Soy Victoria, tengo 16 años, vivo en ciudad de México, en uno de los barrios más pobres, y por ende peligrosos, mi hermana Sara tiene 13 años, vamos a una escuela que una fundación creo para que los niños, niñas y adolescentes de los barrios más pobres de los alrededores tuvieran educación. Vivo con mi abuela, mi mamá y mi herma, mi madre es la única que trabaja ya que a mí abuela por problemas de salud no le dan trabajo en ningún lugar, mi madre es alcohólica, si se le puede llamar asi, pasa 15 días sobria y en cuanto le pagan se bebe medio bar, lo que sobra se lo entrega a mi abuela al día siguiente para que compre comida, en muchas ocasiones los últimos días de la quincena no hay que comer ya qie el dinero que sobra despues de que llega borracha no alcanza. En la casa hay dos cuartos, uno en el que se quedan mi abuela y mi mamá, y el otro de mi hermana y mío, mi madre es la única que tiene teléfono, uno de teclado, de esos que se ven muy poco ahora en día.
Hoy es un jueves normal, uno en el que los chicos me miran de más, en especial desde que el vestido que llevo me queda un poco más corto que antes, aunque antes también lo hacían, creo que no es fácil pasar desapercibida siendo una chica rubia, ojos azules, piel bronceada y 1’68 de estatura, cuando la clase termina ignoro todos los ojos que se fijan en mi al levantarme y salir, cuando me encuentro con Sara le doy un abrazo.
—¿Que tal tus clases? —le pregunto.
—No estuvieron mal. ¿Las tuyas?
—Tan bien como es posible.
Comenzamos a caminar rumbo a casa, hablamos de lo que le enseñaron hoy y de que en verdad odia a una de las maestras, no la culpo, yo también lo hacía.
En cuanto entro a la casa junto a Sara lo primero en lo que me fijo es en el desconocido que se ha quedado con la palabra en la boca en cuanto nos ha visto, un hombre de unos 40 años, alto, rubio, con un cuerpo trabajado, pero en lo que más me fijo es en su ropa, un hombre como él no puede ser de por aquí, de uno de los barrios más pobres de Ciudad de México, un hombre que lleva pantalones de vestir negros, camisa blanca, corbata negra y al parecer americana del mismo color que esta colgada en una de las sillas.
El hombre se acerca a y me tiende su mano.
—Soy Sebastián Rodríguez, tu padre.
Si, creo que había olvidado hablar de que no conocía mi padre, y por los ue ha dicho mi madre no sabe ni siquiera quién es.