Capítulo 4: La Rosa entre los Muros de Piedra
El bosque lo recibió como un susurro.
Caelum corría con el cuerpo exhausto, la capa hecha jirones y la luz en su interior apenas parpadeando. Detrás de él, los cascos de los caballos resonaban como truenos. Los cruzados lo querían vivo… pero no para salvarlo. Lo querían para callarlo.
“Sigo huyendo… pero no por miedo. Lo hago porque no puedo proteger a nadie si caigo ahora.”
Se internó entre árboles altos y oscuros, donde la luz del sol apenas llegaba. El aire era espeso, y cada sombra parecía observarlo.
Fue entonces cuando cayó.
Una trampa. Una cuerda oculta tiró de su pierna y lo colgó boca abajo de una rama gruesa. Su espada cayó al suelo con un golpe seco.
—¿Una trampa? Aquí… —gimió, colgando como un saco.
—No grites tanto. Podrían encontrarte… los tuyos.
Una voz femenina, suave pero firme, surgió de entre los árboles. Una joven con túnica de monja se acercó lentamente. Su cabello era negro como la noche, y sus ojos color escarlata lo miraban con calma. En sus manos, un bastón de madera con un rosario de plata.
—¿Una monja… en medio del bosque? —preguntó Caelum, sorprendido.
—Digamos que soy… una apóstata conveniente. —Con un corte preciso, lo liberó de la trampa—. Me llamo Selene. Y sí, sé quién eres.
Caelum cayó de pie, aunque tambaleante.
—¿Y tú… estás de su lado?
—Depende. ¿A qué le llamas “su lado”? Yo sirvo a la verdad. No al oro, ni al Cardenal. Te he observado desde el primer día que entraste a la catedral.
Selene se acercó, sin temor. Sus ojos escarlata parecían ver más allá del cuerpo.
—Tienes la luz. Una que no viene de este mundo. ¿Sabes lo que eres?
Caelum negó lentamente.
—Solo… sé que fui alguien más. En otra vida. Y que el mal de este mundo… me enferma.
Selene asintió.
—Los rumores eran ciertos. El paladín sin nombre… no pertenece a esta era. Y eso es justo lo que los hace temblar. —Hizo una pausa—. Te buscan. Te han declarado hereje. El Cardenal Myros ha emitido un decreto: Muerte santa al traidor de la fe.
Caelum apretó los puños.
—No me importa morir… pero no puedo quedarme quieto mientras siguen usando la palabra “Dios” para justificar su crueldad.
Selene sonrió por primera vez.
—Entonces, escúchame bien, Caelum. No estás solo. Hay otros… dentro de la Iglesia. Monjes, clérigos, incluso un par de cruzados. Todos lo han visto: tu luz es real. Y aunque te teman… algunos queremos creer en ella.
Caelum la miró, incrédulo.
—¿Una rebelión… dentro de la fe?
—Llámalo como quieras. Pero si quieres cambiar algo, necesitarás más que una espada y milagros. Necesitarás aliados… y tiempo.
El silencio se hizo espeso. Solo el viento movía las hojas.
—¿Vendrás conmigo? —preguntó Caelum.
Selene bajó la mirada.
—No puedo. Aún no. Mi lugar… está dentro de los muros. Espiando. Protegiendo a los inocentes desde las sombras.
Le entregó un pequeño talismán de madera en forma de cruz invertida.
—Si alguna vez estás en peligro, rómpelo. Yo iré a ti.
Caelum cerró la mano sobre el objeto.
—Gracias, Selene.
—No me des las gracias todavía. Aún no has visto lo peor. El Cardenal ha invocado algo… algo que no es humano.
Los ojos de Selene se oscurecieron. Y por primera vez, Caelum sintió un escalofrío distinto.
No era miedo a la muerte.
Era la presencia de un mal que ni siquiera su luz… podía purificar del todo.
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Editado: 13.04.2025