La Luz Del Seraphiel

La Libertad Condicionada

La ciudad comenzaba a despertar bajo la luz del amanecer, pero en las profundidades de la oscuridad, Asmodeo luchaba contra las cadenas de sombras que lo aprisionaban. Azazel, con una satisfacción maliciosa, había dejado a Asmodeo enredado en sus oscuros lazos, disfrutando de la sensación de dominio absoluto.

Asmodeo, con su belleza macabra y etérea, se encontraba en una posición que jamás hubiera imaginado. Las cadenas eran frías y pesadas, cada eslabón una manifestación tangible del poder de Azazel. Su mente, antes llena de pensamientos de venganza y odio, ahora estaba ocupada por la desesperación y la impotencia.

Con cada intento de liberarse, sentía el conjuro que Azazel había puesto en él apretar más fuerte. Las sombras eran como serpientes vivas, enroscándose alrededor de su cuerpo y su alma, impidiéndole cualquier movimiento significativo. Su repulsión hacia Azazel se convertía en un odio ardiente, pero sabía que necesitaría más que fuerza bruta para liberarse.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Asmodeo logró concentrar toda su energía en un último intento desesperado. Con un grito que resonó en las profundidades del abismo, las cadenas comenzaron a aflojarse. La sombra que lo rodeaba pareció titubear, y con un esfuerzo final, Asmodeo rompió las cadenas que lo retenían.

Jadeante, se puso de pie, sus ojos ardiendo con una mezcla de furia y humillación. Sin embargo, al intentar dirigir su ira hacia Azazel, descubrió con horror que no podía hacerle ningún daño. Sus poderes, tan vastos y destructivos, parecían ineficaces contra el demonio que lo había aprisionado.

—¿Qué es esto? —exclamó Asmodeo, su voz llena de incredulidad y rabia — ¿Qué me has hecho, Azazel?

Azazel, con una sonrisa que era una mezcla de satisfacción y desafío, se acercó lentamente.

—Te lo dije, Asmodeo. Estás bajo mi control. No puedes tocarme. El conjuro que te envuelve te impide cualquier acto de agresión contra mí.

La belleza de Asmodeo, con su piel blanca como la luna y su cabello negro como la noche, contrastaba brutalmente con la fealdad salvaje de Azazel. La perfección y delicadeza de Asmodeo se veían ahora doblegadas por la rudeza y el poder de Azazel. Cada intento de ataque de Asmodeo se disipaba en el aire, como si una barrera invisible lo detuviera.

—Esto no puede estar pasandome, —murmuró Asmodeo, su voz quebrada por la desesperación.

Azazel, disfrutando de su victoria, se inclinó hacia Asmodeo, sus ojos brillando con un deseo oscuro.

—Te dije que eres mío, Asmodeo. No hay escapatoria de mi control.

Asmodeo, sintiendo la repugnancia crecer dentro de él, se apartó, sabiendo que cualquier intento de resistencia sería inútil. Estaba atrapado en una prisión invisible, una jaula de sombras que lo mantenía bajo el yugo de Azazel. Su odio no podía manifestarse en violencia, y eso lo consumía aún más.

—Acepta tu lugar, —susurró Azazel, su voz un eco de poder y lujuria—. La oscuridad es nuestra, y yo soy su amo. Tu belleza es exclusivamente mía.

Asmodeo, con su orgullo destrozado y su poder neutralizado, se dio cuenta de que su única opción era esperar. Esperar y buscar una oportunidad, un punto débil en el conjuro que lo aprisionaba. Su espíritu, aunque herido, no estaba completamente quebrado. La venganza aún ardía en su interior, una llama que se negaba a extinguirse.

Desde las sombras, Luzbel continuaba observando. Su presencia, imperceptible para Azazel y Asmodeo, era una constante en el fondo de la oscuridad. Los ojos dorados de Luzbel seguían cada movimiento, cada palabra. Sabía que el equilibrio de poder en el inframundo estaba cambiando, y su momento de actuar se acercaba.

—Azazel, tu control es fuerte, —pensó Luzbel — Pero toda fuerza tiene una debilidad. Y cuando llegue el momento, yo seré quien decida el destino de estos peones. En especial de tí Asmodeo, príncipe segundo.

Con una sonrisa apenas perceptible, Luzbel se desvaneció nuevamente en las sombras, dejando a Azazel y Asmodeo en su lucha de poder.

La ciudad, ajena a estos eventos, continuaba su vida, atrapada entre la esperanza de la luz y la amenaza constante de la oscuridad.

El amanecer, aunque traía luz, no podía disipar completamente las sombras que se cernían sobre el corazón de la ciudad. Daniel, Ian, Seraphiel y Azrael sentían el peso de los nuevos desafíos que se avecinaban.

Unidos por el amor y la esperanza, sabían que su lucha era eterna, pero también sabían que mientras permanecieran juntos, la luz siempre encontraría una forma de brillar.

Así, en el constante equilibrio entre luz y sombra, la batalla por el alma de la ciudad continuaba, un recordatorio de que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una chispa de esperanza.
 




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