Capítulo 6: Donde Moran los Demonios… y Nacen Verdades
El bosque se abrió como un velo rasgado, y ante Caelum se presentó una visión que habría helado el alma de cualquier otro cruzado.
La aldea estaba hecha de piedra negra y madera retorcida. No había campanas, ni altares, ni cruces. Solo estandartes grises con símbolos demoníacos, chimeneas humeantes, y criaturas que caminaban erguidas… no como bestias, sino como personas.
—¿Es esto… el infierno? —murmuró Caelum, con la mano en la empuñadura de su espada.
Una figura lo interceptó al pie del sendero. Un demonio de piel escarlata, con cuernos en espiral y alas recogidas a la espalda. Vestía ropa sencilla: una camisa de lino, pantalones de cuero y un delantal sucio de harina.
—¿Eres un cruzado? —preguntó, en voz grave pero tranquila.
Caelum asintió con precaución.
—No vengo a matar. Solo… busco respuestas.
El demonio lo observó por un largo instante. Luego suspiró.
—Entonces entra. Pero guarda tu espada. Aquí no somos como los tuyos.
Caelum cruzó el umbral de la aldea, esperando emboscadas o trampas… pero lo que encontró fue desconcertante.
Niños demonio jugando con bolas de cristal. Ancianas de garras gruesas tejiendo en silencio. Guerreros deformes entrenando a jóvenes en combate, pero sin odio en sus ojos.
Una taberna, una panadería, un pozo. Todo funcionaba como en una aldea humana… solo que el aire no apestaba a hipocresía.
—¿Cómo puede ser esto…? —se preguntó.
Una demonio de ojos color ámbar se acercó. Tenía una cicatriz en el rostro y llevaba un libro bajo el brazo.
—Eres el paladín que todos murmuran, ¿verdad? Caelum, el que purgó al Escuadrón de Purga.
Caelum no respondió. Solo la miró.
Ella sonrió.
—Aquí nos llega la información más rápido de lo que piensas. La corrupción de la Iglesia no nos sorprende. Lo que nos sorprende… es que haya un alma como la tuya aún naciendo entre ellos.
—¿Quién eres?
—Mi nombre es Ilhara. Sacerdotisa del culto de Ograeth, dios de la verdad desnuda.
—¿Verdad… desnuda?
—La verdad sin adornos. Sin dogmas. Sin templos. La verdad de que el bien y el mal no tienen forma fija… solo intención.
Caelum sintió un nudo en el pecho.
—¿Y tú? ¿Qué hacen aquí… en esta aldea?
Ilhara lo miró directo a los ojos.
—Vivimos. Sin fingir. Sin máscaras. Algunos de nosotros fuimos humanos antes. Otros nacimos así. Pero todos fuimos rechazados por la Iglesia. Algunos porque nacieron distintos… otros porque desobedecieron.
Caelum apretó los dientes.
—¿Y qué pasará si los cruzados vienen?
—Lucharemos. Pero no buscaremos guerra.
—¿Y si yo hubiera venido a matar?
Ilhara se encogió de hombros.
—Te habríamos detenido. Pero no con odio. Con necesidad.
Un niño demonio se acercó corriendo y abrazó la pierna de Ilhara.
—¡Madre! ¡Mira lo que dibujé! ¡Es un ángel!
Ilhara se agachó, orgullosa, y besó la frente del niño.
—Hermoso, cariño. Quizás un día veas uno de verdad.
Caelum sintió que algo se quebraba dentro de él.
No eran santos. No eran humanos. Pero aquí, en esta aldea demoníaca… había más compasión que en la catedral sagrada.
Fue entonces que la tierra tembló.
—…¿Lo sientes? —susurró Ilhara, levantándose—. Ha venido.
Caelum se puso en guardia.
Desde el bosque… una figura avanzaba.
La armadura negra. La cruz ardiente. El paso lento.
—El Cruzado sin Alma —dijo Ilhara con voz helada—. El símbolo viviente de la fe pervertida.
Y Caelum comprendió: su juicio había comenzado.
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Editado: 13.04.2025