Capítulo 8: La Llama en la Cripta
La luna brillaba pálida sobre las ruinas de una antigua capilla olvidada. Era un lugar donde los santos ya no escuchaban, donde los rezos se habían vuelto ecos mudos… y donde ahora, renacía una chispa.
Caelum se cubrió el rostro con una capucha gris y descendió los peldaños ocultos tras una lápida rota. La entrada solo se revelaba bajo un antiguo encantamiento de fe verdadera, uno que ya pocos recordaban.
Al fondo, un círculo de figuras encapuchadas lo aguardaba.
Uno de ellos se adelantó. Su voz era joven, pero su postura era firme.
—Eres más alto de lo que decían.
Caelum bajó la capucha, dejando ver su rostro.
—Y tú eres más joven. ¿Cómo te llamas?
—Padre Elric. Antiguo lector de las escrituras prohibidas. Exiliado por sugerir que el amor era más fuerte que el castigo.
Caelum sonrió suavemente.
—Entonces llegaste antes que yo a la verdad.
Otra figura se acercó. Era una mujer mayor, con ojos cansados pero determinados.
—Mi nombre es Sor Halvena. Dije que los demonios podían sentir tristeza… y me acusaron de traición a la fe.
—¿Y tú? —preguntó Caelum a un tercero, que llevaba una espada al cinto.
—Caballero Viktor, de la Orden del Velo Plateado. Fui expulsado por negarme a ejecutar niños “corrompidos por el pecado de nacimiento”.
El silencio que siguió pesó como una plegaria.
—Somos doce —dijo Elric—. Algunos clérigos, otros cruzados. Todos perseguidos por pensar que el bien… no es lo que dice la cúpula.
Caelum los observó con gratitud y gravedad.
—Entonces… aún hay esperanza.
—Contigo aquí, esa esperanza tiene un rostro —dijo Sor Halvena.
Caelum avanzó hacia el centro del círculo. Colocó su espada sobre la piedra del altar olvidado.
—Yo no quiero ser un símbolo. Solo quiero sanar lo que el fanatismo ha podrido. Pero si ustedes están dispuestos… no lucharé solo.
Los clérigos se miraron entre sí. Luego, uno por uno, colocaron símbolos personales en el altar: un rosario roto, un anillo de caballero, un libro de salmos reescrito, una flor blanca.
—Este será el nuevo pacto —dijo Viktor—. No de sangre, sino de verdad.
De pronto, una pequeña luz surgió desde el centro del altar. No mágica, sino espiritual. Un calor suave, como el de una chimenea en invierno.
—¿Qué es eso? —preguntó Halvena.
Caelum lo miró, con los ojos brillando.
—Es la fe. La verdadera. Aquella que no esclaviza, ni castiga… solo guía.
La luz se elevó lentamente, iluminando la cripta.
Fue entonces que Elric sacó un mapa.
—Tenemos agentes dispersos por todo el Reino. Algunos aún dentro de la Iglesia. Cuando llegue el momento, responderán a tu señal.
—¿Y si muero antes?
Viktor sonrió con amargura.
—Entonces haremos de tu nombre una antorcha. Y de tu causa… una llama que ningún cardenal podrá apagar.
Caelum apretó los puños.
—Entonces empieza ahora. El Cardenal Myros me está buscando. Y si me encuentra…
—…Será él quien esté en peligro —dijo Halvena.
Todos se pusieron de pie.
—Caelum. Paladín reencarnado. Guerrero de la compasión. Hoy, oficialmente, ya no estás solo.
La cripta vibró con aquella promesa silenciosa.
Mientras, muy lejos, en su torre de sombras, el Cardenal Myros abría un nuevo grimorio prohibido… con el nombre de Caelum escrito con sangre en la primera página.
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Editado: 13.04.2025