Capítulo 18: Otra Llama
La noche cayó sobre el campamento cruzado como una plaga silenciosa.
Caelum estaba solo en su tienda, con la armadura desabrochada, sentado frente a una vela moribunda. Sus manos estaban vendadas; los rezos constantes, las curaciones que realizaba día tras día… todo comenzaba a desgastar su cuerpo. Pero no era el dolor físico lo que lo mantenía despierto.
Era el susurro.
Desde hacía días, apenas cerraba los ojos, lo sentía. Una voz en lo profundo, como si emergiera de un pozo donde el eco nunca termina.
—Kael… —murmuró de nuevo.
No conocía ese nombre.
Y sin embargo… sí lo conocía.
La vela parpadeó. El viento no soplaba, pero la llama danzaba. Y entonces… el fuego se volvió azul.
Caelum se quedó inmóvil.
Sus ojos se nublaron.
Y el mundo se deshizo.
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Se encontraba ahora en otro lugar. Una especie de desierto oscuro, con ruinas flotando en el aire. No había cielo, solo un techo de oscuridad líquida, y la tierra respiraba como si estuviera viva.
Allí, frente a él, un hombre de espaldas, con una capa rota y una cruz grabada en la piel.
—¿Kael?
El hombre se giró.
Tenía su rostro.
Pero no era él.
Los ojos de Kael eran más tristes. Más profundos. Como si hubieran llorado mil veces y aún pudieran perdonar.
—¿Quién… eres? —preguntó Caelum.
Kael no respondió. Caminó hacia él. Y cuando estuvieron frente a frente, colocó una mano sobre su pecho.
—Somos parte de lo mismo. Pero tú… aún tienes tiempo.
Caelum quiso hablar, pero el mundo se desgarró otra vez.
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Despertó jadeando, empapado en sudor, con la vela extinguida.
Ilhara entró con espada en mano.
—¡Te oí gritar! ¿Estás…?
Caelum la miró. Respiró profundo. El corazón golpeaba contra sus costillas como si quisiera escapar.
—Tuve… una visión.
Ella frunció el ceño.
—¿Otra vez?
—No fue como antes. Esta vez lo sentí… como si mi alma estuviera ligada a otra. Como si… compartiéramos la misma llama.
Ilhara se arrodilló a su lado.
—¿Qué viste?
Caelum cerró los ojos.
—Un desierto… ruinas… y a mí mismo… pero distinto. Más quebrado. Más libre.
Ella no respondió. Solo lo miró.
Y por primera vez en mucho tiempo… tuvo miedo. No por él.
Sino por lo que significaba.
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Esa noche, Caelum no volvió a dormir.
Y al amanecer, mientras los cruzados preparaban su siguiente marcha, él alzó la vista hacia el horizonte, donde las montañas se retorcían como dientes dormidos.
Sabía que debía marchar hacia el sur.
Hacia lo que lo llamaba.
Hacia Kael.
Aunque aún no supiera… que el encuentro entre ambos
podría cambiar —o destruir— el destino del mundo.
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Editado: 18.04.2025