Un espacio iluminado, completamente pintado de blanco, simboliza la paz. La habitación parece extenderse infinitamente, sin revelar dónde termina. En el suelo, una fina capa de agua, cristalina y casi potable, refleja la luz, acentuando la pureza del lugar.
Un hombre despierta. Es alto, de cabello corto y rizado, algo desordenado; su complexión es delgada y su piel clara. A sus 19 años, observa lo que debería ser el techo, completamente blanco. Se incorpora lentamente y mira a su alrededor, buscando algún signo de vida, pero no parece haber nada. Al bajar la mirada, nota que está descalzo. Finalmente, se pone de pie.
Comienza a caminar por el lugar, sintiendo el agua fría bajo sus pies. Recorre el espacio durante minutos, tal vez horas, pero no encuentra a nadie; no hay rastro de vida, ni una sola alma en ninguna parte.
Finalmente, distingue a un niño pequeño, de unos cinco o seis años, quizá un poco más. El niño, de cabello corto y rizado, está sentado, mirando fijamente a la nada. El hombre se acerca y se inclina ligeramente hacia él.
"Hola, pequeño," saludó el hombre con una sonrisa.
"Hola, señor," respondió el niño, girando la cabeza para mirarlo.
"¿Dónde estamos?" preguntó el hombre con curiosidad mientras se sentaba a su lado.
"No lo sé," contestó el niño, algo desconcertado. "Estaba abrazando a mi abuelo, y de repente aparecí aquí." Luego, mirándolo fijamente, añadió: "¿Y usted, qué hace aquí?"
"No lo sé," respondió el hombre, tragando saliva. "Solo recuerdo que... me quedé dormido."
"A mí también me pasa a veces," mencionó el niño.
"Bueno, ya que parece que estaremos aquí un buen rato, ¿te gustaría platicar?" sugirió el hombre, haciendo una pausa mientras pensaba en un tema. "¿Cómo es tu abuelo?"
"Es muy bueno conmigo," contestó el niño con una sonrisa. "Me quiere mucho, me consiente; a veces, incluso, me lee cuentos antes de dormir."
"El mío era igual," comentó el hombre, dedicándole al niño una sonrisa nostálgica.
"¿Era?" preguntó el niño, algo confundido.
"Sí," respondió, bajando la mirada. "Creo que... ya no está."
"Oh... lo siento," dijo el niño con suavidad.
"No te preocupes," aseguró el hombre, sacudiendo la cabeza con una leve sonrisa.
"¿Recuerdas cómo era?" preguntó el niño, con curiosidad en los ojos.
"Él..." murmuró el hombre, haciendo una pausa mientras una sonrisa melancólica se dibujaba en su rostro. "Fue como un padre para mí," añadió con voz temblorosa, evocando sus recuerdos.
"Se parece mucho al mío," afirmó el niño.
"¿En serio?" preguntó el hombre, intentando contener la emoción en su voz.
"Sí. Solíamos ir al parque frente a casa. Intentó enseñarme a andar en bici, pero me caí. Después de eso, ya no lo intentamos de nuevo," recordó el niño, esbozando una sonrisa.
"¿Te puedo decir algo?" preguntó el hombre, inclinándose un poco hacia él.
El niño asintió, atento.
"Él siempre me cuidó," comenzó el hombre, con los ojos llenos de lágrimas. "Me crió como a un hijo, me amó... pero creo que al principio no lo valoré, al menos, no conscientemente." Su voz temblaba. "Un día, poco antes de que se enfermara, quiso hablar conmigo. Yo... no quería; sabía de qué quería hablar, y no estaba listo para escucharlo." Su voz se quebró, y sollozó ligeramente. "Lo evité, lo pospuse, hasta que no pude ignorarlo más. Finalmente, me senté frente a él, pero... apenas recuerdo lo que me dijo. Estaba tan cegado por mi egoísmo, por mi arrogancia, que hice todo lo posible para no prestarle atención." Sus hombros temblaron bajo el peso de la culpa.
"Él era nuestro abuelo, ¿verdad?" preguntó el niño suavemente.
"¿Qué?" El hombre lo miró, todavía sollozando, confundido.
"Nuestro abuelo," repitió el niño.
El hombre no respondió; simplemente giró la mirada, incapaz de contener la tristeza.
"¡Era él! ¡Tenía algo importante que decirnos y tú lo ignoraste! ¡No hiciste nada, absolutamente nada!" exclamó el niño, iracundo. "¡Era mi abuelo, nuestro abuelo, y ya no está! Eres un egoísta, un ingrato. No te merecías su amor... nunca lo hiciste," gritó con furia.
El niño comenzó a golpear al hombre, descargando su rabia. El hombre se encogió, cubriéndose mientras sollozaba en silencio. La habitación, antes inmaculadamente blanca, comenzó a oscurecerse cada vez más, reflejando el enojo del niño y el dolor del hombre, mientras los gritos y los reproches llenaban el espacio.
De pronto, una luz apareció, iluminando al hombre, que seguía llorando desconsoladamente. En el instante en que la luz llenó la habitación, el niño se desvaneció sin dejar rastro. Sin embargo, el hombre continuó sollozando, ajeno a su entorno, envuelto en su propio dolor.
Hola, pequeño," dijo una voz profunda, una que el hombre conocía bien. Al escucharla, sintió cómo el corazón se le encogía. Esa voz... solo una persona en su vida lo llamaba así. Con el pulso acelerado, levantó la mirada y allí estaba él, frente a él.
Frente a él estaba un hombre robusto, inconfundible en cualquier lugar. Llevaba el mismo bigote y el cabello, corto y negro, peinado de lado como siempre. Su cuerpo mostraba el peso de los años, cerca de los ochenta, y se apoyaba en un bastón negro. Al verlo, el hombre se transformó en aquel niño que habíamos visto antes y, sin dudarlo, corrió hacia sus brazos, como solía hacerlo cuando el anciano aún vivía. El hombre mayor lo recibió con calidez, dejando caer su bastón—el mismo que usaba para caminar en vida—y le dio un beso tierno en la mejilla, mirándolo con una sonrisa llena de amor.
"¿No vas a saludarme, pequeño?" preguntó el anciano con una dulce sonrisa.
"Tu bastón..." murmuró el chico, preocupado, mirando hacia el objeto en el suelo.
"No te preocupes, ya no lo necesito," respondió con calma. "Anda, no te quedes como el chinito, nomás mirando. Ven y salúdame."
El chico se acercó y le dio un beso en la mejilla, aquella que, cuando el anciano estaba vivo, era rasposa y a veces picaba. Aunque todavía sollozaba, algo de paz comenzaba a asomar en su rostro.