. Era como si cada fibra de oscuridad se desvaneciera, dejando paso a la pureza original de su ser. Gabriel observó este cambio con una mezcla de esperanza y nostalgia.

-Azrael, -murmuró Gabriel, sus ojos llenos de lágrimas-. Mi querido hermano menor.

Ver a Azrael redimirse, sus alas recuperando la blancura que había perdido, despertaba en Gabriel recuerdos de tiempos más simples, cuando ambos eran inseparables en el cielo. La alegría de aquellos días, la pureza de su amistad, ahora se mezclaban con la tristeza de las decisiones que había tenido que tomar.

Gabriel extendió una mano temblorosa hacia Azrael, sin tocarlo, como si el mero contacto pudiera romper el hechizo de redención.

-Has recorrido un largo camino, hermano, -susurró-. Estoy tan orgulloso de ti.

Pero la alegría de ver a Azrael transformarse era agridulce. Gabriel sabía que su propio corazón estaba cargado con el peso de su culpa y responsabilidad. Recordaba con dolor el día en que, como castigo por sus acciones, había transformado a Azrael en el demonio Asmodeo. Era una medida necesaria, una decisión que no había tomado a la ligera, pero que aún así lo llenaba de tristeza.

-No tuve otra opción, -se dijo a sí mismo, tratando de encontrar consuelo en sus propias palabras- Era mi deber.

El rostro de Gabriel se ensombreció con la melancolía. El anhelo de recuperar la amistad que había compartido con Azrael era profundo, pero sabía que el castigo que él mismo le había impuesto seguía siendo una barrera entre ellos.

Asmodeo, la sombra de ese castigo, aún existía y recordaba constantemente la distancia que los separaba.

-Lo siento tanto, Azrael, -dijo Gabriel, su voz quebrándose-. Nunca quise que las cosas fueran así.

A medida que el resplandor de la sanación se desvanecía, Daniel, Seraphiel y Azrael comenzaron a despertar, sus cuerpos y almas revitalizados por la intervención divina. Azrael se movió primero, sintiendo el cambio en sus alas, y miró a Gabriel con sorpresa y una mezcla de emociones complejas.

-Gabriel... -susurró Azrael, tocando sus alas con asombro- ¿Eres tú?

Gabriel asintió, sus ojos aún llenos de lágrimas.

-Sí, hermano. Estoy aquí para ayudarte. Para ayudarlos a todos.

Seraphiel, ahora más fuerte, se levantó lentamente, apoyándose en Azrael. Daniel, aunque aún débil, abrió los ojos y miró a Gabriel con gratitud y asombro.

-Gracias, Gabriel, -dijo Seraphiel, su voz llena de reverencia-. Nos has salvado.

Gabriel sonrió, aunque la tristeza aún era evidente en sus ojos.
-Es mi deber, y mi deseo. Todos ustedes son importantes para mí.

Azrael, con una nueva determinación, se acercó a Gabriel y lo abrazó con fuerza. -Gracias, hermano. Sé que tu camino no ha sido fácil. Pero juntos, podemos superar esto.

Gabriel devolvió el abrazo, su corazón lleno de esperanza y tristeza entrelazadas. 
-Sí, juntos. Debemos ser fuertes. La luz siempre prevalece.

Mientras los tres se abrazaban, la luz del amanecer comenzaba a llenar la habitación, señalando un nuevo comienzo.

La redención y la esperanza brillaban en sus corazones, mientras se preparaban para enfrentar lo que el futuro les deparara.

Unidos por el amor, la amistad y la determinación, sabían que podían superar cualquier oscuridad que intentara separarlos.
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.