La luz que no quisieron ver

Capítulo 13: El Nombre que Quema

Capítulo 13: El Nombre que Quema

No tenía nombre.

O al menos, no uno que pudiera pronunciar con lengua de carne. Lo habían llamado muchas cosas: Engendro 47, Abominación, Bestia-Soldado. Desde que tenía conciencia, conocía solo dos cosas: el dolor de existir y las órdenes del Cardenal Myros.

El día en que lo enviaron a interceptar al cruzado reencarnado, no se hizo preguntas. Simplemente obedeció. Porque en su mundo, pensar era una maldición.

Pero cuando la luz lo tocó…
…algo cambió.

No ardió. No gritó.

Recordó.

Un campo. Una hermana. Un pequeño espejo de cobre. Y una risa. Su propia risa. Antes de que le arrancaran la piel. Antes de que su alma fuera fundida con huesos robados y magia negra.

Y luego, lo vio a él.

Caelum.

El muchacho de ojos brillantes y pasos tranquilos. Que no lo miraba como un enemigo. Sino como un hermano perdido.

Aquel instante lo marcó como un hierro al rojo vivo. No por dolor… sino porque le dio un nombre nuevo.

—Eres libre —le dijo Caelum, después de purificar la corrupción que lo anclaba al abismo.

Libre.

Aquel demonio caminaba ahora por las sombras del bosque, oculto de la vista humana. Sabía que su rostro aún causaría horror. Pero algo en su pecho latía con otra cadencia. No era odio. No era hambre.

Era fe.

Y eso lo asustaba.

Los demonios no debían tener fe.

Se detuvo frente a un estanque. Su reflejo era el mismo: ojos rasgados, piel con escamas, garras. Pero dentro… ya no sentía el veneno de Myros.

Entonces escuchó pasos. Otro de los liberados —una criatura con forma de felino alado y ojos de mujer— se le acercó.

—¿También lo sentiste, verdad?

Él asintió.

—¿La luz?

—No. Su verdad.

Ambos se quedaron en silencio.

—¿Crees que nos salvará?

El demonio reflexionó un momento. Luego habló con voz áspera pero serena.

—Creo… que no lo hará por venganza. Ni por gloria. Ni por miedo.

—¿Entonces por qué?

—Porque no puede evitarlo.

El demonio miró al cielo estrellado. Algo que nunca se le permitió ver durante siglos de cautiverio. Sintió el viento acariciar su rostro deformado. Y por primera vez, deseó vivir. No para destruir. No para escapar.

Sino para proteger.

—Caelum nos devolvió el alma —dijo—. Aunque no lo pidamos. Aunque no lo merezcamos.

La criatura felina le sonrió.

—¿Vas a seguirlo?

El demonio entrecerró los ojos.

—No.
Voy a esperarlo.

—¿Esperarlo?

—Cuando todos lo abandonen… cuando la iglesia lo llame traidor, y los suyos duden de su causa…
…yo estaré ahí.
Para recordarle que incluso en el abismo… su luz prendió una chispa.

Y entonces lo dijo, sin miedo, sin vergüenza:

—Me llamo Kael.

Un nombre nuevo. Nacido de la fe. Dedicado a aquel que no pidió nada a cambio.




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