La Luz Del Seraphiel

La Luz Siempre Brilla

En el vasto firmamento, donde las estrellas brillan como joyas eternas, Asmodeo se elevó hacia la patria celestial. Su transformación completa, de un demonio de sombras a un ángel de luz pura, había llegado a su culminación. Sus alas blancas se desplegaron majestuosas, y su corazón, antes cargado de dolor y maldad, ahora rebosaba de paz y amor.

Al cruzar el umbral del cielo, Asmodeo fue recibido por el arcángel Gabriel. La sonrisa de Gabriel irradiaba una calidez y alegría que envolvieron a Asmodeo en un abrazo celestial.

—Bienvenido, Asmodeo, —dijo Gabriel, su voz resonando como una melodía divina — Tu redención es un testimonio del poder del amor y la esperanza. Nos enorgullece tenerte aquí.

Asmodeo, con lágrimas de gratitud en sus ojos dorados, sintió una oleada de emociones. La aceptación y el amor que lo rodeaban eran abrumadores. Se sintió querido por quien realmente era, libre de la esclavitud y la lujuria que lo habían atrapado durante tanto tiempo.

—Gracias, Gabriel, —murmuró Asmodeo, su voz quebrada por la emoción — Nunca imaginé que sentiría esta paz y este amor. Estoy verdaderamente libre y eso es nuevo para mí.

Los demás arcángeles y ángeles se acercaron, sus rostros llenos de sonrisas y miradas de bienvenida. Cada uno de ellos ofreció palabras de aliento y amor, asegurándole a Asmodeo que era una parte valiosa de la patria celestial.

La luz que irradiaban creaba un coro de esperanza, una sinfonía de redención que resonaba en el corazón de Asmodeo.

Mientras Asmodeo se unía a sus nuevos hermanos y hermanas, en la tierra, Daniel e Ian volvían lentamente a su vida normal. La memoria de los habitantes de la ciudad había sido cuidadosamente borrada de los eventos terribles que habían ocurrido, y cualquier rastro en las redes sociales y dispositivos había sido eliminado por protección de los respectivos recipientes de Seraphiel y Azrael.

Daniel e Ian, conscientes del sacrificio y la lucha que habían vivido, caminaron juntos hacia el colegio público, sintiendo una paz renovada en sus corazones. Seraphiel y Azrael, ahora descansando en su interior, se recuperaban, sus luces brillando suavemente en el alma de los dos amigos.

—Volvemos a la normalidad, —dijo Ian, su voz llena de una tranquilidad nueva — Pero sabemos lo que hemos logrado, y eso nunca cambiará.

Daniel sonrió, asintiendo. 
—Hemos pasado por mucho, pero juntos somos más fuertes. Seremos siempre los guardianes de la luz, incluso en nuestra vida cotidiana. Los protectores de la humanidad.

Al entrar al colegio, los dos amigos se miraron con complicidad y entendimiento profundo. Sabían que, aunque la batalla había terminado, siempre estarían listos para enfrentar cualquier oscuridad que pudiera surgir. Y con Seraphiel y Azrael a su lado, la esperanza y la luz nunca los abandonarían.

En el cielo, Asmodeo observaba con una sonrisa mientras se unía al coro celestial, sintiendo una felicidad y paz que nunca había conocido. La luz que irradiaba era un faro de redención, un testamento eterno de que incluso en la más profunda oscuridad, siempre hay una posibilidad de encontrar la luz.

La esfera dorada había Sido entregada al arcángel Gabriel quien la guardó en la sala donde ocultaban los objetos más peligrosos tanto para la humanidad como para los ángeles. Gabriel respiró profundo y aliviado. Aquel peligro objeto al fin había Sido guardado en el único lugar donde jamás volvería a caer en las manos equivocadas.

Luego regresó al reino del cielo que él y Luzbel crearon hace enones ya, donde las parejas de ángeles y demonios podían vivir felices y sin tener que ocultarse.

Allí era donde su amado Luzbel lo aguardaba con ansias. Gabriel llegó, y sin decir palabra alguna, se perdió en los brazos de su amado Luzbel, sintiendo sus cálidas alas rojas envolverlo con amor. Cerró sus ojos sintiéndose al fin en casa. Estaba orgulloso tanto de Azrael como de Asmodeo. Ambos demostraron ser muy poderosos. Y todo gracias a la cálida y valiente luz de Seraphiel.

— Lo lograron Gabriel, ellos demostraron ser muy poderosos. Ya no tienes que lamentarlo más mi amor.
— Si, lo sé. Y precisamente por eso puedo tomarme unas merecidas vacaciones hablando como los humanos.

Ambos se envolvían con sus respectivas alas magestuosas, sintiendo la paz y la armonía con intenso amor. 
 

Así, en el constante equilibrio entre luz y sombra, la batalla por el alma de la humanidad continuaba, pero con la certeza de que la esperanza y el amor siempre prevalecerían. Y en el corazón de cada ser, la chispa de la redención seguía brillando, recordando a todos que, incluso en los momentos más oscuros, la luz siempre encuentra su camino.

En el amanecer de la esperanza, la luz siempre brilla, recordándonos que, en la eterna danza entre la sombra y el resplandor, la redención es el mayor triunfo del corazón humano.

--- FIN---
 




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