Capítulo 3: La Aldea Marcada por la Luz
El amanecer llegó con olor a humo.
Caelum se alistaba en silencio, mientras los demás cruzados reían y contaban historias de matanzas pasadas como si fueran leyendas gloriosas. Erven, el escudero curioso, lo observaba con incomodidad.
—¿Has estado en una purga antes?
Caelum negó con la cabeza.
—Entonces escucha… —Erven bajó la voz—. Hoy no se trata de justicia. Esa aldea fue acusada de brujería solo porque se negaron a pagar diezmos. Hay niños ahí, familias enteras. Pero el Cardenal quiere dar un ejemplo.
Caelum lo miró, serio.
—¿Y tú vas a obedecer?
Erven tragó saliva, incómodo.
—Si no lo hago… me matarán.
Caelum guardó silencio. No por miedo, sino por rabia contenida.
El escuadrón marchó a la aldea de Liriath, un pequeño asentamiento entre bosques. Era un lugar pacífico, rodeado de flores silvestres y cantos de pájaros. Pero al llegar, los cruzados rodearon las casas como lobos hambrientos.
—¡En nombre del Santo Estandarte! —gritó el capitán Ardan—. ¡Salgan todos! ¡Por decreto del Alto Cardenal, esta aldea ha sido condenada!
Los aldeanos se arrodillaron, suplicando clemencia. Había niños abrazando a sus madres, ancianos con los ojos llenos de resignación. Nadie tenía armas. Nadie ofrecía resistencia.
Caelum dio un paso al frente.
—Capitán. No hay herejía aquí. No hay demonios. Solo personas inocentes.
Ardan lo miró con una sonrisa cruel.
—¿Y tú quién te crees? ¿Un juez? Eres solo un novato. Obedece… o muere.
Los soldados empezaron a prender fuego a las casas. Un bebé comenzó a llorar. Una mujer gritó. Un anciano cayó al suelo intentando apagar las llamas.
Y entonces…
—¡Deténganse! —La voz de Caelum tronó como un trueno.
Una explosión de luz blanca surgió de su cuerpo. Pura, incandescente. Los soldados cayeron de rodillas, cubriéndose los ojos. El fuego se extinguió por sí solo. Las llamas se doblaron, como obedeciendo a su luz.
—¡¿Qué es esto…?! —gimió Ardan, con la cara quemada por la purificación.
Caelum levantó su espada, pero no atacó.
—Esta espada… no fue hecha para matar inocentes.
Los aldeanos lo miraban, temblando… no de miedo, sino de esperanza.
—¡Hereje! —rugió Ardan, levantándose con furia—. ¡Traidor a la Iglesia! ¡A él!
Los cruzados dudaron. Algunos retrocedieron. Pero otros obedecieron.
Caelum esquivó los ataques, desarmó sin herir, bloqueó sin odio. Su cuerpo se movía con una gracia sagrada, guiado por algo más allá del entrenamiento.
Y entonces, desde el cielo… una voz resonó.
"Aquel que camina en la verdad, aún entre sombras, será mi espada. Mi escudo. Mi milagro."
Un emblema de luz apareció en su espalda: alas formadas de energía pura, como si un ángel lo abrazara.
Los soldados huyeron.
Erven, escondido entre los árboles, lo miró boquiabierto.
—…Caelum… ¿qué eres tú?
Pero Caelum solo cayó de rodillas, agotado.
—No soy nadie. Solo… alguien que no puede ignorar lo que está mal.
Los aldeanos se reunieron a su alrededor, tocándolo como si fuera un ser divino.
Y en la distancia… una figura encapuchada montaba un caballo negro. Observaba en silencio.
—El paladín ha despertado. —dijo el emisario del Cardenal—. Que comiencen los preparativos. Caelum será cazado como un demonio.
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Editado: 13.04.2025