La luz que no quisieron ver

Capítulo 14: La Llama en el Fango

Capítulo 14: La Llama en el Fango

El Infierno no siempre arde.

A veces se arrastra, oculto entre raíces y cavernas, respirando como una bestia herida. Kael avanzaba por el fango púrpura de las Fosas de Corvaxis, donde la corrupción mágica nacía como vapor de los huesos.

Allí vivían los descartados.

Los demonios defectuosos, los híbridos inestables, los que Myros ya no podía usar. Aquellos que no servían como soldados… pero tampoco podían morir.

Y Kael era uno de ellos.

O lo había sido.

Se detuvo frente a una grieta profunda. Desde dentro, cientos de ojos brillaban con miedo y odio.

—Salgan —dijo, su voz áspera pero firme.

Nadie respondió.

Kael avanzó un paso más. Sabía que en su aspecto aún parecía uno de ellos. Escamoso. Con colmillos. Ojos rojizos. Pero había algo que lo delataba: una calma antinatural.

Finalmente, una criatura salió de entre la grieta. Caminaba en cuatro patas. Tenía la espalda cubierta de espinas y una máscara de hueso como rostro. Su voz era un gruñido molido por siglos.

—¿Kael…? ¿Eres tú?

—Lo era. —Kael miró directo a sus ojos—. Ahora… soy algo más.

—¿Qué te hicieron?

Kael dio un paso al frente.

—Me recordaron que tenía un alma.

Varios demonios rieron desde las sombras. Una risa triste y hueca.

—¿Alma? ¿De qué sirve un alma si nacimos para sufrir?

—Eso mismo creía yo —Kael dijo, arrodillándose—. Hasta que me tocó la luz de ese humano. No me castigó. No me mató. Me perdonó.

Silencio.

La criatura con máscara bufó.

—No necesitamos perdón. Necesitamos poder.

—¿Y para qué? ¿Para seguir matando? ¿Para seguir sufriendo? —Kael se levantó, la voz vibrando con una emoción rara—. Nos usaron. Nos convirtieron en herramientas. ¿No lo ven?

Uno de los demonios emergió. Pequeño, con alas rotas. Tenía miedo en los ojos.

—¿Entonces… qué propones?

Kael los miró a todos.

—No vengo a liderarlos. Vengo a preguntarles algo que nadie jamás nos permitió decir…

¿Quieren ser libres?

Las palabras quedaron flotando. El silencio se hizo espeso. Muchos bajaron la mirada. Otros mostraron los dientes. La criatura con máscara dio media vuelta y se hundió de nuevo en la grieta.

Pero el pequeño demonio alado dio un paso al frente.

—Yo… sí.

Kael asintió.

—Entonces sígueme. No para pelear. No para destruir. Sino para recordar quién eres.

Y así nació un eco silencioso entre las Fosas.

Uno a uno, los condenados comenzaron a escuchar.

No todos entendían. No todos aceptaban.

Pero por primera vez en siglos… uno de los suyos hablaba de esperanza.

Kael levantó la vista. A lo lejos, en dirección a la Catedral Negra, una tormenta oscura se formaba.

Myros no ignoraría esto por mucho tiempo.

Pero Kael no tenía miedo.

Porque ahora sabía que la luz no necesitaba templos… solo un corazón dispuesto a cargarla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.