La luz que no quisieron ver

Capítulo 11: La Luz Bajo Tierra

Capítulo 11: La Luz Bajo Tierra

El mundo cambió cuando cruzaron el umbral.

Caelum e Ilhara descendieron por una grieta oculta bajo una estatua olvidada de San Elyon, el “Vidente del Perdón”. A cada paso, el aire se volvía más espeso, y las paredes más oscuras, cubiertas de inscripciones hechas con una caligrafía tan antigua que incluso Ilhara no pudo descifrarla.

—¿Estás seguro de que es aquí? —preguntó, con una antorcha en mano.

Caelum caminaba al frente, guiado solo por el brillo débil que emanaba de su propio cuerpo. Era leve, pero constante.

—No lo sé con la razón… pero mi alma lo reconoce.

Avanzaron.

No había ruidos, ni viento, ni humedad. Solo silencio. Un silencio tan profundo que parecía absorber los pensamientos. A veces, Caelum creía escuchar sus propios recuerdos… hablándole.

Hasta que la niebla apareció.

Densa. Espiritual. No natural.

—¿Qué es esto…? —Ilhara retrocedió al ver que la antorcha se apagaba sola.

Entonces, las voces comenzaron.

“Fallaste… fallaste…”
“No pudiste salvar a Elric…”
“¿Y qué harás cuando Ilhara te traicione también…?”

Caelum cerró los ojos. La niebla le susurraba con la voz de su yo anterior, de su vida pasada.

—No…

“Tú eres un mártir disfrazado de santo…”
“Quieres cambiar el mundo… pero no tienes el corazón para ensuciarte las manos.”

—¡Basta! —gritó.

Ilhara lo miraba con preocupación. A su alrededor, sombras amorfas intentaban tocarlo.

Pero entonces, una luz cálida emergió del pecho de Caelum. No era fuego. Era fe.

La niebla se disipó.

Las sombras se replegaron como bestias quemadas por el sol.

—¿Qué fue eso? —susurró Ilhara.

Caelum abrió los ojos. Por primera vez, no parecía confundido. Sino decidido.

—Las Catacumbas no prueban tu fuerza… prueban tu verdad. Si mientes, te rompen. Si temes… te consumen.

Caminaron en silencio hasta llegar a una cámara de piedra blanca, casi intacta por el tiempo. En su centro, sobre un pedestal flotante, reposaba el Relicario de Aethrel: una esfera cristalina con un símbolo de alas entrelazadas.

Caelum se acercó lentamente. Su mano tembló.

—Solo una fe sin condiciones puede tocarlo —dijo Ilhara.

Él asintió. Y lo hizo.

Sus dedos rozaron el relicario.

Y entonces…

El mundo se quebró.

Una visión lo envolvió. Una iglesia en ruinas. Niños llorando. Demonios abrazando cadáveres humanos. La catedral negra de Myros alzándose en fuego. Y en medio de todo… él, Caelum, crucificado con una sonrisa.

Una voz habló, suave, sin juicio:

“¿Estás dispuesto a morir por un mundo que quizá jamás cambie?”

Caelum respondió sin dudar.

—Sí. Porque incluso si no cambia… alguien más lo intentará, después de mí.

El relicario brilló. Lo aceptó.

Caelum despertó de rodillas, con la esfera flotando a su lado, girando lentamente.

Ilhara corrió hacia él.

—¡Lo lograste!

—No —respondió él, tomando la esfera con reverencia—. Lo logramos.

Pero al salir de la cámara, un símbolo grabado en la pared brilló en rojo.

Un ojo.

Vigilante.

Lejano.

Y en la Catedral Negra, el Cardenal Myros sonrió, sintiendo el cambio.

—La llave está en su mano… y el candado, en su pecho.




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