La luz que no quisieron ver

Capítulo 9: El Judas de la Luz

Capítulo 9: El Judas de la Luz

La lluvia caía como clavos sobre los tejados de piedra.

Caelum, Ilhara y dos de los clérigos —Padre Elric y Viktor— se refugiaban en una vieja torre abandonada en el límite del Bosque de los Ecos. Desde allí, planeaban los próximos pasos para buscar un relicario antiguo: un artefacto que podía purgar cualquier símbolo corrompido por falsa fe.

—El Relicario de Aethrel está sellado en las Catacumbas del Primer Silencio —dijo Elric, revisando pergaminos húmedos—. Solo un corazón sin odio puede entrar… pero también necesita una llave viva. Un portador con sangre bendita.

—¿Como la tuya, Caelum? —preguntó Ilhara, secando su cabello con una manta.

Caelum asintió.

—Fui reencarnado con el sello de los Paladines Antiguos. Si lo que dicen es verdad… puedo abrirlo.

Viktor vigilaba la entrada en silencio, su mano siempre cerca del mango de su espada.

—Entonces salimos al amanecer —concluyó Elric.

Pero esa noche… algo se torció.

Caelum se despertó sobresaltado. Una sensación gélida lo invadía. Se puso de pie y fue hacia el pasillo… cuando escuchó los susurros.

—…Él no debe llegar al relicario. Si lo hace, la corrupción de Myros se debilitará.

—Pero… ¿traicionarlo así? ¿Después de todo lo que ha hecho?

—Es necesario. No por odio… sino por orden.

Eran voces conocidas.

Caelum dobló la esquina en silencio y vio a Padre Elric, hablando con una figura encapuchada que llevaba el emblema de la Iglesia, oculto bajo su túnica.

—…Caelum cree que el bien puede perdonar a los demonios —decía Elric con amargura—. Pero eso no es luz. Es debilidad.

Caelum retrocedió un paso… pero el suelo crujió.

¡CRACK!

Los dos se giraron.

Elric lo vio, congelado.

—Caelum… yo…

La figura encapuchada desapareció en sombras, dejando atrás un susurro oscuro:

—El juicio ha comenzado.

—¿Tú…? —Caelum bajó la voz, incrédulo—. ¿Tú me traicionaste?

Elric se quitó la capucha. Su rostro estaba lleno de culpa… y determinación.

—Yo… no puedo permitir que destruyas la estructura de siglos. La Iglesia está podrida, sí. Pero tú… la harás colapsar. ¿Y después qué? ¿Demonios caminando entre nosotros? ¿Fe sin reglas?

—Fe sin odio, Elric.

—¡Eso no existe! —gritó—. ¡La gente necesita miedo para obedecer! ¡Si tú te conviertes en símbolo, muchos seguirán tu camino… y el caos vendrá con ellos!

Caelum dio un paso adelante. No desenfundó. No gritó. Solo habló.

—El caos ya está aquí. Tú lo alimentas… por miedo a perder el orden.

Fue entonces que Viktor llegó, espada en mano.

—¡¿Qué sucede aquí?!

Elric retrocedió. Tragó saliva. Levantó su bastón.

—Lo siento, Caelum. Fuiste demasiado puro… para este mundo.

Y lanzó un hechizo oscuro.

¡THOOM!

Una explosión de energía atrapó a Caelum, arrojándolo por la ventana. Cayó varios metros, golpeando el barro.

Ilhara corrió hacia él desde la base de la torre.

—¡Caelum! ¿¡Estás bien!?

Él se incorporó con dificultad.

—Elric… él…

—¡Lo vi! —Ilhara se giró—. ¡Traidor maldito!

En lo alto de la torre, Elric apuntó con su bastón, sus ojos ya encendidos por una energía oscura.

—¡Caelum no debe llegar al relicario! ¡Por el bien de la estructura! ¡Por el mundo…!

Pero Viktor lo interrumpió.

¡CLANG!

Su espada cruzó el aire, partiendo el bastón en dos.

Elric cayó de rodillas.

—¿Tú también…?

—Yo sirvo a la verdad, no a una mentira cómoda —dijo Viktor.

Caelum se acercó, cubierto de barro, pero aún de pie.

—No te odio, Elric. Pero si estás dispuesto a entregarme por miedo… entonces ya no caminas a mi lado.

Elric no respondió. Bajó la cabeza. Derrotado.

—¿Qué hacemos con él? —preguntó Ilhara.

Caelum miró al cielo. La lluvia seguía cayendo.

—Déjalo. Que vea lo que su miedo casi destruye. No cargaré su alma con castigo… que lo haga su conciencia.

Y juntos, con la noche aún viva, partieron hacia las catacumbas.

Pero en las sombras, Elric susurró algo más. Una última palabra, cargada de arrepentimiento… o de advertencia.

—Myros… ya sabe.




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